El primer disco en solitario de Adriano Galante, Toda una alegría (Halley Records, 2023), es una recopilación de composiciones propias que se podrían denominar cantes de ida y vuelta, con ritmos latinoamericanos y una voz apenas sugerida, que nos susurra sus melodías. La plasmación en directo, si bien tuvo la intimidad de una cena a la luz de las velas, ofreció lecturas más expansivas de los temas en una celebración absoluta del poder místico de la música.
Adriano Galante es un creador absoluto, una fiera del directo, que siempre prima libertad a mercado. Le gusta moverse entre las sombras, con la insobornable decisión de seguir su intuición, lo que, en muchas ocasiones, le hace operar, injustamente, fuera del radar. Pero la gran calidad, creativa e interpretativa, lo han convertido en una especie de músico para músicos, aquél a quien siguen con veneración otros que trabajan en el sector y quizás conocen más las mieles del éxito pero saben reconocer la luz única del verdadero creador. Por eso no es extraño que, en su disco de presentación, colaboren luminarias de lo alternativo como Maria Arnal, Judith y Meritxell Neddermann, b1n0, Sílvia Pérez Cruz, o Raül Refree, entre muchas otras.
Tampoco es extraño que, quien le ha visto en directo, repita. Le sigo desde hace muchos años; desde sus tiempos en el power trío The Beautiful Taste y su combo de versiones Windswept Coastal Trees, tras los que llegaron los mutantes Seward. En todos los casos, existía una reivindicación constante del aquí y ahora, de la importancia del directo como algo único, irrepetible, mágico.
Así volvió a ser en su actuación en la sala Club de Paral·lel 62. Empezó musitando sobre unas bases, pero pronto fue recibiendo músicos en el escenario hasta completar una formación de grupo diferente y creativa, como él. Acompañado de un percusionista y un multiinstrumentista (percusiones, flauta travesera y violín), fue tejiendo un ceremonial en el que se sumaron otras voces invitadas, percusionistas y una trombonista. A veces, recordaba a los Seward, sobre todo mediante la utilización de juguetes como elementos de deliciosa e infantil música concreta.
Y es que Adriano jugaba con nosotros, escenificando repeticiones, silencios, sonrisas y gestos, en una actuación que era representación además de interpretación. Muestra irrefutable de cómo nos impactó su concierto es el silencio que se produjo entre el público, atento a sus mínimos gestos, a su respiración, a las inflexiones de su privilegiada voz, que pasaba del susurro apenas esbozado al grito más bello.
Por supuesto, para acabar la noche rompió la distancia entre músicos y audiencia, como es habitual en él, sumergiéndose entre el público para invitarnos a sumarnos a la magia blanca de su música, bailando esos ritmos tradicionales que crean un armazón tremendamente humano a su propuesta, que es tan meditada y cerebral como cercana y emotiva.
Esa fue la segunda vez
Que se sintió libre
Como si todo fuera bien
De repente, de repente
Al tanto de tanto. Adriano Galante
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