Rosado, azul y tonos morados cubren el cielo de Barcelona. Son las nueve y media de la noche y nos encontramos en el Festival Grec 2017. Nos adentramos entre los arbustos laberínticos que componen el jardín hasta llegar al Teatre Grec, que es impresionante. Aún está medio vacío, pero puedo distinguir personas de todas las edades. Algunos intentan hacerse selfies, otros preparan sus móviles para grabar. Incluso veo a gente que va en muletas. Nada les detiene. Han venido a ver al gran Fermin Muguruza. El cantante vasco se ha convertido en todo un mito. Ha sido el líder de grupos de rock radical vasco como Kortatu, en los ochenta, y Negu Gorriak, en los noventa. Ahora ha estrechado lazos con Barcelona y llega al escenario del Grec acompañado de la Micaela Chalmeta Big Band. “Senyores i senyors, l’espectacle comencarà d’aquí a cinc minuts”, se oye por megafonía. Me giro y, de repente, encuentro que el teatro está ya prácticamente lleno.
Diez de la noche: los alrededores están a oscuras. También las luces del escenario se apagan. Los músicos entran uno tras otro y empiezan a ocupar sus asientos. Acto seguido aparece en escena David Pastor, trompetista de jazz valenciano y director de la Micaela Chalmeta Big Band. Empiezan a tocar. Se trata del tema Esan ozenki del primer álbum que publicó Negu Gorriak en 1990. Todo el mundo está eufórico. Es una fusión de distintos estilos: dub, ska, jazz, soul, hip hop, rock, reggae… Una mezcla explosiva que une a personas con distintos gustos. La banda lo da todo en la primera canción. Entonces un silencio absoluto se apodera del teatro. Ha llegado el momento que estábamos esperando: el director de la banda presenta a Muguruza. El público rompe el silencio. El artista aparece en escena vestido con camisa y chaleco. Se le ve poseído por el ritmo de la canción Inkomunikazioa: salta, canta, mueve todo el cuerpo e, incluso, el micrófono. “Moltes gràcies Barcelona i moltes gràcies Catalunya!”, exclama.
A través del espacio y el tiempo
No sólo es un concierto, es un viaje a través del espacio y del tiempo con el que repasamos la carrera musical de Muguruza. A cada canción le acompaña una anécdota, un significado. Treinta y tres años condensados en un increíble concierto de dos horas. Nos cuenta historias como la que hay detrás de Etxerat (traducido como ‘a casa’): cuando llamaba por teléfono para decirle a su padre que volvía a casa, éste le contestaba “pondré las botellas de sidra a refrescar”. Así estableció un paralelismo con la liberación de los prisioneros vascos. La gente se emociona, sobre todo con dos temas: Lucrezia y When I die. La primera canción trata de lo mucho que nos cuesta decir la palabra ‘neoliberalismo’. La segunda está dedicada a Amaia Apaolaza, antigua mánager de Muguruza que falleció hace un par de años. Un precioso homenaje que cuenta con la presencia de Angel Katarain, compañero de Amaia y padre de su hija.
Más allá de la política, Muguruza nos habla del par vida/muerte. Directamente desde Nueva Orleans, nos obsequia con el clásico Mess around (1953) de Ray Charles, ligeramente modernizado. El artista se ha adentrado en las entrañas del pantano, donde nació el jazz más puro, para grabar el disco Irun meets New Orleans (Talka Records, 2015) y NOLA?, un documental sobre la situación de la ciudad diez años después del Katrina. Luego la banda nos conduce a través del ritmo hasta la Centroamérica isleña con Euskal Herria Jamaica Clash. Y acabamos en los países árabes con la canción Salamalïkum interpretada por el músico catalán Yacine Belahcene i Benet acompañado por el sonido de su tambor de copa o derbakeh. Mientras Yacine canta, del público emana algún que otro grito bereber.
La big band family
Dieciocho mujeres y dos hombres son los miembros de la banda que acompaña esta noche a Muguruza. Esta agrupación musical recibe su nombre de Micaela Chalmeta, activista, socialista y feminista catalana de comienzos del pasado siglo. Muguruza montó la big band aprovechando que una de las sedes del Taller de Músics estaba en la zona de Fabra i Coats, donde el cantante estaba residiendo. Todas sus componentes son antiguas estudiantes y actuales alumnas o colaboradoras del Taller. Su director, el polifacético David Pastor.
Cada integrante del grupo tiene su propio estilo. Canción tras canción admiramos el talento de todas y todos ellos. Los solos les permiten exhibirse. La conexión que hay entre ellos hace que no podamos dejar de contemplarlos. Se observan, se sonríen, se admiran. Este vínculo hace que el concierto sea aún más especial. Han conseguido crear una familia, un pequeño mundo en el que consiguen atrapar al público. Son capaces de producir momentos íntimos, como cuando Eva del Canto y Saphie Wells, las coristas, empiezan a bailar y se ríen con sus movimientos. La banda logra conferir un estilo propio a las canciones de Muguruza. Una versión que no habíamos escuchado antes.
Uno de los instantes más memorables es el solo de batería de Glòria Maurel (alias ‘la màquina del temps’) durante la canción Pantera beltza que cuenta, además, con la voz de Miriam Delafuente (La Kinky Beat). Igual de impresionante es el solo de piano al principio de When I die por parte de Laia Vallès. Y, cómo no, las increíbles voces de del Canto y Wells. Los músicos bailan con Muguruza. Incluso se llegan a aplaudir entre ellos, a falta de manos, con los pies. A todos les posee el ritmo de la música.
Como en casa
Tras tres meses viviendo en Sant Andreu, Muguruza ha aprendido catalán y lo ha puesto en práctica durante el concierto. Y la verdad es que lo habla estupendamente. “Si la gent és el poble, el cor és la llengua”, explica. Entre el público hay varios amigos del cantante. Los que más llaman la atención son los de Sant Andreu, izando la bandera de su distrito. En varias ocasiones el artista se dirige a ellos. Cuando les dedica la canción After boltxebike se ponen como locos.
A medida que avanza el concierto la emoción del público aumenta. Al principio, casi todos estaban sentados menos tres chicas que se encontraban en la parte derecha de la gradería. Estas chicas tomaron las riendas del concierto e hicieron que, canción tras canción, más gente se trasladase a esa zona del teatro. Querían estar de pie y poder desinhibirse, dejarse llevar. Si el edificio no fuese de piedra, se habría desnivelado y venido todo abajo.
Llegamos al último tema, Killing in the name, de Rage Against the Machine. La gente enloquece con la potencia vocal del cantante, pero, ansiosos, piden más. Y eso es lo que obtienen de la mano de la acordeonista Ines Osinaga, quien nos deleita con el himno del escritor y líder nacionalista vasco Telesforo Monzón, Lepoan hartu ta segi aurrera. Pero el golpe de gracia llega con Gora herria, cuando en el escenario aparece Iñigo Muguruza, hermano del cantante y antiguo miembro de Kortatu y Negu Gorriak. Ines grita: “Si no es pot ballar, no és la nostra revolució!”. Alcanzamos el clímax con la canción esperada por todos los presentes. Efectivamente: Sarri, sarri. Todo el mundo se levanta y, como en avalancha, acaparan todo el escenario. Los músicos y Muguruza se fusionan con el público. El vello de punta. Saltan hasta que les duelen los pies. Finalmente, la banda y el cantante suben a la gradería y entonan un último, esta vez sí, e improvisado Dub manifest
Autores de este artículo
Celia Sales Valdés
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.