De manera muy visceral, creo que no me gusta Jay-Z por el simple hecho de que le puso los cuernos a Beyoncé. Muy primitivo todo. Pero la verdadera razón es que después de cantarle al perdón, al amor y a la reconciliación marital, se atrevió a hacer una gira conjunta y poner su nombre primero.
Sí sí, es un gran productor. Es un artista nato. Hace una introspección bastante interesante de la cultura negra en EEUU y cómo la opresión blanca/capitalista impide que los descendientes afroamericanos de la época de la esclavitud puedan salir adelante con tanta facilidad en la era Trump.
Él por él está bien. No juzgo su forma de pensar, menos sus errores y su manera de luchar por mantener unido su núcleo familiar. La cuestión aquí es que su 4:44 (Universal, 2017) parte todo lo que podíamos esperar de la pareja del año. Llámenle romanticismo idealista. Da igual.
No obstante, aterrizando sobre su nuevo vídeo, les quiero dar una minioportunidad, a ese par que ahora no son Beyoncé y Jay-Z, sino simplemente The Carters (apellido de él, seudónimo de ambos). Y se lo montan. La escena en que ellos se plantan en primer plano dejando a la Mona Lisa detrás es brutal. La cultura negra el r&b de ella, el hip hop de él, las nuevas tendencias en ambos invadiendo la cultura más clásica y clasistamente blanca del Louvre. Molt bé.
Pero luego, recuerdo el cartel. Ese mentado cartel. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Con esta frase (un poco cliché) me atrevo a comenzar mi disertación sobre el análisis del cartel de la gira de Jay-Z y Beyoncé. Atención al orden de los factores y qué nombre va primero y veremos si no altera el producto.
Así, tal cual, como si fuese un cuadro de Velázquez con toques del lejano oeste. Jay-Z con toda su hombría y talento se monta en la moto de una carrera artística que ya tenía muchas millas cuando decidió subirse en ella. Y la que había manejado la moto, la que había cantado al girl power e hizo brindar al mundo entero con su Run the world (girls), se va pa’tras y se ubica en el lugar que él, la historia, y la industria le ha dado al resto de mujeres que brillan con luz propia: siendo bella y atemporal, muy lejos del mando del viaje, muy lejos del primer plano.
Sigamos, él mira al horizonte. Él es el guay. He is the man. ¿Y ella? Ella va detrás. Solo hay un objeto, muy implícito, casi imperceptible. Justo delante de ellos. ¿Los ven? ¿Acaso esos son unos cuernos del tamaño de una infidelidad? Están allí, muy quietos, mirando en la misma dirección que ella. Retándonos. Como si dijeran: ¿Y tú, tú que estarías dispuesta a hacer por mantener el 1+1?
No es la primera vez que comparten escenario, ni cartel, ni su arte, ni carrera, ni hijos, ni patrimonio. Pero es la primera vez que me atrevo a decir, ¿pero qué carajos es esto? Hasta el señor SEO sabe que las multitudes que quieran comprar la entrada a un concierto pondrán primero Beyoncé.
Continuemos con la imagen. El fondo, muy difuso, muy atonal como para obviar que hubo un momento en que ella brilló en miles de escenarios, que tuvo un ejército de bailarinas coreando sus cantos feministas, que su voz ha retumbado en miles de estadios, que no necesita ni teloneros ni más planos para hacer una gran presentación. Ahora van juntos, por una carrera en conjunto. Que puede ser una buena idea, ¿no? Ya lo hizo Whitney Houston. Parece ser que funciona.
Pero, cabe mencionar, en el vídeo y en su propuesta musical no hay un primer plano de él o ella. Se unen y (creo) que miran a los puntos que siempre tuvieron en común. El arte de ella y el talento de él se unen para materializar el perdón de ella a él en un álbum que dista mucho de dejarnos sin opinión.
Juzgar la obra sin la persona es difícil. No obstante, no puedo esperar a ver cómo esta propuesta crece y me cuente la crónica de una reconciliación anunciada con tonos de gira mundial, sold outs por ella y el morbo de qué dirá él.
Bueno, paro el análisis. Total, esto es solo una imagen, un concierto, una gira y ya. ¿O no?
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