El retorno del multipremiado saxofonista, al Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, era altamente esperado (el lleno total lo resume todo) aunque las dudas, sobre el resultado final del concierto, planeaban sobre el ambiente desde hacía días.
Si uno escucha con atención Sounds from the ancestors (Mark Avenue Records, 2021), su último trabajo, encontrará las claves de la carrera de Kenny Garrett; un disco notable, con la misma calidad interpretativa de siempre, pero al que debemos sumar, también, los típicos altibajos marca de la casa.
Colaborar con Miles Davis, Art Blakey, Pharoah Sanders o Marcus Miller, por citar a cuatro estrellones, es un aval que muchos quisieran poseer y manifiesta su categoría como instrumentista; sin embargo, es una realidad palpable que no todas sus grabaciones mantienen el mismo nivel. A nadie se le escapa que el primigenio Introducing Kenny Garrett (1984) o el aclamado Songbook (1997) están muy por encima de Prisoner of love (1989) o las veleidades asiáticas de Beyond the wall (2006) y es que, a menudo, la afición por el arte de fusionar pasa factura.
En cualquier caso, Garrett y su actual cuarteto subieron al escenario del Conservatori del Liceu para confirmar o desmentir estas, particulares, teorías.
Aparatosidad y poca calma
Lo primero que pudimos constatar es que a Kenny Garrett los pulmones le siguen funcionando a la perfección. Ni la excesiva amplificación, ni el combo apretando a fondo fueron capaces de tapar el poderoso soplido que, todavía, despliega el de Detroit superados los sesenta abriles; otra cosa, bien distinta, es que ese vendaval (en las antípodas del free-jazz) y solamente apaciguado por los contrapuntos del magnífico contrabajista Eric Wheeler, estuviera henchido de emoción. Quizá nos equivocamos y sí la hubo, ya que después de observar al enfervorizado público, en la conclusión de Haynes here, la larga pieza introductoria, no había dudas que a una gran mayoría el estruendo le había hecho tilín.
Con Hargrove, vibrante homenaje al trompetista Roy Hargrove, fallecido hace tres años, las aguas se calmaron tenuemente. Por desgracia, debido al constante empeño del inmoderado baterista Ronald Bruner en removerlas, la absoluta pacificación nunca acabó de producirse; no necesitó ninguna concesión al lucimiento, siguió apedreando el bombo y los platos, sin parar, incluso en las baladas; inconcebible tormento
Desajustes, pericia y lindezas
Un leve percance técnico, impidió a Garret ofrecer las primeras muestras de destreza en los teclados; contratiempo que propició un alargue anodino y deslavazado, aprovechado por nuestro querido Ronald para seguir haciendo de las suyas. Con las teclas reparadas, el jefe mandó parar. Dos bonitas intervenciones, alternando piano eléctrico y saxofón, más el acompañamiento del percusionista Rudy Bird (el mejor) elevaron el tono armónico, alcanzando instantes de gran brillantez. Las que exhibió en Spanish go round (efluvios latinos), Chasing the wind (notas a lo Coltrane) o en la relajante y necesaria composición utilizada de bis, un cierre redondo, propio de un tipo muy sabio.
El showman desatado
Kenny Garrett es una estrella y, como tal, tiene que desprender luminosidad, aunque esta no sea imprescindible. Dialogó, extensamente, con su compinche baterista y no pudo evitar exhibirse en un larguísimo solo (con retazos de The Beatles), colmado de destreza, fluidez y energía, pero vacío de contenido. Ese es su estilo: inconmensurable para sus adeptos y caprichosamente repetitivo para los detractores.
Estupendo en el desarrollo de When the days were different (mainstream de calidad) y contundente edificando Happy people, poderoso funk colindante al hip hop. En este tramo, apareció el Garrett entertainer, capaz de, con un exiguo repicar de manos, levantar una platea entera; en esas lides se mueve como pez en el agua. La búsqueda del lado lúdico del jazz le ha regalado enormes satisfacciones.
Ganador
En un cierre orquestado, los componentes de la banda fueron desfilando, uno a uno, hacia sus camerinos, hasta hacerse el silencio. Modo original de finiquitar el show y llevarse los laureles de rigor.
No nos atrevemos a certificar que su enésimo triunfo fuera merecido (transitó por senderos demasiado usados), sin embargo, le puso ganas y sopló fuerte y bien. Otros, con la tercera parte de su currículum, no hinchan ni un globo. Únicamente por esa indiscutible profesionalidad (que le ha hecho grande), se merece nuestro aplauso.
Autores de este artículo
Barracuda
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.