El último sábado de febrero no era para pasarlo sentados. Así que Jamboree se preparó para la ocasión. Hoy no había asientos como de costumbre. Lo de esa noche era un jazz – a ratos soul – para ser y estar de pie. Leyendo miradas, parecía que muchos esperaban la voz que hace años, por casualidad, encontraron mientras paseaban por alguna de las calles de Barcelona. Quizás, algún rincón a no muchos metros del lugar donde se reencontraban hoy. De nuevo, a corta distancia.
I’d say love was a magical thing
I’d say love would keep us from pain
Had I been there?
Had I been there?
Y Clarence Milton Bekker se presentó. Así. Con su voz a capela, emocionándonos al contarnos – y cantarnos – su propia versión de A different corner, de George Michel. Le gustaba más hablar con canciones que con sus propias palabras, así que ni si quiera nos saludó antes de seguir con Crazy, el archiconocido single de Gnarls Barkley. Sólo era el preludio de lo que estaba por llegar. El repertorio de canciones venía preparado para acunarnos entre versiones propias de los más clásicos y algunas letras escritas por él. Empezábamos a saber porqué esa noche en Jamboree nos habían dejado de pie. La energía de un Bekker incansable y lleno de vitalidad, de buen rollo, bajaba por el escenario y se contagiaba en cadena de unos a otros.
Procedente de Surinam, su voz era de estas que cantan con verdad. Y pudo ser esa sinceridad la que atrajo hace ya once años al productor norteamericano Mark Johnson, cuando lo escuchó cantando en Portal de l’Angel. La propuesta de un proyecto que nacía se materializó en la grabación del clásico Stand by me, alcanzando más de 75 millones de visitas. Supuso su vuelta a los escenarios. Y digo vuelta porque el cantante no se dio a conocer en la calle. Tras trasladarse a los seis años a Ámsterdam, empezó a aparecer en diversos programas musicales de televisión. Hasta convertirse en el miembro más joven de la exitosa banda neerlandesa Swinging Soul Machine. Tras esto, en plenos años noventa, y bajo el nombre de CB Milton, exploró en solitario con la música dance. Tres álbumes consolidaron su carrera: It’s My loving thing (Byte Records, 1994), seguido de The way to wonderland (Byte Records, 1996) y From here to there (Byte Records, 1998).
Pero si hay algo que definía la historia de Clarence Bekker era el cambio. Primero, cambió los escenarios por las calles, hasta llegar a las de Barcelona. Con guitarra en mano, cambió el estilo dance por el soul, el jazz y el reggae. Y, ya a mediados de los 2000, cambió las calles para embarcarse en el proyecto de Mark Johnson, bautizado como Playing for the Change. Bajo el fenómeno de este proyecto que se hizo viral, Bekker empezó a cantar en escenarios internacionales. Además de publicar su cuarto álbum, Old sould (Universal Music Japan, 2012). Curiosamente, acabó cantando para el cambio. Bono, Keith Richards o Manu Chao fueron algunas de las estrellas que se unieron a la gira mundial. Voces de distintos colores y nacionalidades que, bajo el lema ‘Connecting the world trought music‘, formaron una plataforma que logró crear nuevas escuelas de música y arte en distintos países de África y en Nepal.
Y Changes es precisamente una de las canciones escritas por el propio artista. «Escribí esta canción para mí mismo. Como un espejo», nos quiso contar Bekker en una de las pocas confesiones que nos hizo durante el concierto. Lógicamente tampoco podía faltar Stand by me. Y entre Master blame, de Stevie Wonder, y el hit Ain’t no sunshine su banda fue ganando protagonismo. Para descubrirnos que el gallego Carlos López era su perfecto acompañante a la batería. También se dejó eclipsar a ratos por Charly Moreno, al bajo, y Francisco Guisado (Rubio) a la guitarra. Mientras Arecio Smith daba a la voz de Bekker su punto diferencial en el teclado. A ellos se unió un coro de diez jóvenes que aparecieron para cantar Talking about a revolution, originariamente de Tracy Chapman, pero que este mismo año fue subido al canal de Playing for the change con la versión de Bekker en conmemoración a Martin Luther King Jr. Y en esa montaña rusa de sensaciones, no sólo nos contagió su emoción, sino también su diversión sobre el escenario. Versionando a Michael Jackson y Justin Timberlake, nos convenció de que estaba enamorado al cantarnos Love never felt so good. De los clásicos pasó a dos temas propios In my mind y Mr. Morality, para hablarnos de él, y de todos los que se creen dueños de su vida.
Cuando llegó Ain’t no body la sala empezó a saltar y a bailar. Nadie diría que veníamos a un concierto de jazz. Y con I feel good nos hizo sentir bien a nosotros. Ahora sí que el público estaba desatado. En Whats up, de 4 non Blondes, ya nos habíamos convertido todos en su coro y entonábamos al unísono un «And I say, hey yeah yeah, hey yeah yeah. I said hey, what’s going on?«.
Él decía adiós a Barcelona una vez más. Y nosotros a él. Pero no sin antes acabar de hacernos felices con la mítica Dont worry, and ‘be happy’. Ya se había despedido, pero ante los silbidos de la gente, pidiendo una más, volvió con un Could you be loved (Bob Marley) que sonó en Jamboree bien alto, obviamente nos la sabíamos. Mr. Policeman cerró el círculo de las cuatro canciones propias que nos cantó. Y, cuando ya se había ido definitivamente y el público empezaba a salir, apareció de nuevo con un “Ok, yo sí quiero otra más”. Así que volvimos a nuestros puestos para escuchar y sorprendernos con una última: Billie Jean, de Michael Jackson.
Ahora sí, nos íbamos. Empezamos a dirigirnos a las escaleras de salida y Bekker nos esperaba allí para despedirnos uno a uno. Ya en la Plaça Reial el coro que habíamos formado hace escasos minutos se difuminó. Ahora sólo nos reconocíamos unos a otros por la sonrisa permanente que, sin darnos cuenta, Clarence nos había dibujado en la cara.







Autores de este artículo

Nieves Rodeiro
Crecí en una aldea de diez casas en Galicia. Quería escaparme y conocer. Ahora soy periodista, centrada en lo social y especializándome en África. Viajo sola. Me gusta acercarme a nuevas culturas y, en esto, la música siempre me ha ayudado mucho.

Oliver Adell
Me gusta viajar, la buena compañía y, sobre todo, la música; en especial el jazz. Fotógrafo de eventos, conciertos, bodas y lo que surja. Me gusta fotografiar no solo el instante sino la emoción de lo que hay detrás.