El vórtice. El flujo turbulento en rotación espiral que atrapa y destruye todo a su paso. La atracción por el abismo. La oscuridad como necesidad y la luz en la oscuridad. Todo ello es Lagartija Nick. Reformulados con sus integrantes de los primeros años y con la suma de un teclista, anegaron La [2] de Apolo con un set en crescendo continuo, apretándonos las cuerdas hasta que la circulación se detuvo en nuestras venas.
Negrura, oscuridad, asfixia. Desde Analema y sus bucles rítmicos que abrían el concierto, y que presentaban su disco Crimen, sabotaje y creación, del que interpretaron casi la totalidad, hasta el recuerdo a aquel inolvidable Omega junto a Morente, del que rescataron Ciudad sin sueño en los bises. Todo era contundencia inmisericorde, inhumana. El espacio en el que el post-punk y el rock industrial se imbrican con ritmos flamencos, golpeados por Éric Jiménez como si quisiera destruir la caja en cada envite. Y Antonio Arias, que parece no querer tomarse en serio, ejerció de director de orquesta sorprendido ante la grandeza del ruido que ejecutan. La dicción, límpida y mecánica, y ese bajo que invade con sus graves majestuosos cada ángulo de la sala.
Apartando el ruido y la furia, también hubo poesía, concienciación y compromiso. Sólo desde una sensibilidad desbordada se pueden generar versos descarnados, que nos pongan ante el espejo, como en Europa, Europa: «Los ojos de Shostakóvich buscan una luz. Y rostros en la intemperie hacen cola hoy. Restos. Naufragios. Europa sin fin».
No llenaron la sala, aunque casi. La labor de los pioneros es abrir caminos. Otros harán de su rastro tarjeta de visita para el éxito. Lagartija Nick siguen siendo insobornables, únicos, indomables. Quizás cuando se apaguen las fuerzas que los propulsan y desaparezcan llegaremos a asumir su importancia en el panorama nacional. Mientras, nos queda disfrutar de esa oscuridad luminosa que son capaces de generar, 26 años después, con la vista puesta en el futuro, hacia el camino que todavía no han hollado. Ni ellos ni, probablemente, nadie más.
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