Esta revisión del legado de Triana ha sido uno de los discos más vendidos la última Navidad, con lo cual no es de extrañar que el Palau de La Música agotara las entradas para su presentación en Barcelona. Medina Azahara, influidos por Triana desde sus inicios, vuelven a revisar su música, como ya hicieron con Se abre la puerta, su disco de 2007.
Medina Azahara nacieron en 1979, cuatro años después de la creación de Triana. Su formación actual está conformada por el cantante original, Manuel Martínez; el guitarra, Paco Ventura, en el grupo desde 1989, y el teclista, Manuel Ibáñez, desde 1998. El resto de la formación, hasta llegar a los 7 músicos, quedaban en un discreto segundo plano.
Si Triana se caracterizaban por su gravedad musical, con la voz y los teclados de Jesús de la Rosa, que se miraban en grupos como Traffic o King Crimson, cuya música pasaban por el tamizo del flamenco, Medina Azahara tiende más al hard rock y el heavy. Esta diferente aproximación influyó en el desarrollo del concierto y en el sonido de sus versiones.
Empezaron con Hijos del Agobio, del segundo disco, homónimo, de Triana, y Manuel Martínez demostró que, a sus más de 70 años, sigue atesorando una gran voz. Manuel Ibáñez, a los teclados, recordaba a músicos como Rick Wakeman y Patrick Moraz, a la hora de tejer florituras con sus instrumentos, dispuestos sobre una peana orientable, con la que rompía el tradicional inmovilismo de los teclados, orientándolos a izquierda o derecha. Por su parte, Paco Ventura dejó de lado la sutileza que caracterizaba las guitarras eléctricas de los discos de Triana, en manos de Antonio Díaz y Antonio García de Diego, para convertirse en todo un guitar hero, a la manera de un grupo heavy de los 80.
La noche transitó por las canciones más recordadas de Triana, como Sentimientos de amor, Tu frialdad, Sé de un lugar y Abre la puerta, aplaudidas y coreadas por el público, aunque este cronista echaba a faltar ese sentimiento trágico con que Triana teñía sus interpretaciones. Si el concierto de Medina Azahara era una celebración de la obra de Triana, era una revisión epidérmica. Estaban las canciones, perfectamente interpretadas, no así la emoción original. Seguro que otros comentaristas aplaudirán la reinterpretación, pero no puedo evitar pensar que algo valioso se había perdido en el camino.
Hubo un momento para un recuerdo por la guerra en Ucrania, con la convocatoria para hacer un silencio en medio de la actuación. Fue sorprendente, y emocionante, observar el poder del silencio cuando se impone sobre los decibelios en un evento en el que se supone que el volumen es la razón de ser del encuentro.
Llegó la recta final del concierto, abandonaron las versiones de Triana y se centraron en los mayores éxitos de su propia formación. Así, sonaron Paseando por la mezquita, Necesito respirar y Todo tiene su fin, que provocaron la catarsis colectiva, hecho que evidenciaba que el público que llenaba el recinto eran seguidores de Medina Azahara y no de Triana.
En la despedida, presentaron a los músicos mientras interpretaban extractos de temas tan dispares como Another One Bites The Dust, de Queen, para lucimiento del bajista; Thunderstruck, de AC/DC, para el guitarra, o The Final Countdown, de Europe, para el teclista. Fue el momento en el que el rock de estadios atropelló definitivamente todo lo que podía haber quedado de la introversión y la profundidad originales.









Autor de este artículo

Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.