La sala BeGood está oscura. Y llena. Aparentemente, se han vendido todas las entradas. La señal de un buen comienzo, quizás. Y es que el trio de afrodub Ominira, ganadores del Brot 2017, presentan hoy su álbum debut, Mama (The Yellow Gate Records, 2018). Lo hacen junto con aquellas personas que han colaborado en su nacimiento: el saxofonista Blai Juanet y la vocalista Emma Segura. También con Goliad, un auténtico genio de las mezclas vibrantes, enérgicas y cargadas de sonidos de todos los rincones del mundo. La presentación del trabajo, un auténtico homenaje a la Madre Tierra, ha congregado a más de un centenar de personas que esperan, aparentemente impacientes, que comience el espectáculo.
De momento, pero, el escenario sigue vacío. O casi. Sujeta a un micro, en el centro, hay una máscara blanca, similar a las del Museu de Cultures del Món de Barcelona. No puedo dejar de mirarla, absorta. Las máscaras tienen ese extraño poder de generar una presencia ahí donde se encuentran.
Los focos se encienden, los primeros ritmos electrónicos comienzan a sonar. Les siguen la trompeta, y unas imitaciones casi perfectas del canto de las aves en un bosque. En la máscara y en el fondo del escenario, se proyectan imágenes de un mar de árboles frondoso, por el cual vuelan dibujos de pájaros blancos. Los visuales, obra de la artista Júlia Girós, invitan a adentrarse en un universo mágico. Un espacio imaginario, tan sólo perceptible cuando bailas al compás de la música de Ominira. Cuando te dejas cautivar por las imágenes de naturaleza que se gravan en tus retinas, y ves cómo estas se transforman al compás de la música.
Rostros, manos, camisas y cuerpos quedan en el escenario expuestos a las proyecciones. En ellos cobran vida fragmentos de montaña, de la jungla, de un leopardo, de un colibrí bebiendo el néctar de una flor. Las imágenes forman parte de ellos. Los músicos son ahora como camaleones: son parte de su obra de arte. Son lo que interpretan. El escenario se llena de gotas de pintura de colores vistosos, que fluyen a la velocidad de las melodías de In a few words. Ahora, se ha transformado en un espacio de pura química visual. El movimiento de los líquidos que se proyectan gotea hacia el público y lo incita a moverse, siguiendo las premisas que dicta la canción: “play your own game, take your own way”.
Los temas van sucediéndose, y con ellos, el público viaja a lugares recónditos del planeta. Viajan a bordo de un tren en un paisaje desierto, escuchando la dulce voz de Emma cantando sobre la vida nómada. La gente salta ante la imagen de un enorme sol amarillo, luminoso, y los vivaces ritmos de Sunray. Se contonea sensualmente frente a proyecciones caleidoscópicas tintadas de azul marino, de rosa y de turquesa. Baila con melodías fluidas como el agua. Entra en trance al dejarse llevar por los remolinos rítmicos que crean el djembe, la trompeta, la guitarra, las bases electrónicas y el saxofón.
Hace calor. El sudor aflora en las sienes del público y en la de los músicos. Ya no quedan más temas por tocar. El disco está llegando a su fin, pero nadie deja de moverse. La banda entona ahora una versión de lo que podría ser su manifiesto, Ominira’s Chant. Su base hipnótica, vibrante, retumba por toda la sala, sacudiendo a su paso la masa de público. Su letra define a la perfección lo que sucede: ‘The jungle bloom has catched you and the rhythm trance shakes your blood and shakes your bones’.
Sudorosos, con sonrisas de satisfacción dibujadas en la cara, los espectadores siguen bailando. El concierto se acaba, pero la fiesta continua. Las almas inquietas se encomiendan a Goliad, y siguen balanceándose, aún tocadas por la floración de la jungla musical de Ominira.








Autores de este artículo
Marina Montaner

Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.