A veces lo mejor es pararse en seco y escuchar. Por eso de vez en cuando pedimos a lxs músicxs que se expresen y que cuenten su historia por ellxs mismxs. Sin guión, sin preguntas. Simplemente les damos espacio y ellxs hablan. Hoy es Said Muti quien nos cuenta su historia.
¿Qué soy? ¿A quién va dirigida mi música? ¿Por qué he elegido esta profesión? Tranquilos, no voy a desarrollar un ensayo filosófico para tratar de dar respuesta a estas preguntas. En el fondo, las respuestas son lo que menos me interesa. Prefiero quedarme con el proceso de búsqueda. Amar el camino más que el destino. Esta es mi máxima. Quizás un poco idealizada por cientos de películas y libros, pero me hace sentir bien. Como sempiterno buscador de la felicidad y la belleza la he convertido en mi leitmotiv.
Comencé a hacer canciones sin ninguna razón aparente. Simplemente aporreaba la guitarra en la parte trasera de la casa de mis padres y vomitaba melodías sin mucho sentido. Poco a poco, la cuestión fue empeorando y las canciones mejorando. La ansiedad se apoderaba de mí y sentía un extraño placer en el caos que me provocaba terminar una canción. En ese preciso momento, me sentía pletórico. Después, como en todos los procesos creativos, nadaba sin remedio hasta el fondo para no querer volver a oír nunca más esa composición. La eterna dualidad de la creatividad: en un instante eres dios y al siguiente no sabes ni cómo puedes seguir respirando.
Tras algunos años dando tumbos por bares de mala fama, con guitarras prestadas y cantándole a novias que nunca tuve, tome la decisión. Probablemente, la más importante que tomaré nunca. Había terminado mi diplomatura como maestro y me disponía a continuar con otra titulación. Estudiar se me daba bien aunque en realidad nunca lo hiciera. Mandé todo a la mierda y emprendí un nuevo camino sin saber muy bien caminar. Todo era nuevo y se abría ante mí una profesión que requería pleno estado de conciencia y una capacidad de trabajo sin límites. Aprendí. Simplemente aprendí. Al principio duele pero después acabas riéndote. Las críticas negativas y los ‘nunca lo conseguirás, deberías buscarte algo estable’ te resbalan y solo piensas en seguir dando pasos hacia ese horizonte que te marcaste sin saber muy bien donde estaba.
Al poco tiempo, llego el primer EP Corazones y ceniceros. En estas cinco canciones arrojé por la ventanilla todos los versos y sonidos que tenía en la cabeza. Para ser sinceros, no suena espectacular. Simplemente lleva impresa la libertad y la rabia del momento en el que se compuso y grabó. Tras circular con esta escueta obra, ya estaba preparado (o eso creía). Lo siguiente, fue De tripas rock n roll, un álbum de diez canciones pensadas y grabadas en un estudio profesional en Madrid, a 2500 km del mar de mi tierra, Canarias. No puedo decir que me haya cambiado la vida pero sí que me llevó a pisar escenarios que nunca pensé. Quién le iba a decir al niño de la ventana que acabaría compartiendo tablas con Elton John.
Ahora, abro la puerta de la Habitación 828, mi nuevo álbum. Lo grabé como se deben grabar los discos, en un entorno idílico y con una de las personas que más ama la creación que conozco, Ricky Falkner. Los que lo han escuchado dicen que es una obra madura, reposada y redonda. Quizás, ¿quién sabe? Continuo sin tenerlo claro, dando pasos por la vereda y mirando sin miedo al niño que escribe canciones para mitigar al adulto que lleva dentro. Haciéndole frente a una realidad que se complica por momentos y manteniendo la sonrisa a pesar de la adversidad. ¿De eso se trata no? Seguiré disfrutando mientras pueda de lo que el día a día me brinda e iré allá donde la música me quiera llevar. Al fin y al cabo, no soy más que un afortunado artesano en tiempos veloces.
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