The Band: uno para cinco y cinco para uno

Nos sumergimos en la cautivadora historia de The Band a través de ‘Once Were Brothers: Robbie Robertson And The Band’, el documental dirigido por el canadiense Daniel Roher y coproducido por Martin Scorsese.
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Once Were Brothers: Robbie Robertson And The Band (Magnolia Pictures, 2019) es un documental sobre The Band dirigido por el canadiense Daniel Roher y que cuenta entre sus coproductores con Martin Scorsese. Recordemos que The Band fueron lo más cercano o parecido a The Beatles que hubo en Norteamérica. Y digamos también, para motivar a quienes estén leyendo esto y tienen un DNI donde la fecha de nacimiento es posterior a 1990, o anda por ahí, que su disco de debut, Music From Big Pink (Capitol Records, 1968), el segundo más influyente de la historia del rock según Roger Waters, fue algo así como el OK Computer (Parlophone, 1997) de Radiohead de su época.

O bastante más. Más que Lost In The Dream de The War On Drugs en 2014, por ejemplo. O más que To Pimp A Butterfly de Kendrick Lamar en 2017. Es como decir que acaba de reeditarse el tan difícil de encontrar hasta ahora Fodder In Her Wings de Nina Simone, un disco de 1982, y que a ver cuántos nuevos lanzamientos de estas últimas semanas pueden sostenerle la mirada.

Con Once Were Brothers… estamos ante un documental agridulce, divertido a ratos, conmovedor en otros, interesante siempre por lo que aquel grupo supuso de anomalía, donde Robbie Robertson, uno de los cinco componentes del grupo, es el único que da su versión de la controvertida historia, de tal manera que esta debemos asumirla como sesgada. Cabe recordar que tres de sus miembros ya fallecieron: Richard Manuel en 1986, Rick Danko en 1999 y Levon Helm en 2012. Además de Robertson, queda vivo Garh Hudson. Hay también opiniones de admiradores y gente relacionada con su trayectoria: músicos como Bob Dylan, Bruce Springsteen, Van Morrison, Eric Clapton, Taj Mahal, Ronnie Hawkins, Peter Gabriel y Jimmy Vivino; el director de cine Martin Scorsese, quien también filmó su último concierto, el histórico The Last Waltz (1976); el editor de Rolling Stone Jann Wenner, el magnate David Geffen… Son cien minutos de buceo en una cautivadora historia, mitad tragedia griega, mitad aventura beatnik. Se aprende.

Un santuario, Bach y Muddy Waters

 

Entender a Johann Sebastian Bach y Muddy Waters en la misma frase. Manejarse tan cerca de la perfección como se pudiera sin alejarse del punto de emocionarse. Superar el pasado. Superar también aquel folk de los universitarios que bebían capuchinos. Soñar con encontrar un santuario. Un lugar en el que apoyar la cabeza, sin plataformas petrolíferas. Un lugar donde poder leer las hojas de los árboles y llevar una vida en la que solo tener que cortar madera y golpearse el pulgar con un martillo, una vida en la que arrastrar el arado eterno. Hallar ese santuario en una casa de color rosa en Woodstock y dirigirse hacia él cogiendo el desvío de Bob Dylan.

Trabajar todos juntos en el sótano y escribir desde allí sobre mujeres hambrientas. Sobre romper espejos y perros de agua fría. Sobre cheques falsificados, rubias grandes y tontas, ruedas atiborradas, mejillas en pedazos y quesos en efectivo. Rebelarse y hacer algo que no pudiera ser comparado con nada. Meter la cabeza en la boca del león. Perseguir un sonido y una sensibilidad diferentes cruzando el mismo viejo acertijo y lograr que personajes y circunstancias fueran regresando como un muerto de mediodía: hay que ser cuidadoso con lo que se hace, porque todo vuelve, igual que hay que mantener la armonía en el fondo de la canción, para que esta no se pierda. Asumieron esa carga.

Libérate de tu carga, Fanny, libérate. Libérate de tu carga, Fanny, y ponla sobre mí

The Weight, The Band

4. The Band in ONCE WERE BROTHERS: ROBBIE ROBERTSON AND THE BAND, a Magnolia Pictures release. Photo © David Gahr.
The Band © David Gahr.

Nunca antes, pero ahí desde siempre

 

Suena Music From The Big Pink (1968) y todo cambia. Es como si alguien te hubiera clavado en la pared a través de un cofre. Es música que ha ido a la fuente, al núcleo y al hueso y ha elegido nadar para no hundirse. Te seduce como si no la hubieras escuchado nunca antes y al mismo tiempo como si estuviera ahí desde y para siempre. Son canciones que están llegando a alguna parte. Canciones que pintan cuadros y donde la cohesión es más que la suma de sus partes. Abundan en mitología y evocan la literatura estadounidense del siglo XIX –a Martin Scorsese le recuerdan a Herman Melville– en la misma y dylaniana medida que A Hard Rain’s A-Gonna Fall lo había hecho seis años antes con la antigua balada escocesa Lord Randall y Subterranean Homesick Blues tres años antes con el poema de 1855 Up At A Villa Down In The City, del inglés Robert Browning.

La erosión, el miedo, la amargura

 

Pero en el santuario rosa fue aterrizando la erosión, con su lenta voluntad. Les rasgó algún alma hermosa tan sensible como un pájaro herido y les obligó a lidiar con el alcoholismo y la presencia de la heroína (salir de gira con una maleta cargada). Con las negaciones del drogadicto y el desconcierto de intentar solucionar algo haciendo justo todo lo que no debían hacer.

“Pagaron miles de dólares por cocaína delante mío, esnifé un par de rayas y les dije que en esa mierda había suficiente azúcar y harina como para estar estornudando galletas durante tres meses. Y compraron más” (Ronnie Hawkins).

Apareció ese miedo que muerde fuerte cuando se puede perder algo que comienza a funcionar, algo que ya tiene un aura que eleva la vida. El miedo a que si no se encendían todas sus bujías, todas, no funcionaban. Sus estómagos dejaron de estar tan tranquilos como un lago. Se rompieron por dentro como se rompe un cristal, imposible de unir después para dejarlo tal y como estaba. Último intento: de Woodstock pasaron a Malibú, donde apareció la ambición pura de David Geffen vía Asylum Records. Pero al volverse a cruzar otra vez con Dylan –en la grabación del disco Planet Waves (1974) y en la gira posterior de este, que dio lugar al álbum en directo Before The Flood (1974)– la amargura ya se había instalado en su sangre.

Cuando bailaron su último vals en 1976 bajaron la cortina a dieciséis años que les habían dejado sin aliento. Dejaron atrás el pasado. Mañana sería otro día. Habían estado al frente de dos o tres revoluciones musicales: Les quedaban los recuerdos.

Imagen de portada © Elliott Landy

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