La noche organizada por Voodoo Club en La [2] de Apolo, dentro del ciclo Curtcircuit, ofreció una panorámica, entre tradicional y vanguardista, de la música originaria, u originada, en la cuna de la civilización. No se puede entender ni el blues, ni el jazz, ni el rock, sin mirar al sur. Son la evolución de los cantos originados en el gran continente africano y que van mutando sin perder su anclaje en la emoción y el ritmo.
En el principio fue África, la misma que expoliamos, y que es nuestro origen. Y África mira a su tradición y también hacia al futuro, como quedó demostrado en la jornada protagonizada por Nakany Kanté y Egosex, y en la que los Voodoo Sound System DJs oficiaron de introductores, ofrecieron continuidad entre ambos conciertos y cerraron la velada por todo lo alto.
La noche avanzó de la luz a la oscuridad. La luz vino de la mano de Nakany Kanté, que presentaba su disco de afropop N’nakouda y que ofreció un concierto emotivo, energético y lleno de felicidad expansiva. Con un grupo multinacional con percusiones, bajo y guitarra. Nakany empezó con Mama, la primera palabra que aprendemos, que define de dónde provenimos y que no podía ser mejor alegoría de lo que veníamos a ver. Fue un pase que reivindicó las ganas de vivir, el ritmo y en el que Nakany se mostró como la perfecta maestra de ceremonias, con la sempiterna sonrisa que parecía dedicarnos a todos y cada uno de nosotros. La artista no dudó en ponerse a bailar y, como público, era muy difícil no sucumbir a la llamada por seguir el ritmo, el pulso de la vida. Sin duda, Nakany fue el sol de la noche.
A continuación, el gran neón que anunciaba a Egosex y la instalación de una cinta de correr evidenciaron que la actuación de Wekaforé Jibril y su banda estaría calculada hasta el milímetro. Pasamos, de mirar a los ritmos originarios del continente africano, a su estilización, artificiosa y enormemente sugerente.
Egosex recuerda al glam, a los nuevos románticos, a la entronización del artificio como base de creación del hecho artístico. Y eso no es negativo si se hace con estilo y capacidad. Es evidente que Wekaforé y los suyos van sobrados de ambas cosas, y también de actitud. Pusieron del revés a La 2 de Apolo en una formación de trío, con cantante, saxofonista y batería electrónica y bases.
Como en un muelle de Bristol, con la niebla que se confunde con el mar que se estrella contra el dique. El escenario en sombras, los bajos repercutiendo en la sala y la aparición hipnótica de Wekaforé Jibril, amo y señor de la noche; seductor y entregado a su papel, hipnótico, decadente y enfermizo, como si estuviera preparando los colmillos para reventarte las venas y arrancarte el hálito vital. Fue una gran puesta en escena para su música, también oscura, infecciosa, pantanosa, con ecos de trance, trip hop y todo lo que te puedas imaginar. Una propuesta artística que parece ir creciendo sin pausa.
Mil y unas facetas del continente africano, mil y una formas de encontrarnos con nuestro origen y con nuestro futuro en una noche sugerente que hermanó cuerpo y alma a base del ritmo.
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