Corría el año 1984. Recuerdo como si fuera hoy mismo, el aterrizaje de Simple Minds, junto a China Crisis, en Studio 54 (hoy en día, Paral·lel 62). Iluminado, en esos tiempos, por la elegancia de su magnético pop, acudí a ese concierto con ganas de algo grande. Debo reconocer que salí decepcionado, al igual que con otros shows de grupos similares. Desencantado del movimiento New Wave, en general, aposté por cambiar de trayectoria. Pasadas cuatro décadas, decidí reencontrarme con aquel grupo de Glasgow para comprobar si estaban tan achacados como yo. Su comparecencia en Les Nits de Barcelona (Palu de Pedralbes) lo dejó claro: me han pasado por encima. Es evidente que están más cerca del ocaso que de su plenitud (sus canas y las de la mayoría de los presentes no engañan). No obstante, que les echen un galgo, van a ganar.
Desde su inicio discográfico con Life in a Day (1979), hasta el, nada desdeñable, Direction of the Heart (2022), no han parado de grabar, pero el motivo de la nueva gira, no era presentar las novedades, sino satisfacer a la clientela con los grandes hits de siempre, deporte repetido por cualquier grupo maduro que se precie.
Durante este tour, han ido surgiendo cambios en el repertorio, pero, por lo general, la línea a seguir no ha variado substancialmente. Así pues, las maletas que traían de Mallorca (último destino) llevarían el mismo equipaje, incluyendo, quizás, alguna ensaimada.
En plena forma
Jim Kerr (65) puede haber perdido fuelle vocal, de acuerdo, aunque eso no significa empeorar. El de Toryglen (Glasgow) se ha convertido, con el paso del tiempo, en una especie de pop-crooner de enjundia. Comenzó con las cuerdas vocales algo agrietadas en Waterfront y Once Upon a Time (primer apunte negroide, hubo varios), para después domarlas en Mandela Day y la discotequera I Travel, secundado por Sarah Brown, una cantante estilosa del tipo Tina Turner; en Book of Brilliant Things (primer bis) quedó bien palpable.
Con el público de platea abalanzado desde el minuto uno, Kerr y los suyos acudieron, tímidamente, al medio tiempo (Big Sleep, Let There Be Love), con el único objetivo de rebajar el impulso dispuesto. Porqué, en definitiva, el pensamiento era arrollar. Los guitarrazos del socio (desde 1977) Charlie Burchill en Sanctify Yourself, la incombustible Promised You A Miracle, la proeza lograda con New Gold Dream o el “rush” final alimentado por Someone Somewhere In Summertime, Don’t You (Forget About Me) o los bises (preparados, Kerr cambió de camisa) con el tema de Sarah Brown, ya citado, y esa dupla constituida por See The Lights/Alive & Kicking (delirio desatado), no nos permitieron ni dudar de la pretensión de los protagonistas, ni dejar de mover los pies, las manos o lo que fuera. Buena culpa de ello la tuvo Erik Lujnggren, quien, desde su teclado, participó de modo beligerante en la fiesta montada. En otra dimensión se situó Belfast Child, canción basada en la tradicional She Moved Through The Fair y dedicada al conflicto norirlandés. Apoyado con música regional, Jim Kerr ofreció toda una lección de sensibilidad y compromiso con la causa. Extraordinario en todas sus fases, lentas y arrebatadas. Una maravilla.
¿Son estos Simple Minds mejores que los de sus inicios? Como compositores, probablemente no. De lo que no nos cabe duda, es que si hablamos del término artista total (peliagudo ejercicio), su consistencia es superior. La madurez facilita buenos efectos.
Siguen sin renunciar a su logotipo celta que lució de fondo, cuyo significado es “amor, amistad y lealtad” y al influjo Bowie, del cual procede su nombre, busquen en la letra de Jean Genie y lo encontrarán. Acabaron saludando con Heroes como sonata. Eso es respeto, lo demás sandeces.
Decir que esta actuación me gustó más que la primera, sonaría a nostalgia tonta. Lo que sí diré es que no son despojos ni nada que se le asimile. Un bolazo en toda regla. En esta ocasión, las palmas y el griterío tenían razón de ser.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.