Rough And Rowdy Ways de Bob Dylan es un disco de amor y violencia para tiempos de miedo. Es un pozo profundo donde cada acto es un símbolo. Es la continuación de Tempest (2012), a modo de doble relato de un largo camino hacia la última casa al final del camino. Es un hombre que ha sobrevivido a su vida, en el justo momento en que cree ya saber para siempre quién es. Es un hombre que, mientras asegura estar a “a tres millas al norte del purgatorio, a un paso del más allá”, juega a negar su grandeza. Es un maestro iluminando a sus discípulos.
Del blanco sobre el negro
La primera frase que se escucha en el álbum es “hoy y mañana, y ayer también, las flores están muriendo como mueren todas las cosas”. Desde ahí percibimos que en estas diez composiciones se duerme con la vida y la muerte en la misma cama. “Tengo que admitir que el hombre que disparó a John Fitzgerald Kennedy, Lee Oswald, no sé exactamente qué pensó que estaba haciendo, pero tengo que admitir honestamente que también vi algo de mí en él”, dijo Bob Dylan en diciembre de 1963 mientras recogía un premio. No fue tan lejos como cuando Johnny Cash escribió “maté a un hombre en Reno solo para verlo morir”, pero le abuchearon. Días después emitió un comunicado sobre ese suceso, con una explicación, sin pedir perdón, apuntando que “si hay violencia en estos tiempos, entonces tiene que haber violencia en mí, no soy un mudo perfecto”. Y así era, había mucha violencia en aquellos Estados Unidos. Y mucha era racial.
Por eso en enero de 1964 Dylan publicó Only A Pawn In Their Game, sobre el asesinato del activista negro por los derechos civiles Medgar Evers (en Jackson, Mississippi, el 12 de junio de 1963) a cargo de Byron De La Beckwith, miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos, grupo formado en 1954 para oponerse a, resumiendo, todo por lo que luchaban ciudadanos como Evers. Dice la canción: “Un político del sur predica al pobre hombre blanco ‘tienes más que los negros, no te quejes, eres mejor que ellos, naciste con piel blanca’. Y usan el nombre del negro, así de simple, para beneficio del político a medida que se eleva a la fama”.
Aquel enero de 1964 también publicó The Lonesome Death Of Hattie Carroll, sobre el asesinato de la criada negra Hattie Carroll (en Baltimore, Maryland, el 9 de febrero de 1963) a cargo de William Devereux Zantzinger, granjero blanco del tabaco, “quien la mató sin razón, solo porque de repente se sintió así”. Los tiempos, rezaba el título del álbum que incluye ambas canciones, están cambiando. Pero han pasado 56 años y… no cambian. “Me dieron náuseas sin fin ver a George Floyd torturado hasta la muerte de esa manera”, ha dicho Bob Dylan en junio en ‘The New York Times’, en su primera entrevista en cuatro años.
Del amor sobre el robo
En Rough And Rowdy Ways aquel Dylan que aún no tenía ni 22 años ya ha cumplido los 79. Entre 2015 y 2017 ha aprendido nuevos trucos, con Frank Sinatra en su brújula, para cantar con la voz agrietada con que emergió en Oh, Mercy (1989), pero para hacerlo ya como un crooner sutil, como lo fue Chet Baker y lo es Willie Nelson, con su fraseo situado delante y en el centro de la escena del crimen. También ha seguido cavando en Shakespeare, a quien en 1966 definió como “una reina delirante y un cerebro cósmico de anfetaminas”, y ha ido perfeccionando el gruñido de Howlin’ Wolf, algo, esto último, lo de Wolf, que puede comprobarse en uno de sus flamantes cortes, False Prophet, donde se apodera del tema If Love Is Believing que el bluesman Billy “The Kid” Emerson publicó en 1954 como cara B de un single. Amor y robo, se está escribiendo, juzgándolo, como ya se juzgó en 2003 cuando trascendió que una docena de pasajes del libro Confesiones de un yakuza (1991) del escritor japonés Junichi Saga habían sido utlizadas casi literalmente en Floater, del disco Love And Theft (2001).
Bob Dylan, mitad Pigmalión, mitad Victor Frankestein, lo explicará como el resultado de sus corrientes de prosa de la conciencia, de esa meditación intertextualizada que se nutre de sus guías flotantes del inframundo. Y lo hará sin mirar atrás, como ese “don’t look back” con el que D.A. Pennebaker tituló su documental sobre la gira británica de Bob en 1965. Por cierto, ¿otro amor y robo?: “don’t look back” era el lema del legendario beisbolista Leroy ‘Satchel’ Page (el mejor pitcher de la Negro League y el primer lanzador afroamericano en la historia de la Serie Mundial).
Así que por todo lo dicho en los párrafos anteriores, no ha de sorprender que las últimas frases que se escuchan del poderoso Rough And Rowdy Ways, sean las de “pon Blood Stained Banner, pon Murder Most Foul”. Blood Stained Banner es el nombre de la bandera tradicional de los Estados Confederados del sur estadounidense creada en 1865, tan popular en esa zona a pesar de que apenas tuvo oficialidad. Un símbolo del supremacismo blanco al que un grupo familiar de gospel cristiano de Oklahoma, The Williamsons, fundado en 1969, convirtió en canción en 2012 en su disco Saved (titulado, qué ironía, igual que el álbum que Dylan publicó en 1980 en su etapa cristiana: ¿más amor y robo?). Habrá quien al escucharla pensará que ya tiene más que los negros, pues él nació con esa bandera. La gran náusea sin fin. Y habrá quien preferirá escuchar Murder Most Foul y pensar en el asesinato más asqueroso. Descansa en paz, George Floyd.
Imagen de portada © William Claxton
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