Es sorprendente que una banda que lleva desde 1996 rodando por el mundo se muestre tan ilusionada durante el trascurso de un concierto. Sonrisas cómplices entre el núcleo original de Calexico y con el resto de la banda, que sonó perfectamente engrasada en su primer concierto en nuestro país. Mención especialal merece el guitarrista y cantante Brian López, que demostró sus capacidades con los efectos y el pedal wah-wah, y que fue el guitarra principal buena parte de la noche, con Burns más centrado en su calidad de vocalista y cambiando entre su guitarra acústica y esa preciosidad de Eastwood Airline 59 que es su guitarra eléctrica de referencia desde hace años. Con la motivación y las capacidades de los músicos, no es de extrañar que la noche fuese una absoluta fiesta, con el público bailando sin parar durante las dos horas de la actuación.
Aparte de López, la amplia formación de siete músicos desplegó un igualmente impresionante catálogo de instrumentos como vibráfono, acordeón, teclados, trompetas, bajo y contrabajo, guitarras acústicas y eléctricas… en definitiva, una orquesta dispuesta a utilizar el instrumento necesario para aportar ese matiz sonoro que enriqueciera cada tema. De hecho, hasta Burns y el multiinstrumentista Martin Wenk bromearon sobre la cantidad de instrumentos que éste podía tocar.
Las canciones de su reciente El Mirador centraron buena parte del recital. Siete temas de su última grabación que demuestran el buen estado creativo actual de Calexico. De ellos, el tema homónimo y que abrió el concierto, brilló especialmente desde el inicio, con la fanfarria de trompetas, su ritmo moroso y sus sugerentes cambios de tonalidad, que le confieren ese ambiente de noir fronterizo tan querido por la banda. También hay que destacar Caldera, con un crescendo que parecía no tener final.
Los Calexico también recordaron los álbumes que cimentaron su fama, hace ya 20 años, como The Black Light. Cuando sonaron los primeros acordes de guitarra de Minas de cobre (For Better Metal), recordamos los momentos musicalmente más conseguidos de la banda, cuando la fusión fronteriza tex-mex llegó a su máxima expresión.
Como curiosidad, intercalaron un tema tan aparentemente alejado de su canon estético como el Love Will Tear Us Apart de los Joy Division dentro de Not Even Stevie Nicks, dejando claro que su eclecticismo musical es una de sus principales virtudes.
Además de la alegría contagiosa de Joey Burns, he de destacar la tremenda elegancia y efectividad con la que John Convertino toca su batería vintage. Utilizando el grip tradicional de los músicos de jazz, Convertino ejercía de ancla rítmica de la formación. Sin despeinarse, con discreción, pero con absoluta maestría. No es de extrañar que, en un momento de la noche, su compañero de aventuras se refiriera a “The Convertino Sound”. Es, sin duda, parte fundamental del sonido de la banda.
Despidieron la noche con un generoso bis de tres temas: Sunken Waltz, de Feast of Wire (2003), el disco que los elevó al estrellato; la divertida The El Burro Song, de su último álbum, y Crystal Frontier, de Hot Rail (2000), cuando estaban llegando a su plenitud musical. Fue la forma perfecta de unir toda la trayectoria de una gran banda que, aunque definida como fronteriza, no conoce límites.






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