Lunes postelectoral. El frío empieza a infiltrarse en la capital catalana. En el interior de la sala La Nau se respira cierto abatimiento. Huele a un lunes más agrío de lo habitual. Al rescate irrumpe Katy J. Pearson, joven cantante británica responsable de abrir la lata antes del plato principal de la noche. Su folk-pop jovial le recuerda a quien escribe al de Låpsley, quizá servido con más energía. Dulce entrante antes de la llegada del cantautor californiano.
Cass McCombs arrastra cierta aura de crooner maldito, de artista místico, enigmático y profundo, alérgico a los convencionalismos. Una imagen moldeada gracias a un cancionero inscrito en la melancolía, que circula por ciertos estados alicaídos y con una pronunciación estilística alejada de cualquier cauce comercial. Ese intimismo característico quedó aparcado en un arranque bastante electrificado. El californiano empezó con el mismo tema que abre su último trabajo. El extenso riff de I Followed The River South To What pilló a la mayoría de los presentes mentalmente descolocados, incluyendo unos compañeros de reparto (batería, teclados y bajo) sin compenetrar, puliendo el sonido de sus instrumentos a la espera de que el técnico les diera la óptima adecuación desde su mesa. Esa ecualización idónea, el sonido compacto, empezó a rugir a la tercera, con un The Great Pixley Train Robbery que sonó a country-rock exhumado de los setenta. Le siguió una densa nube sónica con de nuevo la guitarra del protagonista de la velada abriéndose paso. Tras un primer tramo de resonancias eléctricas, la guitarra acústica tomó el relevo: en el folk pastoral de Absentee invocando a la figura de Robert Wyatt, la cual permanecería presente (sumándose al espíritu de Warren Zevon) en la hermosa Real Life.
El tercer tramo del concierto lo encaró desde un ángulo más electrónico: introduce batería electrónica, bases pregrabadas y delays que acentúan una atmósfera paranoica y envolvente en American Canyon Sutra. Giro que mantiene hasta recuperar la compostura roquera con extensiones improvisadas, dilatados riffs de su guitarra eléctrica, y alguna pincelada lisérgica de unos teclados que durante un corte se asimilaron a los de Ray Manzarek de los Doors. También parece citar por momentos a la Velvet mientras anula ese intimismo desolado ligado a su carrera. El estadounidense decide cerrar con uno de los mejores temas de su último esfuerzo discográfico, Sleeping Volcanoes, haciendo así caso omiso a las sugerencias lanzadas por el público. Finalmente se reserva dos temas más para el bis con los que dar lustre a prácticamente dos horas de pericia y rotundidad escénica, sin lastrar ese componente misterioso que convierte su música en un placer insondable y que hace que sus visitas se cuenten siempre como triunfos.










Autores de este artículo

Marc Muñoz

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.