Reconozco que desde que salimos del confinamiento no he ido al teatro, ni al cine ni a ningún concierto. No sabía si escribir esta columna precisamente por eso: no vas a conciertos, ¿pero ahora te vas a quejar de que los cancelen? Pues sí, me voy a quejar. Porque no me parece justo el trato que se le ha dado y se le sigue dando a la cultura durante toda esta situación.
Sillas a dos metros de distancia, geles, adecuada señalización, butacas vacías para mayor espacio entre personas, una puerta para entrar y otra para salir, obligatoriedad de mascarilla… me parece realmente ridículo que en actividades culturales, donde las medidas de seguridad se extreman al máximo, tengan que cerrar su actividad, mientras que bares y discotecas, donde el contacto es mucho más directo y la prudencia brilla por su ausencia, sigan levantando las persianas. Los establecimientos culturales, ya de por sí pertenecientes a un sector precario y de los más afectados por la crisis, han hecho todo lo posible para poder abrir y seguir sobreviviendo: han adaptado sus propuestas, han seguido todos los protocolos, han hecho que disfrutar de un espectáculo sea seguro para todos. ¿Y para qué tanto esfuerzo?
Nos recomiendan quedarnos en casa, pero luego 60 personas montan una fiesta y no pasa nada. Cientos hacen botellón o se lo pasan teta en una rave sin mascarillas ni distancia de seguridad, pero no pasa nada. Los temporeros viven en condiciones pésimas e ideales para transmitir el virus y no pasa nada. Trabajadores en empresas se contagian porque las medidas de seguridad se implantan tarde y no pasa nada. Pero lo primero que hacen es cerrar la cultura a cal y canto. No es justo.
Camino por la calle y veo gente sin mascarilla y realmente, no entiendo nada. Es un gesto muy sencillo, el más sencillo de todos, que te protege a ti y a los demás. Una vez que el Govern pidió que la ciudadanía no se moviese, las colas para irse de la ciudad fueron kilométricas. No me sorprende, no hemos aprendido nada. Y nos volverán a confinar a este paso. Está claro que no sabemos comportarnos. Lo digo con rabia, porque parece ser que no podré ir a conciertos durante mucho tiempo por tanta irresponsabilidad, de unos y de otros, de los ciudadanos de a pie, y de los gobiernos.
Aunque yo prefiera curarme en salud y seguir confinada, eso no significa que no me parezca ridícula la diferente vara de medir que siempre le dan a la cultura, esa a la que parece que no le tienen ningún respeto. Esa cultura a la que si no nos quejamos las personas que intentamos vivir de ella nadie le hace el menor caso. Esa que no es una primera necesidad según algunos ministros. No vamos bien, es cierto, pero ¿por qué la cultura siempre tiene que pagar el pato? ¿Por qué somos el último mono al que nadie le importa un pimiento pero al que luego cuando estamos todos confinados recurrimos para sentirnos mejor? La cultura cura, la cultura es segura. Pero si seguimos tratándola así, al final ocurrirá que no habrá cultura. Y, entonces, ¿qué mierda vamos a hacer?
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