Desde 1999 han pasado muchísimas cosas. Hemos cambiado varias veces de gobierno, nos hemos cargado el planeta, hemos entrado y ¿salido? de una crisis, hemos evolucionado en valores sociales… Con tanto cambio, hay personas, objetos, empresas, y en general usos y costumbres que han envejecido fatal. No es el caso de Estopa. Para empezar que David y José Muñoz no sé qué pacto han hecho con el diablo porque cuesta encontrar las 7 diferencias de cuando comenzaron a rular la maqueta en cassette por el Baix Llobregat. “Vosotros nos habéis visto nacer, crecer, nos habéis visto reproducirnos incluso. Gracias a toda la provincia de Barcelona… habéis sido nuestra familia”, dice David.
Y después de todos estos años y de todos estos procesos, siguen siendo más o menos los mismos y siguen haciendo más o menos la misma música. En un mundo rarísimo de followers, black fridays, siris, startups, contactless, coaches y demás falcatruadas capitalistas, es un alivio volver a escuchar problemas corrientes de pantalones de pana, de pastillas de freno, de señales de fuego, cantados a golpe de guitarra. Se refería José a este concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona como “un viaje al pasado”. Un pasado más sencillo, más casero; menos rápido, menos enrevesado… ‘más amable, más humano, menos raro’, como cantaba Lichis en La lista de la compra.
Un pasado, me imagino, en el que Pepe fichaba en la fábrica a las 7 de la mañana y lo primero que hacía era encender la radio. Y le ponían Pastillas de freno (¿La calle es tuya?, 2004) y ya no se sentía el único currelas puteado. Un pasado, me imagino, en el que Marina, Chus y Julia cantaban ‘acelera un poco más porque me quedo tonto y vamos muy lentos’ yendo a toda pastilla por la autopista fumando como carreteras en un Seat Panda. Mientras, ellos tocaban en La Boite, en Salamandra, en Razzmatazz, en La Cova del Drac… “Eran otros tiempos. Pero aquí estamos, jóvenes, perfectos”, dicen los hermanos entre risas.
El estallido general al apagar las luces erizó brazos. Los cuatro o cinco estruendos que vinieron después, quitaron alientos. “Mare meva!”, exclamaron los de Cornellá. El público, entregadísimo desde el minuto 0, gritaba todas las líneas. Incluso las de Fuego, del nuevo disco homónimo del dúo catalán —que, según decían, está teniendo “muy buena acogida”, aunque ahora sean menos callejeros y ya no hablen de drogas—. Comenzó el concierto igual que comenzó su carrera musical, con Tu calorro, la canción que abre su debut: Estopa (BMG, 1999). 30 temas (Fuente de energía, La raja de tu falda, Partiendo la pana, Ojitos rojos, El del medio de los chichos, Pobre siri, Vino tinto…) en total en un concierto que dio para mucho.
Dio para ir intercalando temas nuevos y antiguos, siendo un show a veces más íntimo —cuando José cantó solo Ya no me acuerdo— y a ratos más cañero y rockero, pero siempre con un poso de rumba. En los bises salieron acompañados únicamente con sus guitarras para “mostrar las canciones tal y como vienen al mundo” —donde fue evidente la complicidad tan enorme que tienen los hermanos, increíble para llevar 20 años trabajando mano a mano—. Y creo que a muchos no les hubiera importado que esa desnudez hubiera estado más presente en el resto del show. Porque su encanto reside en ensalzar lo casero, lo sencillo, lo de barrio; así es como han conseguido conquistar los corazones de la ‘gente corriente’, como dice la canción Malabares (Voces de ultrarumba, 2005). Les quedan todavía algunas fechas en esta gira, incluido un segundo concierto en el Palau Sant Jordi el domingo. Con ese precio —desde 30 pavos— tan accesible y con esa puesta en escena tan emotiva y potente a la vez, es como para no dejarlo escapar. Ya sabes lo que dicen: las penas con rumba son menos penas, morena.










Autores de este artículo

Paula Pérez Fraga

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.