Si gozas del servicio premium de Spotify habrás podido deleitarte hace una semana con su especial de final de año, ya que la plataforma te cuenta cómo has consumido música estos últimos 365 días. Uno de los datos que aporta es la media de edad de los oyentes de tu música. Y esto es interesante: la música se divide en medias de edad. Será por marketing o vendrá determinado por la época en la que hemos nacido, pero es una realidad. Una realidad que, de vez en cuando, se puede alterar. Lo vemos siempre que vienen leyendas como Roger Waters con The wall o los Rolling Stones. La fama, eminencia y trayectoria de un artista son la excepción a la regla. Y, de repente, un día cualquiera de diciembre, una sala que suele llenarse de veinteañeros borrachos cada fin de semana, recibe a un grupo no tan famoso, pero con potencia y encanto. The Excitements, este miércoles 13 en la Sala Apolo, han echado abajo mi teoría.
Una luz tenue y de color rojo pinta las caras de una audiencia variopinta en edad y apariencia, hablando tranquilamente mientras esperan el comienzo del espectáculo. Cambia el tono a naranja y el foco al escenario. La gente, en lugar de quedarse en silencio, aplaude y grita para dar la bienvenida al grupo. Y aparecen todos, un montón de hombres vestidos en el mismo traje, menos Koko, la cantante. Comenzamos con una introducción musical mientras Adrià Gual se pone al micro para dar las gracias a la audiencia e introducir el espectáculo. Tenemos que esperar un poco para que aparezca la maravillosa Koko Jean Davis, pero cuando lo hace, la audiencia se enciende. Dejan claro que vienen a disfrutar de su voz y de su magia. Sale corriendo de detrás de una cortina, y vemos llover del techo de la sala cientos de panfletos blancos en los que podemos leer “get excited you’re alive” (excítate por estar vivo).
El concierto avanza entre temas más y menos enérgicos, todos guiados por la maravilla de performance que nos proporciona la cantante. Nos movemos como músicos de orquesta siguiendo al director. Koko hace con nosotros lo que le da la gana: puede hacer que gritemos, demos palmas, bailemos, o nos quedemos quietos y callemos. Estamos todos en la palma de sus manos. Entre la gente veo a algunos jóvenes tranquilos y otros muy emocionados, veo a personas de unos sesenta años con su grupo de amigos aullando al escenario, para luego mirarse entre ellos y reírse de su comportamiento juvenil. Cuando suena Take it back veo a una pareja en este mismo grupo bailando más pegados de lo que me habría gustado. Esto no es un concierto para ‘gente mayor’ ni ‘jóvenes’, es un concierto para adictos al ritmo de Koko y el resto de la banda, que deberíamos catalogar como un estado mental específico.
Llegada la segunda mitad del concierto, Koko se detiene para hablar sólo a las mujeres. Quiere que sepamos que cada vez que pensemos que nuestro novio nos está hablando mal, lo está haciendo. Que si sentimos que nos está engañando, lo está haciendo. Que si sentimos que piensa que somos estúpidas, en realidad lo piensa. Y escenifica lo que tenemos que hacer en tal caso: suena I don’t love you no more. Vuelve a dirigirnos para que marquemos el ritmo de That’s what you got, y después de una espectacular I’ve bet and lost, Koko desaparece.
Al volver, con un vestido nuevo, revoluciona la sala al ritmo de Let’s kiss and make up. Es el final del concierto, que culmina con Ha, ha, ha. Miro por primera vez el reloj: han pasado casi dos horas desde que empezamos. Nadie lo ha notado. Aquí todos hemos olvidado nuestra edad y lo que supone. Hablamos, nos miramos y nos movemos como queremos. Hemos olvidado que mañana es jueves y la mayoría tenemos que madrugar. Nos importa poco. El magnetismo de Koko ha conseguido que perdamos el sentido general del tiempo. Esto es lo que pasa con la mejor música y los mejores espectáculos. Es por ello que la audiencia de The Excitements es tan heterogénea: llama a emociones universales.






Autores de este artículo

Nadia Dubikin

Mario Olmos
Vinculado a la fotografía desde el siglo XX. En los últimos años he juntado mi locura por la imagen y mi pasión por la música. Me consideran fotógrafo, pero me defino como alguien que deja momentos congelados con la intención de provocar una reacción.