No deberíamos engañarnos, el magnífico estado que presentaron las gradas del Teatre Grec en el concierto de Fatoumata Diawara no es fiel reflejo del interés general de este país por la cultura africana. La marca del evento, muy potente en este caso, ayudó a disimular ese sempiterno déficit. Aplaudamos, pues, con fuerza, la iniciativa del Festival Grec de haberle dedicado la edición de este año.
Fenfo (3ème Bureau/Wagram Music, 2018) el segundo larga duración de Fatoumata Diawara, significa, en el idioma bambara (Malí) “algo que decir”. Un hermoso y comprometido disco que pese haber cumplido ya tres años, todavía funciona como auténtica novedad. Fenfo nos habla de migración, ignominia, injusticia, amor y muchísimas cosas más. Palabras envueltas por un suntuoso velo musical que realza tanto la belleza como el compromiso. En su traslación al directo echamos de menos los arreglos de cuerdas (elemento fundamental de la grabación) factor que desvirtuó el resultado final. El cuarteto africano/catalán acompañante le puso empeño, pero le faltó feeling, cometiendo más de un patinazo.
El mentado álbum fue el eje principal sobre el que giró la propuesta de la artista de corazón maliense.
Actriz, cantante y activista
Fatoumata, quien quiso ser la primera mujer africana en tocar la guitarra eléctrica profesionalmente, domina cualquier faceta artística de modo casi insultante. Su look colorista amaga lo que realmente es: una fenomenal cantante que utiliza sus privilegiadas dotes vocales para narrar, sin cortapisas, los problemas que arrastra su patria desde hace siglos, haciéndonos partícipes de la inagotable belleza que atesora. Con este discurso positivista comenzó un show en el que ella fue la única protagonista. Cantó con frescura, clamó contra la sinrazón, empatizó, jugó con el público cómo y cuándo quiso y bailó hasta el paroxismo. Un esfuerzo titánico de agradecer.
Musicalmente, se abrazaron varios estilos: puro africanismo (en cuenta gotas), blues camuflado y pop rock insípido, aunque muy bailable. En general, la occidentalización se comió a las raíces, lacra demasiado trascendente.
Irregularidades
La voz “sampleada” de Diawara (recurso utilizado en demasía) atraviesa las rocas del edificio interpretando la sensible Don do. Ya sin trucos, la interpretó con extremada sensibilidad, augurando grandes logros; no sucedió del todo así.
Posteriormente atacó con fuerza la blusera Kokoro y lució galones en Timbuktu fasso, tema principal del film Timbuktu (2014). El espectáculo marchaba sobre ruedas hasta que llegaron Ou y’an ye y Kanou dan ye. En ellas, los desmanes guitarrísticos, de tono hard y las locuras psicodélicas del teclista, echaron por tierra lo conseguido en ese prometedor inicio. Parece imprescindible utilizar el trazo grueso para encandilar al personal (a fe que lo lograron), pero según nuestro criterio, atolondra más que ayuda, contamina, no embriaga.
Mejoraron ostensiblemente las cosas en Negue negue, generosa porción de Afrobeat (distinción especial a Fela Kuti) e incrementó la calidad con una majestuosa versión africanizada del clásico espiritual Sinnerman. La utilizó para homenajear a voces hermanas como las de Miriam Makeba, Angelique Kidjo y a la diosa Nina Simone, quien popularizó la canción en 1965. Cover sabroso donde Fatoumata Diawara ofreció una demostración vocal de muchos quilates, lo mejor de la velada junto al bis Anisou, unos derroteros que hubieron engrandecido mucho más la “perfomance”.
Excluyendo Fenfo, los ritmos utilizados en Nterini (drama de la emigración), Sowa o Baoya parecieron más triviales, a pesar de que la montaña barcelonesa retumbase con los desenfrenados bailadores.
Éxito absoluto, a nuestro parecer desmesurado. Las aptitudes de Fatoumata Diawara son irrefutables. Sin embargo, al menos en Occidente, no quiere o no puede desplegar todo el esplendor de su arte enraizado. Quizá por temor al rechazo o a la falta de músicos más adecuados para tales menesteres. A los presentes, hechizados, no les importó.
Como diría Serrat: “contra gustos no hay disputas”.








Autores de este artículo

Barracuda

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.