¿Sabéis que son los hikikomoris? Son jóvenes japoneses que se quedan en casa, casi viviendo como ermitaños. No salen, no se relacionan, se encierran en su pequeño mundo y con ello tienen suficiente. Casi podría decirse que todos nos hemos convertido en un poco hikikomoris en el último año. Aunque claro, no ha sido por voluntad propia como hacen estas personas. Aunque lo parezca, no os voy a hablar del confinamiento ni del virus, pero sí de música.
Hace tiempo que me encuentro con comentarios repetidos que afirman que ya no se hace música como la de antes, que los grupos de ahora no son tan buenos. Y me sorprende. Me sorprende, porque no es en absoluto cierto. Cuando alguien me dice eso, me recuerda a esos jóvenes japoneses que se encierran en sí mismos y no ven más allá de su pequeño mundo. Sí, hay mucha gente que son verdaderos hikikomoris musicales.
Muchas de las canciones del Freeze, Melt tratan sobre esa sensación de soledad y de estar lejos de los demás.
Todos tenemos nuestros pequeños rincones del placer musical. Esos discos que nos han marcado y a los que volvemos una y otra vez. Nos sirven tanto para celebrar las alegrías como para revolcarnos en las miserias. ¿A que sí? Normalmente, suelen ser discos que hemos descubierto durante nuestros años formativos, en la adolescencia. Nos parecen brutales, lo mejor que se ha hecho en el mundo mundial. Y probablemente lo son. O no.
Para mí el Grace de Jeff Buckley es un buen ejemplo. Pero no nos engañemos, a cada generación le ha pasado exactamente lo mismo. ‘Nuestra música’ es siempre la mejor. Esa música nos retrotrae a aquellos momentos y sentimientos. Es inevitable. Forma parte de nuestra banda sonora musical personal. Pero eso no significa que el resto de música sea una mierda. Hay que mantener el radar listo para captar las señales musicales que nos esperan en el mundo exterior. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero yo creo que es todo lo contrario, que no tenerla es lo que nos mata.
Tenía un amigo que afirmaba rotundamente que después de los setenta no se había publicado nada decente. ¡Y ni siquiera había nacido todavía en esa década! Y todo y que hay que reconocer que dentro del rock, los sesenta y setenta son casi un mito imposible de derribar (ni falta que hace derribarlo), hay vida más allá y mucha, por cierto. Me he encontrado con muchas personas así, esos hikikomoris musicales. Les gusta un género, una época determinada, incluso un grupo y no les saques de ahí, porque no hay nada más.
A mi me parece terrible, porque hay tanta buena música por descubrir, tantos grupos y artistas por escuchar. Creo sinceramente que nos faltarían vidas para poder escuchar toda la buena música que se hace. ¿Por qué la gente se aferra tanto a lo bueno conocido y no se arriesga por si es lo malo por conocer? Como decía antes, esos buenos recuerdos con los que asociamos esa música son muy fuertes. Pero eso no significa que cerremos una puerta a nuevas sonoridades. Y si escuchas algo que no te gusta, lo descartas y punto.
Cada vez que una persona me dice que ya no se hace música nueva como antes, oigo truenos y relámpagos resonar en el cielo y los dioses y diosas del Olimpo musical se estremecen. Sí Bowie aún estuviera entre nosotros, le pegaría una colleja amable a cada persona que dijese tremenda perogrullada. Descubro tantos grupos nuevos y buenos que me falta el tiempo para escucharlos.
Hace unos meses escuchaba por primera vez a las impresionantes The Bobby Lees, una banda de garage punk de Woodstoock y al dúo australiano Party Dozen. ¡En en el mismo día! Me puse contentísima a investigar sobre ambas bandas, a leer, a ver vídeos de youtube salivando como una niña pequeña ante un caramelo delicioso.
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En los últimos años he escuchado tanta buena música junta que cuando alguien me suelta la frasecita de marras, me entra una mala leche impresionante. Bandas como Savages, Surfbort, Amyl & The Snyffers son algunos ejemplos. Aún me acuerdo cuando escuché por primera vez a Núria Graham o a Maika Makovski. Recuerdo, como si fuera ayer, la sensación de la primera vez que vi en directo a Seward y literalmente aluciné. Esa sensación de descubrir algo nuevo, algo impresionante. Las pupilas se dilatan, los ojos se te abren como platos, una sonrisa se te instala permanentemente en la boca mientras los escuchas, la emoción te recorre la espina dorsal. Es…casi como un droga.
Mientras escribo esto estoy escuchando mi último descubrimiento: Hennessey, su primer Ep es del año pasado, producido por Jesse Malin. Es el grupo de Leah Hennessey y E.J.O’Hara. Los escuché por primera vez en el programa de Henry Rollins, bendito sea por ser uno de mis grandes dealers musicales. Y que conste que sigo escuchando los discos que me gustaban hace 20 años, pero siempre tengo una puerta abierta a nuevos grupos y artistas. ¡Venid con mamá! ¡Os espero con los brazos abiertos!
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