James Newell Osterberg Jr., el hombre tras Iggy Pop, comentaba hace años en una entrevista que no podía imaginarse subir a un escenario sin causar una impresión en su audiencia. Tras su concierto en el Festival Porta Ferrada, queda claro que, a sus 75 años, sigue siendo fiel a esa máxima. Aunque la decadencia es consustancial a su propuesta artística desde sus inicios, hace más de medio siglo, Iggy Pop hizo de la necesidad virtud y ofreció un concierto vibrante, inolvidable.
Lágrimas entre las primeras filas, una vez acabada la actuación. Lágrimas y sonrisas de felicidad. La reacción de la audiencia no obedecía a haber visto de cerca a un mito arrastrando su leyenda. A pesar de la edad, de los excesos, de sus limitaciones, la felicidad absoluta se debía a un concierto pletórico, que había insuflado nueva vida a canciones históricas.
Ya sabemos que la presencia de Pop es magnética y nos puede hacer olvidar su entorno. Pero en la actual gira de la iguana, la banda que lo secunda es fundamental para conseguir que triunfe su ritual. Un grupo de siete músicos, basado en el equipo que grabó su último disco Free (2019) y que contó con la guitarrista Sara Lipstate, conocida artísticamente como Noveller, y al trompetista Leron Thomas como bastiones. Una creadora de atmósferas sonoras con la guitarra y los pedales y un trompetista de jazz, que también venía acompañado por Corey King al trombón. Es decir, una banda ecléctica, un combo que fusionaba la investigación sonora, la sensualidad del soul y la rabia del punk. No se trataba, pues, de una banda tributo a su pasado sino de una entidad que recreaba las canciones renovándolas y ofreciéndolas tan frescas y apetitosas como el pan recién sacado del horno.
Ya el inicio del concierto presagió que íbamos a ver algo grande. La interpretación por Noveller de su tema Rune, como introducción, añadiendo capas y más capas de sonido sobre una base repetitiva, se hacía eco de la tensión y la amplificaba hasta hacerla insoportable.
Y la liberación comenzó con Five Foot One. Aparece sobre el escenario Iggy Pop, correteando, renqueante, y logra que, en 30 segundos, el caos se apodere del festival. Adiós, asientos reservados. El público corre hacia el escenario, agolpándose ante el foso. Lo que suena no puede degustarse repantingado en el asiento. Hay que sentirlo, bailarlo, sudarlo en una catarsis colectiva de ritmo desatado.
Iggy jalea al público, escenifica ridículos golpes de boxeo, escupe, saca la lengua, se ríe, cae, se levanta, se vuelve a caer, rompe un micro, se ata con el cable de otro. No, no es un patético anciano de 75 años; es un animal escénico en plenitud, es un espectáculo sobre las tablas, un chamán que nos hipnotiza, un nihilista que ha encontrado el sentido a la vida en la música amplificada y el efecto que produce.
El legado de The Stooges estuvo muy presente, con TV Eye, I’m Sick Of You –a la que definió como la mejor canción de la banda–, Gimme Danger, Death Trip, I Wanna Be Your Dog –en la que el paroxismo del público llegó al máximo–. La banda que creó el punk rock también fue la única protagonista de los bises, en los que sonaron Down On The Street, Fun House y la que presentó como Search And Fucking Destroy.
Iggy no quiso olvidarse de sus grandes éxitos creados al alimón con Bowie, como Lust For Life –en la que el batería, Tibo Brandalise, hizó honor al desatado ritmo original de Hunt Sales, y The Passenger. También recordó su crepuscular último disco, Free, con el tema homónimo, Loves Missing y James Bond.
Las canciones sonaron integradas, en un todo orgánico; vibrantes, excesivas, necesarias. Iggy Pop y su banda nos insuflaron energía, nos recordaron qué debe ser un concierto de rock, algo canalla, peligroso, apasionante.
Para cerrar el círculo, Iggy Pop, que había comenzado en la música tocando la batería, se puso al lado de su batería para sentir el efecto del ritmo en la multitud, con la sonrisa en la cara de quien no sólo disfruta, sino que sabe que hace disfrutar.
Saludó al público y se retiró, renqueando, con el puño en alto, sabiéndose no sólo histórico, ni actual, sino eterno.
Y entonces llegaron las lágrimas.







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