Nadie se atreve a estimar el daño económico que va a dejar el coronavirus en la música durante su paso por nuestro territorio. Básicamente porque ningún aventurado puede pronosticar con certeza el tiempo que va a durar la crisis sanitaria más devastadora del último siglo: ¿dos semanas?, ¿un mes?… ¿hasta la llegada del verano? Al fin y al cabo no estamos hablando ni de un contratiempo, ni de una anomalía en el calendario, sino de algo que amenaza con pasar factura en distintos niveles: personales y familiares, ámbito social y estilo de vida, así como macroeconómicos y geopolíticos.
La cultura, castigada por el gobierno, y un sinfín de cancelaciones
Ante este escenario de claro signo agorero, con consecuencias alargadas en el tiempo, uno de los sectores que más se verá damnificado es, como viene siendo habitual, el de la cultura. La enésima bofetada que además llega en el timing más sádico, a las puertas de que los presupuestos (los catalanes, y supuestamente los centrales) dispensaran un pequeño gesto a la siempre menospreciada partida para cultura. Esfuerzos que quedarán volatizados por un virus de signo catastrófico que ha llegado para dinamitar el siempre inestable andamiaje cultural.
Las primeras reacciones ante los tempranos signos de alarma (que vistas con la actual perspectiva resultaron insuficientes y laxativas) durante la fase inicial de propagación en territorio español se llevaron a cabo la semana pasada. La respuesta a ese incremento de contagios fue una serie de medidas adoptadas por el Ministerio de Sanidad y de obligado e inmediato cumplimiento. Una de estas, con afectaciones en el sector ocio, pasaba por cerrar locales de más de 1.000 personas y reducir a un tercio aquellos que fueran de menos de 1.000. Primer jaque del coronavirus a la industria de la música en directo cuyo efecto inmediato fue una riada de notas de prensa informando de la cancelación o aplazamiento de un número considerable de conciertos en la agenda venidera.
Pronto se vio que la medida de limitar a un tercio el aforo para preservar la distancia de seguridad entre asistentes, además de confusa (un parche sin demasiado sentido), resultaba insuficiente para promotores que habían programado conciertos con la perspectiva de taquillas propias a recintos llenos o, como mínimo, con la intención de llenarlos. Así que cualquier concierto, largo y mediano aforo, quedaba anulado o postergado. A día de hoy, con medidas más estrictas que llevan al confinamiento de la mayoría de la población, y con el histórico cierre de bares y restaurantes (algo que se va reproduciendo en otras ciudades del continente ante el avance imparable del virus) la sombra de las cancelaciones se empieza a propagar por todo el calendario primaveral.
No debería sorprender que Primavera Sound, Sónar, Mad Cool, BBK, Festival Jardins de Pedralbes o FIB se sumaran a la rueda de cancelaciones y aplazamientos durante las próximas semanas.
La gran incógnita: ¿Cómo afectará a los festivales de verano?
Una situación que también empieza a contagiar al circuito de festivales. Pese a que ninguno de los grandes españoles (o muy pocos, Viña Rock se han adelantado y ya se han reemplazado a octubre) se ha atrevido aún a tomar una medida que puede resultar entre muy perjudicial y hasta mortal para sus cuentas. Aunque viendo el panorama actual no debería sorprender que Primavera Sound, Sónar, Mad Cool, BBK, Festival Jardins de Pedralbes o FIB se sumaran a la rueda de cancelaciones y aplazamientos durante las próximas semanas.
El precedente ya viene fijado en los Estados Unidos con dos citas muy influyentes. El primero en cancelar fue el SXSW, cuyo director, Roland Swenson, en una entrevista al Wall Street Journal, declaró que las enormes pérdidas que acarrea la cancelación le impiden confirmar con certeza su celebración el año próximo. El otro gran faro en tierra de Trump en materia de festivales de música es Coachella, el cual también se ha visto forzado a modificar los planes iniciales y a desplazarse hasta el mes de octubre. De hecho, existe ya una web que va indicando los festivales y grandes citas que han ido cayendo. Aquí, por el momento, tanto Primavera Sound como Sónar han emitido comunicados subrayando que su voluntad es celebrar los eventos en las fechas naturales pero que están abiertos a cualquier escenario según las disposiciones marcadas por las instituciones sanitarias que velan en este grave asunto del coronavirus en la música.
Ante esta situación tan volátil, y la fragilidad de estas empresas por defenderse ante el excepcional momento en que vivimos, duele imaginar el desafío que entrañaría resolver los crucigramas del booking y cuadrar agendas de artistas en unas nuevas fechas de finalmente impedirse su celebración tal y como ahora está estipulado. Y eso sin tener en cuenta las compensaciones millonarias que puede provocar su cancelación (aunque aquí las aseguradoras juegan un papel determinante).
A la espera de conocer las medidas económicas que toma el Gobierno para paliar los efectos de la crisis en el sector, todos los agentes deberán ajustarse el cinturón ante unas curvas muy pronunciadas.
Efectos negativos (y algunos positivos) del coronavirus en la música
En contrapartida, también hay rayos de luz en toda esta historia. Por ejemplo, las iniciativas nacidas ante la desafiante situación que han empezado a proliferar en el mundo online. Gestos loables para mantener a la gente despejada durante esta tormenta que afecta el ánimo de muchos. Así, el mencionado SXSW ha subido parte de su programa cinematográfico a la nube como medida mínima para incentivar el contacto entre directores, prensa y agentes de compras, y, con suerte, sacar alguna firma de compra y venta. Ya en nuestras circunscripción han irrumpido, en tiempo récord, festivales como el Cuarentena Fest, una programación de conciertos de artistas indie estatales que se puede seguir vía streaming mientras dure este excepcional confinamiento. No han tardado en sumarse, por iniciativa propia, y sin ningún tipo de ánimo de lucro, otros artistas desde sus casas.
Más allá de estos mínimos placebos, el cerrojo que impone el coronavirus a la música en vivo tendrá consecuencias directas para las pequeñas empresas y autónomos que gestionan las salas, así como para los trabajadores que les dan vida, pero también para los músicos que viven de los bolos y el merchandising ofrecido en las salas. A la espera de conocer las medidas económicas que toma el Gobierno para paliar los efectos de la crisis en el sector, todos los agentes deberán ajustarse el cinturón ante unas curvas muy pronunciadas.
Se avecinan tiempos difíciles. Las consecuencias del COVID-19 serán rotundas. Incluso amenazan con dejar marca después de que amaine la tormenta –tanto de requisitos sanitarios en salas, como reducciones de aforo en conciertos y festivales, como otras medidas que eviten un nuevo estallido de propagación–. La luz al final del túnel ahora mismo parece muy lejana, pero llegará. Y cuando se aclare, volveremos a posicionarnos en las filas delanteras para vibrar y saltar. Esas sensaciones y emociones a flor de piel no nos las quitará nada ni nadie.
Imagen de portada © Sam Moqadam
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