Este artículo se enmarca dentro de un especial sobre Rosalía de cuatro piezas (opinión a favor, opinión en contra, su historia a través de sus videoclips y las reflexiones sobre ella a las que hemos llegado tomando un vermut).
Más altura
Rosalía viaja. Viaja por dentro y por fuera: de las entrañas, con todo lo visceral de su música, al Instagram de Kylie Jenner y pasando por mi madre. En septiembre de 2018 trasladaron a mamá, por trabajo, a unas oficinas en un polígono de Hospitalet. Cada mañana cogía dos metros y dos autobuses para llegar y, a sus 57 años y dos hernias discales, estaba bien fastidiada. Esas Navidades se auto-regaló en CD, El mal querer, que detonó semanas de bailes en medio del salón al ritmo de Malamente y enunciados “me voy al polígono” con ilusión (envidiosos dirán que es romantización de la precariedad).
Yo creo que mi madre no sabe qué son “uñas de gel”, ni si la Rusa las lleva. Más que de Camarón, es hija de la movida madrileña y Nacha Pop, pero encontró en Rosalía una adlátere de trayectos a las 7am por gasolineras del Llobregat.
Viajar en todos sus sentidos, también en el de 15 días para “desconectar”. Coger un tren, un avión, o escuchar a Rosalía. Ella, intérprete, evade y engancha. La cantante ha engendrado yonkis de su duende. Tiene mucho fondo, hecho de emoción, nostalgia de infancia y una base literaria (como Flamenca para El mal querer) junto con una mirada propia que le permite reinterpretar contenidos de manera crítica y actualizarlos.
Rosalía no nació en Míchigan
Habemus en este país un complejo quijotesco de héroes. El mismo que hoy sopla banderitas en balcones. El mismo que caricaturiza al español medio tarareando mal una canción en inglés hasta que: ¡Billie Eilish tiene media frase en castellano! Y pronuncia mal Lo voy a olvidar. Toma vuelta a la tortilla.
No me malinterpreten, no pretendo crear ningún tipo de duelo cultural pero es que La Rosalía ha pasado de ser rechazada por Àngel Llàcer en Tu sí que vales a ganar un Grammy. Es significativo porque muchas personas han soñado con la fama internacional y sus únicos referentes han sido Antonio Banderas y Penélope Cruz. Rosalía abre, nos parezca bien o mal, una brecha de representación.
La Rosalía representa un tipo de pensamiento contemporáneo y joven que no tiene prejuicios de estilos musicales ni étnicos.
Fascinada por camiones, parkineo post-colegio y misas con su abuela: el seno del Baix Llobregat es para la Rusa lo que las montañas para Heidi. “Las cosas se han ido radicalizando”, dijo ella en una ocasión, y es que lejos de llevar el flamenco al extremo, reinterpreta, lo que significa crear ideas nuevas. Sant Esteve Sesrovires un lugar mágico, hacer volar lo cañí, sin dogma… Uy, de repente es una idea muy progresista. A quien la llame impostora del flamenco le diría, sin dar ni quitar la razón, que el purismo ya no es una virtud.
La Rosalía representa un tipo de pensamiento contemporáneo y joven que no tiene prejuicios de estilos musicales ni étnicos. Aparece para una generación 2000era que –aunque lejos de haber pasado página– puede permitirse desvincular el flamenco de lo franquista. Lo mismo con el reggaeton: pone un pie en él pero su universo visual y emocional está desvinculado de lo frívolo y básico de dicho género. Crea, de nuevo, fisuras en tendencias herméticas y hechas estrictamente por y para hombres como la música urbana más comercial.
Ya es mucho
Bocanada de aire fresco en estilos como el flamenco o la música urbana. Se relaciona con sus niños serios –El Guincho, C. Tangana, The Weekend, Ozuna, Bad Bunny, James Blake…– con un poquito de consciencia feminista. Llámenme conformista, pero ya es mucho.
– ¡Gira de Rosalía! – Y se nos aparece la imagen de un concierto de estrella del pop. No obstante sus propuestas escénicas huyen del “más es más”. Como dice mi amiga Paca: se pone un diente dorado horroroso y un moño cardao y venga, selfie con Madonna, a petarlo. Cierto es que no ha inventado nada (Cristina Aguilera ya llevaba cueros pastel en 2002) pero su estética ha conformado una polémica de ofendiditos. ¿Peca Rosalía de apropiación cultural “porque mola” y desinterés social por las minorías que está representando, como la gitana? Podemos debatir cuán legítimo es que reinterprete bases flamencas, que reproduzca la imagen de Frida Kahlo, que se venda a tiburones made in LA… Este cóctel suena a Molotov pero está aliñado de coherencia.
La catalana (que es probablemente workaholic) parece tener clara su prioridad: viajar su música lo más lejos posible. Su canto se convierte en universal y ese motivo es, para muchos, suficiente para dignificarla y reconocer su trabajo (sí, aunque no te interese como artista). Porque si mi madre, que no tiene Instagram, conecta con sus canciones todo vale, ¿a que sí?
Imagen de portada © Júlia Puig Banchs
Autora de este artículo
