Existe una nueva generación de creadores que está rompiendo moldes sobre lo que tradicionalmente se consideraba música pop. Su ambición es desmedida, al igual que sus logros, a pesar de su breve carrera. El éxito comercial no es fácil que se pose en ellos, pero eso no es noticia. Cuando aparece un creador con un mundo propio, cuesta que el mundo lo acepte como parte de él. Es el caso de Marina Herlop, una alienígena que, por un momento se hizo humana, en su actuación en La 2 de Apolo.
Marina Herlop es compositora, teclista y cantante. Las letras, en la mayoría de sus temas, son onomatopeyas o agrupaciones sónicas cuya finalidad es dar color a sus melodías, no aportar textos para reflexionar sobre el mundo. Se la podría definir como una creadora abstracta. Sus obras laten en un universo propio, paralelo, diríase que autoexplicativo. Sus motivos musicales y sus acordes son como soluciones a problemas matemáticos que ella misma se plantea. Y, a pesar de su elevada conceptualización, sus composiciones ofrecen una montaña rusa emocional.
Se pudo comprobar durante su concierto en los gritos de liberación de energía que provenían del público en las partes más energéticas de sus creaciones, a las que ella respondía con sonrisas y asentimientos rápidos de cabeza. Si, aparte de la lógica extraordinaria de sus canciones, sumamos una puesta en escena con un cuidado estético exquisito y también de otro mundo, añadimos elementos para sentir que estamos ante una propuesta extrema y extremadamente bella.
Me fascinan las coincidencias que a veces se dan entre los creadores con universos propios e intransferibles, ciertos puntos de contacto que se dirían improbables y que suceden, como si alguien los conectara desde el exterior y los creadores fueran los receptores y transmisores de esos mensajes cifrados que provienen del éter.
Me ocurrió cuando descubrí a la Herlop y escuché la secuencia de lentos acordes de piano de Doiloi, que abría su primer disco, ‘Nanook’ (Instrumental Records, 2016), sorprendentemente cercanos a las armonías de Mark Hollis en The Colour of Spring, el tema que abría el único álbum, homónimo (Polydor Records, 1998), del líder de Talk Talk. Dos creadores con universos propios y realmente diferentes y que, sin embargo, se encontraron en un punto que suena perfectamente integrado en dos propuestas creativas que son disímiles, pero que coinciden en ser únicas. Es como si se hubiera creado un agujero de gusano que conecta dos universos lejanos, pero bellos.
Comentaba al inicio de la crónica que la extraterrestre Herlop se hizo humana, tremendamente humana, por un momento, cuando, al final de su actuación, se dirigió por primera vez al público para darle las gracias por la energía que le había transmitido y, en su improvisada alocución, se preguntó un “ahora, qué”, que siempre está presente en los creadores, que nos ofrecen belleza que han amalgamado a partir de sus originales combinaciones subatómicas, en las que sus protones y electrones son las notas que consiguen unir en equilibrio inestable, pero admirable.
Sea cual sea la resolución de esta encrucijada, hay que reconocer ya que Marina Herlop es una de las propuestas más inspiradas, originales y transgresoras que han salido de nuestros pagos. Mientras la dejamos que explore su espacio interior para que encuentre nuevas flores de otros mundos, rindamos homenaje a la música que ya ha creado, única, irrepetible y admirable.
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