Al terminar una de sus cuidadas interpretaciones, la voz de una enfervorizada seguidora le clama: “Vaya nochecita Mayte”. Aunque el silencio domina el recinto, la cantaora barcelonesa no escucha bien la frase. “¿Perdón?”, le pregunta poniéndose la mano en la oreja. “Vaya nochecita nos estás dando Mayte” repite su interlocutora aún más enloquecida. Un escueto muchas gracias termina la graciosa anécdota que es más importante de lo que aparenta. Mayte Martín no es de las que habla mucho en escena, parece poseída por una timidez que la enjaula y al contrario de otros compañeros de profesión, quizá le impide un contacto fluido con la audiencia. Cierto es que la sobriedad es su rasgo distintivo, pero nos equivocaríamos al pensar que ese talante le lastra encima de un escenario, al contrario. Su seriedad le garantiza concentración, facilitando que las notas fluyan una tras otra, ordenadas como un puzzle indisoluble, brotando perfectas de su garganta privilegiada, a veces desgarradoras, otras delicadas, perennemente emocionantes. La perfección no está siempre reñida con la calidez.
Muchos fueron los astros que se alinearon (no todos buenos) en su actuación en el Teatre Grec de Barcelona donde presentó el espectáculo Déjà Vu, originado no tanto por nostalgia como para reencontrarse jubilosamente con sus creaciones y canciones más queridas. Al astro nefasto no apetece mentarlo, se trata de un virus que nos está amargando la existencia desde hace unos meses, a los otros sí, cometas luminosos abrazados en búsqueda de una noche divina. El genio de la artista y sus fabulosos acompañantes destrozaron al maldito bicho aunque tan solo fuera por dos horas.
La Martín no se vende por cuatro reales ni juega al éxito inmediato. Su carrera es sólida como pocas y lo seguirá siendo mientras el cuerpo aguante. No teman, la brillantez de la voz exhibida es una muestra de que el camino no entiende de finales. Al poderío de la juventud se le ha unido sabiduría (más si cabe) adquiriendo unos registros poco usuales; con esos réditos es prácticamente imbatible.
Tampoco le asustan los retos. Comenzar con En los pueblos de mi Andalucía (Campanilleros), pieza popularizada por La Niña de la Puebla, no es tarea fácil. Mayte Martín lo hizo sin inmutarse, primero sin acompañamiento ninguno, posteriormente con la colaboración de sus dos espléndidos guitarristas: Alejandro Hurtado y José Tomás y las sutiles pulsaciones percutivas de David Dominguez. Un inicio de enjundia para un recital de altísimo nivel, espléndidamente iluminado y sonorizado.
Pasadas las navidades, cogieron protagonismo unas peteneras y con ellas la bailaora Patricia Guerrero, maravillosa toda la velada, con mantón o de rojo chillón, el efecto fue siempre impactante. El reflejo de su sombra agigantada en las paredes del teatro griego remató el mágico momento únicamente interrumpido por el zumbido de un avión, nada es perfecto.
Irrumpió Vidalita (uno de sus mayores éxitos) primer tema extraído de Querencia (Tropical Music, 2000), a la que siguieron unos escalofriantes tientos y tangos rematados por una soleá en la que participó nuevamente Patricia Guerrero.
A medida que transcurría el concierto, la distancia de seguridad exigida a los espectadores pareció ir estrechándose dada la intensidad derrochada. La violinista Marta Cardona y el contrabajista M.A. Cordero se unieron al combo, ampliando con su bella aportación el ya de por sí pulido discurso musical. Con ellos aparecieron Las tres morillas, la impresionante Los cuatro muleros, una farruca instrumental y todas las canciones más esperadas, entre ellas algunas de las que Mayte compuso para sus amores de épocas lozanas: Ten cuidao (una joya de muchos quilates) e Inténtalo encontrar del citado Querencia. El espacio concedido a su primer disco Muy frágil (K Industria Cultural, 1995) consistió en las recreaciones de Zafiro y luna, Navega sola y S.O.S. un milagro atemporal servido como conmovedor colofón.
Mención especial merece la Milonga del solitario, pieza original del grandioso Atahualpa Yupanqui. Nuestra protagonista la presentó como una especie de bicho raro que se había colado casi sin querer, la primera propina de la noche. Esa increíble milonga no tan solo encajaba perfectamente en la selección, sino que es la prueba definitiva de su capacidad como intérprete de cualquier estilo, sea flamenco, bolero, tango o lo que le echen. Lo suyo no es producto de laboratorio, es sentimiento, pasión, sones aparecidos de un alma honda que ella ha redondeado con una técnica insuperable.
La memorable actuación de Mayte Martín desbarató a ortodoxos y heterodoxos y lo que es más importante: logró que ni notáramos las malditas máscaras que nos impiden respirar. Gracias, muchas gracias.
Y no hagas caso de lo que diga la gente, tienen envidia porque yo amo libremente, porque mi amor es como un pájaro silvestre, no se puede enjaular. Y vuela siempre buscando la fantasía…
S.O.S., Mayte Martín






Autores de este artículo

Barracuda

Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.