Japón es un país donde el videojuego es sinónimo de cultura. En los grandes salones de arcade del país no era raro ver cómo gente trajeada aprovechaba la pausa del trabajo para ir a echar una partidita. Así pues, no es de extrañar que la música de videojuegos alcanzara un papel protagonista en la sociedad japonesa.
Se entiende mejor la importancia del entretenimiento digital si observamos la relación entre música electrónica y videojuegos durante los 80. El referente principal es Yellow Magic Orchestra (YMO), un trio que popularizaría temas como Computer Game (1978), provocando que diseñadores y artistas del sector gaming escucharan su discografía para inspirarse.
Con estos temas-tributo, YMO reconocía también la influencia de la música de 8 y 16 bits en su discografía. Un par de pistas de Solid State Survivor (1979) son suficientes para apreciar el nivel de las bandas y maestros nipones del sintetizador en esos tiempos:
El trio japonés aparecería también el primer álbum póstumo de Michael Jackson (con la hasta entonces inédita versión de Behind the Mask) y Ryuichi Sakamoto (uno de los 3 integrantes de la banda) colaboró en diversos proyectos con el mismismo Bowie. Ah, y ganó un óscar junto a David Byrne gracias a la BSO de El último Emperador en 1988, casi nada.
4 canales, un fontanero italiano y un erizo azul
En el primer artículo del monográfico comentábamos como en el 82’ la Commodore 64 ayudó a llegar a un nuevo público en EUA con grandes cambios en el apartado sonoro. Pues bien, solo un año más tarde, la japonesa Nintendo daba a luz a su famosa consola NES, también con sus tres canales para música y uno para los efectos sonoros.
Super Mario Bros (1985) regalaría a los jugadores la primera banda sonora de Nintendo expresamente creada por un compositor profesional, Koji Kondo. Este sería el primero de toda una generación de grandes compositores en formato 8 bits, como por ejemplo Yuzo Koshiro (Sonic) o Nobuo Uematsu (Final Fantasy).
Sería también en los 80 cuando empezarían a comercializarse las BSO de videojuegos. Justo entonces Nintendo conocería otra competidora muy a tener en cuenta en el apartado musical: Sega.
Su Megadrive y títulos como Sonic o Streets of Rage (ambas BSO de Y. Koshiro) dejarían algunos de los temas más recordados del panorama chiptune:
Playstation y el truco del CD
El lanzamiento de la Playstation (1994) por parte de Sony supondría otro gran cambio en el apartado sonoro de las consolas. En primer lugar, porqué el salto generacional (con una CPU de 32 bits que ofrecía experiencias tridimensionales) también daría paso a nuevos formatos, dando por finalizada la fiebre del género chiptune.
En segundo lugar, la llegada del CD hizo que la industria se despidiese de los cartuchos. Los cassettes (o cartuchos) tenían un coste bastante elevado y sus fabricantes exigían a las desarrolladoras una reserva previa de unidades, ‘a menudo incluso antes de terminar el juego’ según declaraciones del CEO de Playstation Jim Ryan.
La agilidad del formato CD abriría la puerta a títulos más experimentales para la consola de Sony, llamando la atención a un público más amplio: Tony Hawk’s Pro Skater (1999) para los skaters, Dance Dance Revolution (1998) para amantes del baile… o incluso un videojuego que llegaría a colarse en los grandes clubes y discotecas de todo el mundo…
Wipeout 2097: el amigo europeo de Sony
Con esta nueva filosofía de recuperar al público joven (algo que sucede a menudo en la industria), Playstation pondría Europa en su punto de mira. Y que mejor manera de entrar en escena que creando un entramado musical de lujo para un título de carreras futuristas, a base de grandes deejays y artistas de subgéneros como el jungle i el drum’n’bass británico.
Wipeout 2097 (desarrollado por Psygnosis en 1996) sería al vehículo perfecto para aterrizar en el viejo continente apostando fuerte por la banda sonora de base electrónica. Con temas de Chemical Brothers, The Prodigy, Future Sound Of London o Daft Punk, este videojuego llegaría a jugarse en salas de más de 52 clubes (solamente en el Reino Unido), de la talla del Ministry of Sound o patrocinando eventos y festivales como el de Glastonbury.
Algunas grandes producciones japonesas también se beneficiarían de esta apuesta de Sony por géneros igual de populares en el viejo continente. Quizás os suena Tekken (1996), con una BSO firmada por Dillinja o Lemon D, referentes de la escena electrónica de los 90 en el Reino Unido.
Versiones clásicas para los clásicos
Los años 2000 recogerían el éxito musical de campañas como la de Wipeout, y otros grandes temas para Resident Evil, Silent Hill o Tomb Raider. El compositor Harry Gregson Williams, con un amplio bagaje componiendo para Hollywood, crearía Can’t Say Goodbye to Yesterday para sorprender a todo el mundo con este temazo de jazz en Metal Gear Solid 2 (2001).
Quedaba claro que las limitaciones de software y hardware que marcaron los orígenes del videojuego ya no existían. Músicos y artistas profesionales tenían su propio departamento, colaborando a menudo con orquestas enteras. Utada Hikaru para Kingdom Hearts, Andy Hale para L.A. Noire o Jordan Reyne and Michael A. Levine para Resident Evil, son algunos ejemplos de la importancia que han llegado a tener las BSO en los últimos años y lo variados que pueden llagar a ser los géneros musicales que se utilizan en los videojuegos.
Autor de este artículo