He de confesar que anoche, esperando la larga cola que conducía al lobby del Palau de la Música Catalana, tenía un cierto temor a que cubrir un concierto como el de Sílvia Pérez Cruz y Javier Colina Trio me viniera un poco grande; este iba a ser el primer concierto de jazz al que atiendo y, para ser honestos, el bagaje que tengo con respecto a esta música se limita a la banda sonora de Twin Peaks, un disco de Bill Evans y un par de grupos de post-rock tirando a pretenciosos. Sin embargo, el miedo a salir de allí con las manos vacías y sin saber qué escribir se esfumó a los pocos minutos de concierto. Hubo mucho que contar anoche, aficionado al jazz o no.
Los primeros en subir al escenario fueron el trío de músicos: Albert Sanz al piano, Marc Miralta a la batería y, por supuesto, Javier Colina al contrabajo. Tras recibir la cálida bienvenida del público interpretaron una pieza instrumental como preludio, dinámica y divertida, creando en el momento el tono para el resto de la noche, practicando la comunicación entre ellos y dando tan solo una pequeña muestra de su talento.
Pasada la segunda de varias rondas de aplausos y vítores tocaba la presentación de la “iluminación” de la banda, en palabras de Colina, “la luz de Sílvia Pérez Cruz”, que comenzó cantando Debí llorar, tema de apertura también de la única referencia del conjunto hasta la fecha, En la imaginación. En los momentos de cantar, Sílvia se muestra completamente dedicada a su público, gesticulando efusivamente hacia él, haciéndolo partícipe; en los de silencio, se pasea alrededor de sus compañeros, bailando al ritmo, de puntillas, fijamente admirándolos o simplemente escuchando la música de cuclillas.
Le siguieron un amplio repertorio de “canciones de desamor con dignidad”, en palabras de la cantante, interpretadas siempre con cariño, pasión y con un espíritu lúdico de probar distintas cosas y de pasárselo bien en el proceso, que fue recibido con ronda tras ronda de aplausos y ánimos, al principio, mitad y final de cada canción, celebrando cada solo y cada momento de brillantez.
La velada avanzó mientras el conjunto desplegaba su repertorio, mutando en cuarteto de manera ocasional con la subida del saxofonista Perico Sambeat a la tarima. Colina y Cruz tuvieron en su interpretación de Ella y yo un momento a solas; un precioso dueto acompañado instrumentalmente tan solo de contrabajo.
En la imaginación, tema compuesto por Marta Valdés, aportó lentitud y un juego de texturas inquietantes por parte de Marc Miralta. Sonaron composiciones de José Padilla, Óscar Hernández, Virgilio y Horacio Expósito y la mentada Marta Valdés, nombres en los que Javier Colina incidió al ser la “comida” de la que músicos como él se alimentan.
Tras más de dos horas, tocó cerrar un espectáculo lleno de una ilusión que se contagiaba del escenario a la platea, de admiración entre cada uno de los artistas allí presentes y, sobre todo, del juego de tocar música.





Autores de este artículo

Miguel Lomana

Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.