Empecemos por una confesión: aunque el nombre de The Black Angels me sonara vagamente, hasta antes del concierto que nos ocupa nunca me había parado a escucharlos. Si decidí ir a su concierto fue realmente para sustituir la baja de un redactor y porque un amigo (este sí, verdadero fan del grupo) iba a estar también presente. Y porque, al fin y al cabo, nunca está de más un concierto entre semana para variar un poco la rutina.
Tomando como preparación una escucha al álbum que venían a presentar, Wilderness of Mirrors (Partisan, 2022) y un vistazo en Internet a la setlist de su anterior concierto en el Teatro Eslava de Madrid (de 22 canciones —espera, ¿cuánto duran las canciones de estos tipos?—), llegué a la Apolo justo para pillar el comienzo de los teloneros Black Market Karma, psicodelia espacial perfecta para ir preparando los oídos a lo que estaba por llegar.
Lo que vinieron después fueron casi dos horas de puro rock psicodélico con todos los delays, reverbs, sonidos de mellotrón y riffs pesados de guitarra que uno pudiera desear, un concierto diseñado para sus seguidores fieles y para convencer a novatos en la materia como yo, que tal vez no sabían dónde se estaban metiendo.
En la oscuridad
Como todo grupo que priorice la atmósfera que se precie, los miembros de la banda se mantuvieron durante todo el concierto bajo sombras, cinco siluetas recortadas sobre el juego de luces rojas y, al fondo, una pantalla grabándolos a ellos y a sí misma en un bucle infinito. Como toque final, sobreimpuesta a la pantalla, toda una serie de efectos analógicos y glitcheados que se combinaban con el feed de la imagen en directo. La ambientación hablaba por ellos, en silencio durante prácticamente todo el concierto, excepto por sus canciones, claro.
Empezando por You on the Run, primer tema de su disco Directions to See a Ghost (Light in the Attic, 2008), los primeros golpes de guitarra sumergieron la sala Apolo en una atmósfera lenta y untuosa, de rock psicodélico vintage y pesado, que prosiguió durante el pasaje dedicado a su nuevo disco, tocando El jardín, Icon e History of the Future para regresar después a Manpiulation, de su debut Passover (Light in the Attic, 2006)
Descanso y segunda parte
Inmersos, como estábamos todos, en el trance invocado por los tejanos, uno podía cerrar los ojos y fácilmente perder la noción del tiempo, perdido en la música. Cuando pararon a los 50 minutos para abandonar el escenario, por mi cabeza pasaba un “¿ya estamos en el final, tan rápido ha pasado?”. Pero es que lo que se venía no era un bis al uso, si no más bien un intermedio; quedaba por delante todavía la segunda mitad del concierto. Quien fuera esperando una recta final que se fuera preparando, que quedaba todavía leña por cortar.
Esa parte dos, que repasó temas de toda su discografía, encaró su final, ahora sí, con Young Man Dead, su canción más grande con diferencia (al menos según Spotify), y el ‘bluesazo’ de Haunting at 1300 McKinley, un breve pero intenso chispazo final.
Personalmente, un servidor salió convencido, sí, pero agotado, de la odisea musical que prepararon The Black Angels para su público. Mi amigo, el fan, el que de los 18 a 22 años este fue su grupo favorito, se encontraba en el séptimo cielo al acabar el concierto. Misión cumplida por parte de los tejanos, está claro.





Autores de este artículo

Miguel Lomana

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.