Los grandes artistas acostumbran a quedar atados a sus obras más emblemáticas. Trabajos que constituyen un antes y un después en sus trayectorias musicales e incluso en sus vidas. Discos emblemáticos que acaban siendo un retrato casi generacional. El álbum debut de Elvis Presley (RCA, 1956), que convirtió el rock and roll en un fenómeno de masas; el Kind of Blue (Columbia, 1959) de Miles Davis que resultó la sublimación del jazz trasladado a un estudio o el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Parlophone Records, 1967) de The Beatles, que supuso la introducción de una serie de técnicas revolucionarias de grabación son algunos ejemplos.
También lo son I Put A Spell on You (Philips, 1965) de Nina Simone, que rompió barreras de género y situó las voces femeninas en el lugar donde merecían estar; el Highway 61 Revisited (Columbia Records, 1965) de Bob Dylan, que transformó la estética de la canción de autor desde el sonido folk acústico hasta el sonido rock más distorsionado y eléctrico; o el Like a prayer (Sire Records, 1989) de Madonna, que redefinió el sonido pop en vísperas de los 90.
A lo largo de los años se han vertido ríos de tinta teorizando y analizando estos álbumes históricos. Ahora bien, en el mundo de la música existe un fenómeno incluso más interesante. Grandes discos que, por un motivo o por otro, no cuentan con el crédito que merecen dentro de la trayectoria de ciertos artistas. Auténticas perlas musicales que han caído en el olvido colectivo, a menudo opacadas por otras grandes obras de un mismo autor. Repasemos alguno de los casos más destacados.
Pocos artistas han sido capaces de construir una obra más densa, completa y madura a una edad tan temprana como Kendrick Lamar. El artista californiano ha dejado algunos de los álbumes más importantes de la música en lo que llevamos de siglo, obras como good kid, m.A.A.d city (Top Dawg, 2012) o To Pimp a Butterfly (Top Dawg, 2015) que le han valido varios premios Grammy. Siempre con un potente y combativo discurso social, que proyecta alrededor del globo un intenso orgullo de pertenencia a la comunidad afroamericana, su manera de ver el mundo y la patente discriminación que sufre en los Estados Unidos. Entre estos álbumes de relumbrón, se esconde uno menos conocido pero igual de brillante: untitled unmastered.
Como su propio nombre indica, untitled unmastered. es un disco sin títulos y sin masterización. Sin ser una mixtape, se trata de una recopilación de demos que se grabaron durante las sesiones del To Pimp a Butterfly. Los ocho cortes que lo forman se identifican por su fecha de grabación y se construyen alrededor de una instrumentación basada en baterías, bajos, sintetizadores, pianos y saxos. El álbum mezcla texturas propias del hip hop más alternativo, con ritmos funk, trazas de jazz y de soul. Además, Kendrick Lamar cuenta con la colaboración de voces como Jay Rock, Anna Wise, SZA o Cee-Lo.
Entre las piezas más destacadas del álbum están la reivindicativa Untitled 05, que retrata el tratamiento que reciben las minorías raciales en los Estados Unidos; Untitled 06 que fluye entre el jazz y la bossa nova con unos espectaculares coros de Cee-Lo y Untitled 07, una psicodélica y oscura jam simulada de más de 8 minutos de duración en la que Lamar se enfrenta a sus fantasmas haciéndonos recorrer todas las texturas de su música.
untitled unmastered. es un álbum breve (tan solo 34 minutos) pero intenso, que expone la versión más cercana, visceral y libre de artificios del artista de Compton. Una obra a menudo olvidada pero de una calidad indiscutible.
Aunque parezca difícil de creer, existe Rosalía antes de Rosalía. Antes de convertirse en la más importante e influyente icono del pop global que este país haya dado jamás al mundo, antes de su explosión con El Mal Querer (Columbia, 2018), Rosalía nos dejó Los Ángeles, un álbum sobrio a la vez que redondo, una ‘opera prima’ que desprende una inusitada madurez artística y que hace mantener la respiración al oyente durante sus casi 50 minutos de duración.
Los Ángeles es un álbum conceptual, en el que la muerte es la protagonista. En él se reinterpretan una serie cantes clásicos del flamenco que, tras los arreglos y la exquisita producción de Raül Refree, suenan como auténticas canciones pop. Cierra el disco I See a Darkness, el único corte en inglés de la obra que es una versión del conocido cantautor norteamericano Bonnie “Prince” Billy. En su totalidad, Los Ángeles es un punto de encuentro entre lo antiguo y lo nuevo, entre la tradición oral de la música popular y el eclecticismo y la globalidad contemporánea.
Exhibiendo su poderosa e inconfundible voz, y con tan solo la ayuda de los arreglos del mencionado Refree a la guitarra, Rosalía explora con gran sensibilidad y emotividad aspectos como el dolor, la incertidumbre, el miedo o el duelo, elementos a menudo considerados tabú, pero que acompañan siempre a la muerte en su concepción como uno de los misterios más irresolubles de la condición humana.
Entre las doce piezas que forman Los Ángeles destacan la frenética montaña rusa que es De Plata y Nos quedamos solitos que retrata la visión más infantil e inocente de la muerte de una persona cercana.
Es innegable que Bob Dylan es uno de los artistas más influyentes del siglo XX. A lo largo de sus más de 30 discos de estudio, ha ejercido de cronista de los acontecimientos más importantes que han sucedido en Estados Unidos y ha desarrollado un universo simbólico, lingüístico y también metalingüístico propio e inimitable. Tanto, que en 2016 la Academia Sueca decidió concederle el Premio Nobel de Literatura, en una decisión que, como todo lo que ha implicado a Dylan durante su excéntrica carrera, despertó reacciones de todo tipo, la mayoría basadas más en la visceralidad que en la reflexión.
De la casi inabarcable obra del cantautor quiero destacar el casi desconocido New Morning (Columbia, 1970). Lanzado tan solo 4 meses después del polémico Self Portrait (Columbia, 1970) que fue absolutamente despedazado por la crítica, en el New Morning el cantautor norteamericano recuperó su habitual timbre de voz nasal que había abandonado desde que en 1966 sufriera un grave accidente de moto que casi le cuesta la vida. De hecho, el periodista de Rolling Stone encargado de valorar este trabajo, Ralph Gleason, decidió titular su reseña con un directo “Tenemos a Dylan de vuelta”, lo que deja claro cómo fue recibido este trabajo en el momento de su lanzamiento.
Alejándose del tono más apagado que había marcado sus últimos trabajos, Dylan nos regala un álbum luminoso y optimista. Con una mezcla de folk, blues y country perfecta para una mañana de fin de semana. El trabajo arranca con If not for you, una canción de amor grabada originalmente junto a George Harrison aunque esta versión finalmente quedaría descartada de la edición final del disco (George Harrison la lanzó también por su parte en su genial álbum All Things Must Pass).
También destaca Went to see the Gipsy que, según muchos teóricos ‘dylanianos’, narra el misterioso encuentro del bardo de Duluth en un hotel con el mismísimo Elvis Presley. Una teoría que, obviamente, el propio Dylan se encargó de desmentir décadas después.
Finalmente, también brilla con luz propia The Man in Me, que vivió una segunda juventud en 1998 cuando los hermanos Coen la eligieron para formar parte de la banda sonora de El gran Lebowski y quedar para siempre ligada a uno de los mejores personajes que ha dado nunca el cine como es El Nota.
Opacado por la alargada sombra de bombazos comerciales como fueron Favourite Worst Nightmare (Domino, 2007) primero y AM (Domino, 2013), Humbug es uno de los álbumes más interesantes de la carrera de los Arctic Monkeys, sobre todo, porque marca un antes y un después en la trayectoria de los de Sheffield.
Para Humbug, los Arctic Monkeys contaron por primera vez con la producción James Ford, con quien Alex Turner ya había trabajado un año antes en la edición de The Age of the Understatement (Domino, 2008), el álbum debut de su proyecto paralelo The Last Shadow Puppets. Además, durante el proceso de elaboración, la banda también trabajó codo con codo con Josh Homme, guitarrista y voz de los afamados Queens of the Stone Edge, que escribió junto a Turner muchas de las letras y coprodujo el álbum.
El Humbug significa un giro estético y musical radical en la carrera de los Arctic Monkeys, hecho que no fue del todo bien recibido por un sector de sus seguidores. En el álbum se puede observar desde un cambio en el timbre y la dicción lingüística de Alex Turner, hasta una disminución palpable del tempo musical, que pasa de ser frenético a mucho más pausado. La formación pasa de una agresividad musical que flirteaba con el punk y el britpop, a un estilo mucho más oscuro y nocturno, cercano a corrientes como el stoner rock o incluso el grunge norteamericano.
A nivel lírico, el Humbug también constituye un cambio en Alex Turner como letrista. El cantante muta su estilo directo y su cotidianidad hacia uno nuevo mucho más críptico y basado en las metáforas. Como parte de esta transformación, también cabe destacar la introducción de nuevos elementos en su sonido como las steel guitar, los vientos y nuevas percusiones melódicas como xilófonos.
Con todo, Humbug constituye una pieza de rock duro de sonido casi desértico, muy influenciado por la sensibilidad musical de Josh Homme, cuyas huellas se detectan a lo largo de los 10 cortes que lo forman. En él también se pueden a empezar a vislumbrar elementos que tiempo después se han convertido en característicos del sonido de los británicos, como los coros en falsete o las guitarras llenas de reverb. Y es que como escribió Mike Williams en NME, “si Arctic Monkeys no se hubieran adentrado en el desierto con Josh Homme para grabar el Humbug, no podrían haber hecho el AM”.
Erotica de Madonna ha sido siempre considerado uno de los discos más polémicos de la controvertida diva del pop. Lanzado en 1992 junto a un libro titulado Sex (este sí fue un auténtico bombazo en ventas) también escrito por la norteamericana, el alto contenido sexual explícito que incluye el álbum fue muy discutido en la época, motivo por el que no fue justamente valorado por la crítica.
De hecho, Erotica es un disco conceptual que explora múltiples elementos asociados al sexo y al deseo. Cuestiones como el romance, la provocación, la insinuación, la atracción física o el propio acto sexual (en todas sus modalidades posibles) están reflejadas a lo largo de las 14 canciones que la forman. A nivel musical, el álbum flirtea entre el pop y el house, con texturas también de la música lounge y dance.
En el álbum, la ‘Reina del Pop’ introduce un alter ego llamada Mistress Dita, basada en la imagen de la actriz alemana Dita Parlo y que ejerce de guía durante una continua exhibición de escenas sexuales que fluctúan desde lo carnal hasta lo espiritual. Además, incluye pasajes muy personales e introspectivos en los que Madonna reflexiona sobre la relación entre el amor y el sexo o sobre temas en aquel momento tabú como eran el sida, el sexo oral o las relaciones homosexuales e interraciales. No hay que olvidar que el disco fue publicado meses después de que la propia Madonna perdiera a dos de sus amigas más cercanas por culpa del sida, virus que hizo estragos en los Estados Unidos a principios de los 90.
Es un trabajo provocativo, que acabó de situar a Madonna como indiscutible icono pop con aires de enfant terrible en un contexto (inicios de los 90) en que el puritanismo y la moral cristiana eran la mentalidad socialmente más aceptada en los Estados Unidos.
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