Debido a la pandemia COVID-19, la mayoría de artistas elaboraron sus proyectos con arreglos sencillos, producto de las escasas posibilidades ofrecidas por tan crudo periodo. Joe Henry se les apañó (fruto de su prestigio y amistades) para crear un disco que se apartara de esa trivialidad. Dos decenas de músicos colaboraron en la confección de All the eye can see (Ear Music, 2023). Como pequeña muestra, destacamos a los habituales Patrick Warren (teclados), David Piltch (bajo), Jay Bellerose (batería) y Evon Henry en el saxo y clarinete. La lista fue completada por Bill Frisell, Marc Ribot, Daniel Lanois, Allison Russell o Madison Cunningham, hasta llegar a la excelsa veintena de la que hablábamos. El resultado del esfuerzo acabó en otra maravilla dónde el tono introspectivo prevaleció en toda la grabación. Fastuoso.
Era de prever que en el tour de presentación, Henry no utilizaría a una gran orquesta (nunca lo hace) sino que optaría por el tono austero, característico de sus directos. Así fue.
La soledad de un genio
No le favoreció, para su apuesta intimista, ni un recinto tan grande como el del Paral·lel 62, ni, por supuesto, la escasa asistencia; no se llenó ni media platea. Desgraciado hecho en el que no vamos a perder tiempo, cuando las cosas no tienen remedio mejor dejarlas arrinconadas, aunque sí vale la pena seguir reflexionando sobre ellas en privado.
El de North Carolina hacía nueve años que no pisaba Barcelona, concretamente su última actuación aconteció en la sala Luz de Gas el 5 de julio de 2014. Desde aquella gloriosa representación, han aparecido cuatro discos nuevos, no ha dejado de producir para artistas como Allen Toussaint o Joan Baez, entre otros, sufrió (nadie se escapó) la dichosa pandemia y sobre todo superó un cáncer que por suerte parece haber desaparecido del todo. Cerca de la parte final del concierto hizo referencia a la enfermedad padecida sin dramatizar demasiado, aunque le saltaron las lágrimas, momento emotivo que turbó a los presentes, muy ligados a las aventuras y desventuras del prodigioso cantautor.
A pesar del poco público y el vacío en que nos hallábamos, Henry consiguió esa anhelada camaradería a base de ese poder narrativo único que posee y unos estupendos arreglos minimalistas, nada convencionales, que se forjaron, básicamente, con las sutiles intervenciones de su hijo Evon (el hombre orquesta), tanto en los vientos como en el piano. No hace falta subrayar el habitual buen hacer de Henry con su inseparable guitarra acústica y en alguna incursión pianística.
La noche arrancó con los agradecimientos del protagonista y esas ganas (se le notaron en todo instante) de iniciar su periplo español que iba a continuar en Bilbao y Madrid. A la preciosa Song that I know, segunda pieza de su reciente creación, le siguió la más animada Like she was a hammer de 1999 (ya con Evon en escena) y la sublime This is my favourite cage de 2009 (“This is loveliest tumble for grace. Into the arms of what is unbound, you set me to falling and I never touch ground”).
Acostumbramos a buscar similitudes entre artistas, en ocasiones acertadamente y otras rozando el disparate, con Joe Henry eso es imposible, no existe otro como él. Buscaríamos coincidencias en estilos y tampoco las encontraríamos. Cierto es que el country folk es la base inspiradora, pero ese juego donde el jazz se mueve con soltura, es inimitable, Sold sería un buen ejemplo: “I don’t need to see the sun, there’s no reason. I’m already sold”. Insistimos en las letras porqué es donde se basa su gran poderío. Líricas que, según sus propias palabras, nunca sabe muy bien el lugar de procedencia ni porqué comparecen. Surgen solas cual agua de manantial. Ese es su gran dote: la inspiración instantánea.
Antes de encarar Mule (enésima joya) nos habló del silencio, esa cosa tan difícil de encontrar hoy en día e importantísima para la serenidad de nuestra mente. Quietud que encontró al componer Karen Dalton, Kitchen door o All the eye can see, maravilloso tríptico incluido en el postrero LP.
A nuestro admirado cantautor no le gusta, en exceso, escribir sobre política, pero en 2007 no tuvo más remedio que hacerlo dadas las críticas circunstancias sociales que vivía su país. Con una esplendorosa introducción (no fue la única) presentó Our song, tema perteneciente al ábum Civilians de 2007: “This was our country. This frightful and this angry land. But i’ts my right if the worst of it might still, somehow make me a better man”.
Evon Henry, estuvo espléndido todo el concierto. Nos gustó esa diferencia de estilo, tanto en el vestuario como en el concepto musical; lo moderno lúcido abrazándose con el teórico clasicismo. Feliz hallazgo. Su contribución en el apoteósico final fue de campanillas.
En él sonaron Fact of love, Eyes out for you y Orson Welles. Enlazándola con el homenaje al cineasta, nos puso la piel de gallina cosiendo una estratosférica versión del Listen to the lion de Van Morrison. Detalle que valió por todo el espectáculo y que demuestra el respeto de un artista hacia los admirados colegas de profesión; con el baúl de perlas que contiene su cancionero no le hace falta introducir covers, se lo aseguramos.
Por si fuera poca la emoción vivida con el rugido del león, en un final para el recuerdo, rindió homenaje a Cole Porter con una interpretación portentosa de I’ve got you under my skin (1955) que apareció diez años antes que Like a rolling stone de Bob Dylan, otra composición que le trastocó en todos los sentidos. Sin palabras.
Monumental función de Joe Henry que ya lucha por el premio al mejor concierto del año. En realidad, cada vez que sube a un escenario lo es. Eminente.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.