La historia de Tequila arranca en 1976, apareciendo su primera y centelleante grabación, Matrícula de honor (Novola, 1978), dos años después. Doce temas de refrescante rock’n’roll, deudor de The Rolling Stones, que los lanzó a la fama prácticamente ipso facto. Ese rápido encumbramiento les permitió grabar tres discos más, repletos de perlas. El efecto les introdujo en el espinoso mundo de los super fans, alejándolos al mismo tiempo del espíritu callejero original. Sus creaciones quedaron coloreadas con bonitas pinceladas pop, nada perjudiciales, pero que exasperaron a unos cuantos. Recordamos con estupor cuando, en la añorada Festa de Treball de 1981 organizada por el PSUC, la banda tuvo que abandonar el escenario debido al continúo lanzamiento de piedras y latas con el que fueron martirizados. Los ultras más ignorantes esperaban a Ian Dury & The Blockheads y no admitieron que un grupo, que aparecía en programas tipo Aplauso, les privara bailar el pogo.
El tiempo pone a todos en el lugar correcto, y casi cuarenta años después de aquella injusta agresión, una sala Razzmatazz atestada de rockeros sentimentales saltó, gritó y hasta lloró.
Las desavenencias entre los cinco componentes originales, junto a problemas de drogadicción, truncaron un sueño que duró seis años. Los dos puntales escogieron caminos distintos: Alejo Stivel se convirtió en importante productor y Ariel Rot se fue con su guitarra a otros lares convirtiéndose, durante un tiempo, en Rodríguez. De F. Lipe poco se sabe, quizá lo espíen Julián Infante y Manolo Iglesias desde el más allá.
En 2008 editan Vuelve Tequila (Sony/BMG, 2008), una tímida reaparición con pocas novedades; en él colaboran F. Lipe y tres intérpretes más. Pero no es hasta pasados diez años que Alejo y Ariel se abrazan de nuevo para grabar Yo quería ser normal, tema incluido en la película Súper López, y emprender una gira de despedida denominada Adiós Tequila Tour.
Ni arrodillándose delante de nosotros creeríamos que los motivos pecuniarios no forman parte de este regreso. Sin embargo, las prestaciones del dúo argentino, conjuntadas con los magníficos músicos acompañantes, demuestran que se han tomado el adiós como si fuera un lanzamiento.
Se apagan las luces y suena por los altavoces de la sala Peter Gunn, el famoso tema compuesto por Henry Mancini e interpretado por The Blues Brothers. La música enlatada se funde con la entrada de la banda y el primer riff de Rot: ha llegado el momento de bailar Rock’n’roll en la plaza del pueblo. Parece que el tiempo no haya pasado, la vibración transmitida es inmensa, tocan mejor que antes. Me pellizco. Stivel luce sombrero y cazadora con flecos. Rot viste una chaqueta rojo chillón que hace juego con su hermosa Gibson ES-335. Enlazan con Mira esa chica y la veloz Matrícula de honor. Acabamos de perder veinte años de golpe; las piernas se agilizan, crecen nuevos pelos en mi cabeza.
El pueblo volviéndose loco quiere salir a cantar. Alejo no ha perdido ni un ápice de ese fraseo tan característico y el rubio guitarrista puntea sacando chispas de las cuerdas. No han venido a pasar el rato, rock potente, bien ejecutado, una delicia. Canciones de tres minutos que permiten tararear estribillos felices, el cosquilleo te posee.
El bajista David Salvador hace retumbar las cuatro cuerdas para introducir, en tono reggae, El barco, una de sus mejores obras. Pronto llegarán la poderosa Quiero besarte, Nena o Que el tiempo no te cambie, pero en el recuerdo al ritmo jamaicano consiguen la cima de la noche. El solo de Ariel Rot resultó estremecedor. Si a estas alturas alguien duda de su capacidad como guitarrista, no ha entendido lo que es tocar bien una guitarra. Finísimo en la digitalización, enorme demostración de destreza. Grande. Pudo también recrearse en Mucho mejor de Los Rodríguez o Sábado en la noche. Se merecía el protagonismo. Al igual que Luis Prado, descomunal pianista emulando a Jerry Lee Lewis escondido tras del piano.
La traca final estaba servida. Volvimos a bailar en la plaza del pueblo, en esta ocasión con modulación blues, y explotaron Dime que me quieres, Me vuelvo loco, Necesito un trago y Salta. Algarabía máxima con Stivel botando entre la multitud. Quizá eso sea la felicidad absoluta.
Se les ha acusado de hacer canciones triviales que hablan de cándidas historias de amor. ¿Es peor pecado que empecinarse en el mensaje metafísico con el que nos marean algunas brillantes mentes pensantes? Negativo.
Tequila fueron juguetones, alegres, divertidos y sobre todo buenos, muy buenos, y los que quedan de aquella formación criticada por majaderos, lo siguen siendo.
“Quizá volvamos otro día si nos prometen estar ahí”, exclamó al finalizar un orgulloso Alejo Stivel. No fue un adiós sino un hasta siempre. Emocionante velada nada trasnochada. Burbujeante rock ‘n’roll.
Porque no puedo soportar estar así todos los días,
es siempre la misma rutina ya no aguanto más.
Mañana, tarde y noche se pasan las horas,
tirado en la cama mirando la vida pasar.
Y sé que tengo algo dentro de mi cabeza,
me vuelvo loco y quiero salir
a cantar, a cantar, a cantar…
Me vuelvo loco, Tequila






Autores de este artículo

Barracuda

Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.