Atravesando las callejuelas de Barcelona, una voz de mujer la atrajo hacia las entrañas de un mercado sin nombre. No encontraba el lugar exacto del que provenía hasta que, de repente, sintió cómo una fuerza la guiaba hacia ese sonido celestial. La muchacha de voz angelical hablaba en castellano y ella no comprendía ni una palabra. Sin embargo, la entendió perfectamente.
Así es como la cantante y compositora Ayo (Joy Olasunmibo Ogunmakin) vive, siente, expresa y comunica, porque para ella, aunque suene a topicazo, el amor y la música constituyen un lenguaje universal. La historia de la mujer del mercado sin nombre –quizá refiriéndose a La Boquería– fue uno de los muchos relatos/reflexiones que la cantante contó/cantó al público la noche del martes 15 de mayo en la Sala BARTS, un concierto enmarcado dentro del Festival Mil·lenni de Barcelona.
La sala estaba prácticamente vacía, pero dejaron tiempo para que se llenara. Y se llenó. Descalza y guitarra en mano, la cantante rumano-nigeriana empezó el concierto con I’m walking y Teach love, dos canciones acústicas con las que mostró su dulzura, pero que al público le supieron a poco. “No será todo el concierto así”, bromeaba. Y fue entonces cuando subieron al escenario tres grandes músicos: Ze Luis Nascimento (batería), Vincent Bidal (teclado) y Thierry Fanfant (bajo).
Asistir a un concierto de Ayọ se parece a ir a la iglesia evangélica un domingo y escuchar un coro de góspel. Una mezcla entre soul, reggae, folk, con la que pasas del subidón a la emoción, del eufórico Love is the key a un lírico Only you. Predica el amor con una contagiosa sonrisa y hace cantar al público a la vez que improvisa melodías para contarles cosas que le pasan por la cabeza o que ha vivido. Quiere al público: “Are you really there?”; y el público a ella: “Yeeees”.
Mucha verdad había en sus gestos (cuando el público se sabía la canción contenía sus lágrimas) y en sus palabras (love, love y más love), pero Ayọ nos mintió: el cartel del concierto anunciaba que nos iba a presentar su nuevo disco Ayọ (AYO, 2017) y fue más un concierto recopilatorio de todos sus grandes éxitos –y no me quejo–. A esto le sumó improvisaciones: remixeó su Love is killer con fragmentos de Sweet dreams de Marilyn Manson, y en Down on my knees hizo lo propio con Ne me quitte pas de Jacques Brel.
Para el final, antes de que Ayọ recuperase el aliento, el pianista empezó a tocar la melodía que todos estaban esperando, Life is real de Joyful (Jay Newland, 2006), el primer éxito de la cantante. Y aquí se empezó a desmadrar la cosa. Los músicos nos hicieron viajar con ritmos cubanos y brasileños. Todo el mundo cantaba y la artista nos dejó boquiabiertos con sus pasos de baile. Exclamaba: “Do you want to free your mind? Do you want to free your soul?”.
En pleno éxtasis, las luces se apagaron. Y, lógicamente, el público pidió más… mucho más. Aunque se hicieron de rogar, volvieron a salir al escenario con tres temazos: Life is short para pedir perdón, la increíble Fire para hacernos arder y, ya con Ticket to the world, Ayọ nos pidió que no olvidásemos esas buenas vibraciones con las que nos habíamos quedado y las compartiésemos con la gente a la que queremos. Todo muy ‘good vibes’.






Autores de este artículo

Celia Sales Valdés

Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.