Cuatro días después de la magistral exhibición de John Scofield en la sala Barts, el Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona 2018 presentaba el mucho más aparatoso proyecto de dos destacadísimos sopladores del jazz contemporáneo: Bill Evans y Randy Brecker.
En la vida nada es casual y festejar el 15 aniversario de su proyecto Soul Bop con una continuación titulada Soul Bop XL, huele más a fines recaudatorios (nada benéficos) que a un interés exclusivamente musical. Pero, a menudo, los estrellones tienden a estos vicios. A Miguel Ríos no se lo perdonamos, sin embargo a músicos de su currículo, en el que se incluyen decenas de premios y colaboraciones con artistas de la talla de Miles Davis o Frank Zappa, les debemos un poco de condescendencia. Más todavía a sus sumisos fans, adoradores de ese estilo fusionado con funk y rock, muy indicado para grandes plazas, aunque bastante menos para recintos intimistas.
La exhibición grandilocuente de facultades interpretativas no cuela en espacios reducidos. Sumémosle a ello el fichaje estrella para esta nueva reunión: Simon Philips, rimbombante baterista, miembro de bandas como Toto y acompañante asiduo de Mike Oldfield o The Who; la pieza rockera-mediática que les faltaba. De escoltas tuvieron a los nada mediocres Teymur Phell al bajo y al teclista venezolano Otmaro Ruiz, tan capaz de entusiasmar con su pericia y delicadez como de subirse por las ramas de manera peligrosa. Esos fueron los derroteros por los que caminó un concierto excelentemente sonorizado; ésa es nuestra percepción, luego están los gustos coloreados, con ellos no debatiremos. Parece el final, no lo es, todavía nos queda algo de cancha.
Simon Philips vivió todo el concierto detrás de dos baterías unidas, y con el primer redoble de Wildfire, nos hizo temer lo peor, aunque a decir verdad no fue hasta el inicio de Soulbop, última pieza del concierto antes del obligado bis, en el cual sacó a relucir sus aptitudes de solista; incluyamos las buenas y las convertidas en tachas, defectos acusados por muchísimos bateristas de su cuerda, en los que la pesadez destruye la musicalidad. Con todo, le agradecemos su inesperada contención.
En cambio, Bill Evans no conoce el freno. Aporta un virtuosismo histriónico impresionante para la mayoría y cansino para unos pocos que creemos más en la armonía que en los efectos especiales. Infinitamente mejor con el saxo tenor que con el soprano, e incluso me atrevería a darle un notable alto cuando demostró sus dotes de cantante en la intimista Bones. ‘Where is my soul now?’ entonó el de Illinois, precioso instante. En ella se alió Randy Brecker, en modo preciosista, y el pianista, con una intro conmovedora.
Donald Trump se ha convertido en diana perfecta para explayarse y Brecker la utilizó como blanco en The dipshit, a la postre de lo mejor de la noche junto a Dennis the Menace, destellos de rotundo funk. El trompetista es un crack absoluto, dominador triunfante cuando le toca el turno. De su instrumento salieron las mejores notas, las más calientes y apetitosas, las que sirvieron para dar al término soulbop su auténtica dimensión. Cuánto añoramos la presencia de su hermano Michael. The Brecker Brothers eran otra cosa, también fusionaban, cierto, pero con bastante más groove.
En las antípodas, Dixie hop, el ejemplo más claro de fusión confundida, repleta de solos interminables, locuras pesadísimas con Evans al tenor, un desquicie frívolo en todos los sentidos. Una fiesta para los amantes del exhibicionismo, repelida por los adoradores de la melodía. Seguramente a Joan Fortuny (Companyia Elèctrica Dharma), presente en la sala, le encantó, no volveremos ni a los gustos ni a los colores.
La veinteava función de esta gira triunfó por aclamación de unos seguidores que rodearon a las estrellas cuando montaron su chiringuito de merchandising en la salida del local al finalizar el show, nada a reprochar, business is business.
No nos equivoquemos, ni una nota desafinada, todo estudiado, ningún atisbo de error, perfección máxima, cualquier comentario peyorativo sobra. De todas maneras, ya que este escrito es un artículo de opinión (como casi todos), permítanme señalar que un servidor prefiere el jazz en dirección al corazón y no a las multitudes. El caso que nos ocupa, iba encaminado a ese opinable objetivo.
Autores de este artículo
Barracuda
Montse Melero
Hacer fotos es la única cosa que me permite estar atenta durante más de diez minutos seguidos. Busco emoción, luces, color, reflejos, sombras, a ti en primera fila... soy como un gato negro, te costará distinguirme y también doy un poco menos de mala suerte.