Dos horas antes del concierto de Bunbury
– “¿Qué concierto vas a ver hoy?”, preguntó mi padre curioso.
– “Voy a ver a Bunbury”, contesté emocionada.
– “Ah, ese es un chulo”.
Media hora antes del concierto de Bunbury
El cantante aragonés presenta su nuevo disco Expectativas (Warner, 2017) con la gira Ex-Tour 17-18 por España que incluye dos conciertos en la Sala Razzmatazz de Barcelona. Aunque el primero -el del martes 5 de diciembre- no ha colgado el cartel de sold out, la sala está repleta de gente. En la entrada leo que empieza a las 20:30, pero las luces no se apagan hasta las 21 h. Mientras tanto, las barras van llenándose de cervezas vacías.
El concierto de Bunbury: primera parte
Cuando mi padre llamó “chulo” a Enrique Bunbury no lo decía en el mal sentido. La chulería es una pose que asumen muchos grandes músicos. La primera postura del cantante ya nos lo dice todo: mirada perdida, arquea y abre sus piernas mientras señala al cielo. Totalmente inmóvil, las luces lo enfocan a él y a los instrumentos que le rodean. Con Supongo, el rockero comienza el concierto. Todo él desprende chulería: su traje blanco ajustado; su voz profunda, sus movimientos corporales que siguen el compás de la música –parece que te vaya a sacar los ojos con la pelvis– y su mirada escondida tras unos cristales fucsia que, cuando consigue desprenderse de ellos, te hipnotiza.
El martes se ha convertido en viernes gracias al puente de la Constitución y a los fans de Bunbury se les nota. Un ligero aroma a porro inunda el espacio. El espectáculo de luces hace que la gente se desate por completo. Ya no estamos en una sala sino en una fiesta de pueblo –en mi opinión, de lo mejorcito que hay–. Durante el concierto presenta canciones de su nuevo disco (unas seis) sin olvidarse de sus antiguos éxitos (unos dieciocho), lo que emociona a sus seguidores. Cuando acaba un tema, el público siempre grita el título de la canción que quiere oír y, en algunas ocasiones, él les complace.
Con Porque las cosas cambian, todos los guitarristas se ponen en primera fila. Una imagen preciosa. La enérgica Despierta obliga al cantante a deshacerse de la americana quedándose sólo con el chaleco. Llegados a El rescate, el público se empuja y arrastra para poder acercarse al escenario, y ya con Hay muy poca gente todo el mundo busca algún hueco para poder bailar. Antes de tocar En bandeja de plata, Bunbury hace un discurso dirigido a los medios de comunicación: “Nada de lo que dice uno en las entrevistas es lo que piensa”, explica. Y prosigue: “Lo que está más cerca del pensamiento son las canciones”.
Finalmente llega el anhelado Maldito duende de su antigua banda Héroes del Silencio. “Con esta canción nos vamos a despedir”, exclama entre lamentos de los fans. Están completamente desinhibidos. “Hazle señas para que no se vaya”, grita un chico a su amigo. La gente presiente que Bunbury no nos dejará así, tiene que haber algún bis, y, efectivamente, pronto se les da la razón.
El concierto: segunda parte
Cambio de look: entre ovaciones, Bunbury sale al escenario con una corbata roja y un sombrero. Tira una botella de agua al público –aunque después se disculpa-. Toca los primeros acordes de la canción, pero la gente ya sabe que se trata de Que tengas suertecita. El sonido de los bongos posee al cantante y empieza a hacer una especie de danza indígena. Los bises no acaban aquí ni lo hacen con Extranjero ni con la ranchera Infinito ni con Sí, ni siquiera con Lady blue. Tras cinco bises -cuando todos pensábamos que ya se acabaría- el cantante exclama: “Una más y no jodemos más”. Euforia. Y con el último verso de La constante, «mi amor no será un problema jamás / El problema jamás», Bunbury se despide hasta el concierto de mañana.






Autores de este artículo

Celia Sales Valdés

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.