En su anterior visita a la capital catalana (Sant Jordi Club, marzo 2023) presentaron parte de Doggerel (Infectious Music, 2022). La gira veraniega 2024, como mandan ciertos cánones, sirvió para que los Pixies nos ofrecieran una selección de grandes éxitos, tan solo salpicadas por alguna pieza reciente, con irradiaciones a Cohen, (Death horizon, 2019), la intranscendente The Vegas suite (2024) y Chicken. Sus cinco primeras grabaciones (1987-1991), las mejores, fueron el centro gravitatorio de un show que desprendió algo de morriña y abatimiento, pero que acabó encandilando a todos sus seguidores.
Desengañémonos, las formaciones de larga trayectoria pueden grabar los discos que deseen y, en ellos, alterar (poco o mucho) su estilo, aunque nunca tendrán la misma aceptación que en el pasado, cuando adquirieron el adjetivo de mitos (seamos generosos). El esfuerzo por innovar no tiene recompensa. Estamos anclados en un pasado, en teoría irrepetible, del que no nos gusta descabalgarnos. Preferimos la dosis perpetua que cualquiera toma inesperada, por buena que sea.
Pixies o mejor dicho, Black Francis (Charles Michael Kittridge Thompson IV), es, para lo bueno y lo malo, el faro que alumbra al grupo. El de Massachusetts no necesita decir buenas noches, ni, por supuesto, anunciar ningún tema ni despedirse; educado o empático no es. Sin embargo, su supuesto carisma sigue llenando salas y enfervorizando a los entregados incondicionales. Continúa escupiendo versos a grito pelado, sin freno, como en Gouge away, Wave of mutilation (la repitieron en modo soft en la parte final), Monkey gone to heaven, I’ve been tired, Isla de Encanta, Hey, I bleed, Planet of sound o Debaser, pero sabe modular la voz cuando entona Caribou, la archiconocida Where is my mind? y, faltaría más, Here comes your man, éxito entre los éxitos.
La actitud de un público entregado tuvo el sabor del mejor de los cocteles, pero, incluso, algún acólito tuvo reservas para entregarse del todo a la vorágine.
Nada que decir de la aportación de Emma Richardson (excelente en los coros) ni del resto del grupo. De todos modos, sea por el habitual cambio de ritmo de las canciones, la imposibilidad de aguantar los guitarrazos todo el tiempo (impecable Joey Santiago), el concierto decayó en su ecuador, para reafirmarse en ese cierre pletórico que tuvo a Neil Young (Winterlong) cual fracción salvadora.
Confirmando nuestras dudas, sobre una velada irregular, escuchamos comentarios acerca de la falta de energía, en algunos tramos (inevitable), y que la dosificación de esfuerzos le había restado potencia. Ese razonamiento no cuela demasiado. Los años pasan y ninguno de los presentes mantiene la forma física o psíquica como la de antaño. ¿Por qué pedírsela a los artistas que se parten la vida en un escenario? Posiblemente, muchos de ellos, deberían plantearse si es fundado continuar con la fórmula manida que no lleva a ningún lado. En el caso de Pixies, es evidente que la cuerda es muy larga. Ese Chicken (reciente estreno) o la inercia de seguir tratando con In heaven (Lady in the radiator song), la locura de Peter Ivers & David Linch en Eraserhead (1982), así nos lo muestran.
El catedrático Bartolomé Payeras nos comentó horas antes: “Prefiero a Sonic Youth”. No le llevaremos la contraria, sin embargo ese juego de surf-rock lo llevaremos hasta la tumba. Nunca detestaremos la conjunción bien definida; por muchos años que pasen.
Autores de este artículo
Barracuda
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.