La pregunta es ¿cómo una propuesta tan atractiva como la de Mariana Yegros, La Yegros, y su grupo, no cuaja en escenarios mayores que La 2 de Apolo, que ni siquiera registró un lleno? ¿Era por la coincidencia con otros bolos, porque el público no está para muchas alegrías económicas o simplemente porque la música ha pasado a ser ruido de fondo?
Comentaba, antes de la actuación, con mi compañero, y autor de las fotos de esta crónica, sobre la sensación compartida de que la afluencia a conciertos parece irse reduciendo. Algo de esa aceptación de la música como fondo para acompañar nuestros quehaceres diarios y de no percibirla como elemento troncal en nuestra experiencia cultural puede ser la causa.
Pero, ante las contrariedades, lucha y alegría. A La Yegros no parecía importarle lo que me rondaba en la cabeza. Simplemente, se plantó en el escenario de La 2 con una sonrisa de oreja a oreja, explicó lo feliz que se encontraba de actuar en Barcelona tres meses después de dar a luz y nos lanzó un muro de sonido vibrante, personal, colorista y único en su mezcla entre las raíces del folclore argentino y la propulsión hacia terrenos electrónicos.
Decía colorista porque, tanto en los atuendos (elementos tribales fusionados con neones ochenteros) como en su actitud alegre y desacomplejada, me recordaron, ella y sus músicos, a los añorados Dee-Lite y a esa celebración de la música como elemento cohesionador de cuerpos y almas. Pero también pensé en Arto Lindsay, ese no-músico y productor que creó una serie de discos absolutamente únicos en los que mezclaba las cadencias de la música brasileña con la producción más exquisita, monumentos sónicos que todavía hoy sorprenden por su riqueza de texturas.
Todo ello se puede extraer de una actuación de La Yegros. Rindiendo homenaje a las músicas que la acompañaban de pequeña, el chamamé de su padre y la cumbia de su madre, aderezado con lo que escuchaba en su radio y que se ha mezclado en su cerebro en un continuo musical que une tradición y modernidad con esa naturalidad en la que no se aprecian las costuras.
La excusa argumental era la presentación de su cuarto largo, Haz, último eslabón en una producción de cuatro discos al ritmo pausado con el que se cocinan los platos bien cuidados. Pero era indiferente. El repertorio ofrecía una coherencia sónica absoluta.
Además de la calidad y calidez musical, el combo de La Yegros tiene bien aprendidos los códigos del Show-Business y saben que la experiencia de ver actuar a músicos en directo tiene sus propias pautas. Todos y cada uno de ellos; el simpático guitarrista, la sonriente acordeonista, el fosforescente responsable de la electrónica y la tribal percusionista, tuvieron sus momentos de gloria, en solitario o interactuando con alguno de sus compañeros, incluso interpretando dos piezas instrumentales que ejercieron de briosos intermedios para que La Yegros cambiara de vestuario.
Si llegaron felices, se fueron pletóricos, al apreciar cómo infestaron de ritmo y alegría a los voluntariosos que nos presentamos una tarde-noche de jueves a escucharlos. Pero la pregunta permanece. ¿Por qué esta música del mundo no se convierte en música mundial?
Autores de este artículo
Òscar García
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.