“Lo escribí para mi lápida”, afirmó Charles Mingus, a raíz de la creación de Epitaph, su composición más épica. El 12 de diciembre de 1962 la estrenó, parcialmente, en el Town Hall de New York junto a una orquesta de 30 músicos. El resultado anárquico, por tratarse de una grabación abierta, menguó la calidad de la pieza convirtiendo aquello en un caos. De hecho, Mingus poco habló de su trabajo en vida, se limitó a comentar detalles de forma imprecisa.
En 1989, diez años después del fallecimiento del compositor y contrabajista nacido en Nogales (Arizona – EEUU), el profesor Andrew Homzy descubrió la partitura, Gunther Schuller (director y musicólogo) puso todo su empeño en remodelarla y el mismo año se estrenó el 3 de junio en el Alice Tully Hall. El resto es historia.
Y en este inmenso cuento, entra, por méritos nada regalados, la Clasijazz Orchestra. Pablo Mazuecos (alma máter de la iniciativa) no sabía, probablemente, donde se metía cuando, en 1998, fundó la asociación en Almería. Los locos tienen su premio y, con los años, ha conseguido un prestigio en el mundo del jazz español casi incomparable.
Aunque parezca un chiste malo, Mazuecos y su troupe, nunca habían visitado Barcelona (tiene delito). Por suerte, y treinta años más tarde de la presentación, en el mismo Palau, de este epitafio que dirigió Gunther Schuller, la formación, compuesta por treinta y tres intérpretes retomaba el guante del maestro estadounidense.
La gran orquesta se presentó en el Palau, después de haber ensayado con el propio Schuller y trabajado, unos días, la puesta a punto en el Taller de Musics.
Magnificencia
No hace falta buscar porqués. El lleno que presentó el recinto modernista únicamente tiene que congratularnos. Mingus no es un músico fácil y su inmensa herencia poco conocida por el gran público. Es por eso, que la moral de Mas i Mas para programar esta quimera, merece nuestro reconocimiento. ¿La marca ganó al músico? Posiblemente, pero a los que lo disfrutamos, nos debería importar poco.
Sería injusto no situar por delante del exitazo al hombre que utiliza un lápiz rojo, como batuta, para dirigir a sus músicos que conoce de pe a pa (gran mérito). Ramón Cardó vive la música en el sentido más amplio del verbo. Inquieto, perfeccionista (no paró de dar consejos), vibrante, una star que no se lo tiene creído, pero que vale su peso en oro. Atacó las partes fuertes cuando debía, ralentizó si era necesario y juntó la abstracción con el swing más clásico de manera brillante. Pudo contener la capacidad diabólica de Mingus en crear pasajes tan íntimos como extremos. Chapeau.
El prodigio del insigne contrabajista tiene de todo: expresionismo, impresionismo (en este campo la colaboración de Marco Mezquida vino de perlas), jazz, blues, góspel, swing y todo lo que tenga raíz orgánica y nada de dogmatismo. La fuerza de la estructura radica en esa enajenación clásica y moderna que Mingus exhibió durante toda su vida.
Cuando Schuller se puso a tratarla, encontró serias dificultades. Muchas cosas del texto musical no estaban claras y suponemos que el orden menos. Por esa circunstancia no existe una versión canónica de Epitaph. El libre albedrío (si se respeta el germen), no debería ser un problema crítico sino más bien una liberación. Cardó se salió con la suya.
Perico Sambeat no atraviesa su momento más álgido de confianza, con todo, se atrevió a entrar en el primer solo de Main score, part 1 y detrás de sus gafas de sol contribuyó al triunfo de un colectivo que sólo permite alabanzas.
Epitaph es una obra coral que bebe de muchas fuentes: Stravinsky, Debussy e incluso han hablado de Beethoven (aquí discrepo), pero su esencia es básicamente jazzística. En este espacio entran los solos improvisados y aunque no deberíamos hacerlo por respeto a la estabilidad y camaradería del conjunto, podemos citar algunos nombres destacados, nadie se enfadará. Además del fichaje de última hora (Mezquida) estuvieron muy consistentes e inspirados, el ejemplar Enrique Oliver (saxo), Pedro Cortejosa (saxo), Julián Sanchez (trompeta), Andreu Pitarch (cada día más sólido en la batería) Los contrabajistas (sólo faltaría) Pablo Báez y Bori Alfonso o el soberbio saxofonista londinense Wayne Escoffery, invitado de honor. Espectacular en The soul y en O.P. (Oscar Pettiford). Que vuelva.
Por desgracia (el tiempo que todo lo fastidia) no pudieron cerrar con la doceava pieza del set, el Main score, Reprise y les importunó. Ya saben que tenemos un pajarito infiltrado que nos lo cuenta todo.
Va ser difícil que regresen e interpreten todo lo programado, ya que en estas comarcas interesan más las separaciones y boberías que la música juiciosa. Un aburrimiento.
Bravo Cardó.
Autores de este artículo
Barracuda
Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.
