Es una mañana de cualquier día, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y brilla el sol en el cielo. De repente, esa maravillosa tranquilidad se ve alterada por un ruido. Suena el timbre de la puerta. Poco después, otro sonido rompe el silencio: se oye un grito desgarrador. Un grito desolado. Un grito de terror. Sí, ha llegado el cartero y trae un paquete: ¡Es un vinilo! ¡El paquete está terriblemente doblado, el vinilo está dañado! ¡Drama!
Las lágrimas brotan de tus ojos. Abrazas el vinilo como si fuera tu propio hijo que se ha caído y se ha hecho daño. Y luego, otro grito, uno furioso y vengativo. ¡Maldito seas correos! Y de golpe, el tiempo cambia, se oyen truenos y centellas y: ¡Que llueva, que llueva…”. El día se ha vuelto gris. El sol se ha ido y hace un frío que se te cuela hasta el tuétano. ¿Os podéis identificar con esta escena? Seguro que sí, queridas y queridos amantes del vinilo, porque la habéis vivido en vuestras propias carnes.
Llega la hora de armarse de paciencia y rezar para que los vinilos lleguen bien a casa. ¡Janis Joplin que estás en los cielos, protégenos!
Evidentemente, esto que cuento lo hago de una manera exagerada y dramatizada, pero seguro que ya me entendéis. Yo lo he experimentado unas cuantas veces, con mayor o peor fortuna, estos últimos meses y probablemente, en vuestras casas también lo habéis vivido. En mi caso, me ha pasado no solo porque una de mis bandas favoritas Osees, ya os hablé de ellos en una anterior columna, saque discos como sino hubiera mañana, y más ahora que no pueden actuar en directo. John Dwyer de mis amores, por favor, ten piedad en tu creatividad. ¡Que difícil es seguirte el ritmo!
Muchos artistas han aprovechado este parón obligatorio y no deseado para sacar discos que muchas veces solo están disponibles a través de sus propias webs. Es normal, tienen que ganarse la vida y esta es una muy buena forma. Así que, para las y los amantes del vinilo, llega la hora de armarse de paciencia y rezar para que lleguen bien a casa. ¡Janis Joplin que estás en los cielos, protégenos!
¿Eres amante del vinilo de toda la vida o acabas de descubrir este maravilloso mundo de colorines? Da igual. La magia del vinilo es lo que tiene. Ese ritual de sacarlo de la funda, ponerlo en el tocadiscos, colocar la aguja y que la música suene, ¡no tiene rival! Ni el CD ni los archivos digitales pueden con él. No lo podrán sustituir jamás. No estoy diciendo que sea una fanática del vinilo. De hecho, no tengo tantos…ejem, como me gustaría. Pero reconozco, que tiene algo que atrapa a todas aquellas personas a las que nos gusta la música con pasión.
El vinilo tiene sus claroscuros por supuesto. El drama de un disco rallado. Noooooo. Más lágrimas. Es broma. Pero es un drama. El dilema del espacio. En mi caso acuciante ya. Hace tiempo decidí comprarme solo vinilos de colores, así limitaba (jajajaja y tú vas y te lo crees) las compras. Pero, ¿por qué ahora todo el mundo saca vinilos de colores? Piedad, por favor. El drama de correos del que ya os he hablado. Recordáis la canción de los Travelling Wilburys, Handle with Care . George Harrison canta esto en su inicio:
Been beat up and battered ’round
Been sent up, and I’ve been shot down
You’re the best thing that I’ve ever found
Handle me with care
Deberían grabársela a fuego a todas aquellas personas que tienen en sus manos un vinilo. Y luego claro está, tenemos el gran monstruo si compras en Estados Unidos. Aduanas. ¡Santa Sandy Denny que no me paren el paquete en aduanas! Vamos a encender unas cuantas velas, a ver si tenemos suerte. Una visita de nuestro querido vinilo a aduanas puede suponer esperar semanas para que te llegue, que no puedas enviar la documentación que te requieren porque su web no funciona y sobre todo, que te cueste el doble de lo que te gastaste al comprarlo. ¡Ay, benditos vinilos! ¿Por qué seguimos cayendo? Pues porque nos gusta. Es algo que no se puede explicar. Como el amor. Bueno, que leches, esto es amor. ¿Me entendéis verdad?
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