La introducción al espectáculo viene de la mano de Adrián Berra, cantautor que comparte patria y la actitud tranquila y encantadora de Perotá. La gente que consigue pasar la interminable cola de la entrada se divide entre los que quedan frente al escenario y los que van a pedirse las primeras birras dentro del recinto. Mientras, el argentino nos canta temas de su último álbum, cerrando con el que lo bautiza: Mundo debajo del mundo.
Aunque el concierto de Perotá empezaba a las nueve, parece que las chicas van con retraso —o calma, depende de cómo se mire—. La audiencia se vuelve loca a gritar varias veces para ver si consigue que la dupla mágica salga por fin. Al apagarse todas las luces lo primero que vemos es a Lola guitarra en mano y micrófono en frente. Aparece Julia y entre las dos, juntas y solas, empiezan con La copla / Vals de la quebrada. Sigue Aguacero cuando el resto del grupo las acompaña, contando con coros de dos componentes del grupo Sopa de Pedra.
Suele pasar con los grupos más indies que sus seguidores son el reflejo de sus temas. La gente que tengo alrededor no sólo se preocupa por disfrutar el concierto: la de delante se preocupa por si puedo ver bien y el de detrás de no empujarme. Y, mientras tanto, Julia y Lola se preocupan de prepararnos la Piel para que el frío que viene no nos haga cosquillas, de recordarnos que el Alma não tem cor y, colgando un pañuelo verde del micro de Lola, prueba de que son los Seres extraños quienes más piensan en cambiar el mundo. Nos hacen Reverdecer cantando a cappella con cascabeles en los pies. Nos ponen a todos al nivel de L’mar. Y, lo mejor de la noche, le dan Meia vuelta a la sala y la convierten en una selva, la pintan de verde y nos hacen a todas gritar como monas.
No han faltado sus dos temas épicos —Ríe chinito y La complicidad—. Pero lo que una se lleva de la noche de hoy es la fuerza de dos fieras que prenden fuego la madera del Apolo, que consiguen que la audiencia entera grite como si se acabase el mundo solo por colgar un pañuelo verde de un micro, y que junta a tanta gente tan bonita, que parece que solo viene a escuchar buena música pero con el plan secreto de convertir el planeta en un lugar mejor a base de golpes de tambor.











Autores de este artículo

Nadia Dubikin

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.