El pasado 27 de marzo, Bob Dylan sorprendió a sus fans con un mensaje en Twitter en el que presentaba su primera canción original en ocho años. En el tweet en cuestión, el músico de Minnesota agradecía el apoyo de sus seguidores a lo largo de los años y lanzaba un críptico mensaje de apoyo –”stay safe, stay observant and may God be with you”– que parecía destinado a levantar el ánimo ante la incertidumbre desatada por la COVID-19. En un primer momento, este regalo podía parecer un tema aislado en su discografía, pero a la inusual Murder Most Foul la siguió un anuncio más: el de un nuevo álbum de estudio, Rough And Rowdy Ways publicado este mes de junio.
Este hecho, supone el regreso del Dylan compositor, que se había tomado un respiro desde 2012, año de la publicación de Tempest. De todas formas, sería arriesgado llamar ‘reaparición’ a este disco, porque lo cierto es que Bob Dylan nunca se ha ido: a lo largo de los últimos ocho años, ha publicado tres discos de versiones del cancionero americano y otros seis más con bootlegs de material inédito de distintas etapas de su carrera. Además, ha tenido tiempo para ganar el Nobel de Literatura y protagonizar un documental firmado por Martin Scorsese. Así pues, han sobrado motivos para redactar noticias sobre el bardo de Duluth desde Tempest. Sin embargo, después de tanto tiempo sin publicar material original, empezaba a sospecharse que Dylan podría haber abandonado ya el arte de componer. El giro se ha producido con el lanzamiento de Rough And Rowdy Ways, una obra que suena a despedida –aunque con Dylan nunca se sabe–, y que juega con la presencia de la muerte en todas sus canciones.
Ante la tentativa de organizar la variadísima carrera musical de Bob Dylan, podríamos establecer el año 1997, con el lanzamiento de Time out of mind, como el comienzo de su etapa crepuscular, que incluiría cuatro discos más hasta 2012. Si entonces cantaba “It’s not dark yet, but it’s getting there”, 23 años después la oscuridad no ha dejado de acercarse; el ocaso está próximo. La evolución musical de su trabajo en esta última etapa está estrechamente relacionada con este proceso: en Rough And Rowdy Ways, la voz de Dylan se coloca en primer plano en la mayoría de las canciones, desplazando en cierto modo a su acompañamiento musical. Su voz recupera aquí un vigor largamente olvidado. Parecería que sus últimos trabajos versionando canciones de Sinatra le hubieran servido de entrenamiento para esta última versión de sí mismo. En este álbum la poesía predomina frente a la música; podría decirse que muchas canciones se recitan, no se cantan. Lo analizamos canción a canción.
1. I Contain Multitudes
El disco está repleto de referencias literarias y a la cultura pop, dos disciplinas que Dylan domina a su antojo como herramientas de expresión. Así, en I Contain Multitudes, canción que abre el álbum, toma el título de un verso de Walt Whitman, concretamente del poema Song of myself, perteneciente a Leaves of Grass, su obra capital. Whitman, mencionado en la canción de Dylan, pretendía en su poema describir varios personajes que en su conjunto representaban a una única persona –o a todas las personas posibles–. Resulta sencillo, de igual modo, identificar a Dylan con varios personajes distintos, como ya hiciera el director Todd Haynes en su película I’m not there –utilizó hasta a seis actores distintos para interpretar su papel–. Sin embargo, la dulce melodía de cuerdas de I Contain Multitudes no clasifica al personaje según sus distintas etapas temporales, pues asume que Bob Dylan siempre es varias personas a la vez –“I’m a man of contradictions, I’m a man of many moods”–.
2. False Prophet
False Prophet es la primera de las tres canciones de rhythm and blues que contiene el álbum –las otras dos serían Goodbye Jimmy Reed y Crossing the Rubicon-, y que en parte rompen con la prominencia poética del resto del álbum. También es quizá la más interesante de las tres debido al tono irónico con el que trata un tema ya presente en otras canciones de su carrera –Jokerman, I Dreamed I Saw St. Augustine–: la condición de profeta que se le ha asignado pero que él nunca reclamó, como si su ascenso a la fama se tratase de un accidente que fue incapaz de esquivar –“I opened my heart to the world and the world came in”–.
3. My Own Version of You
En My Own Version of You Dylan se divierte creando una criatura frankensteiniana a partir de pedazos recuperados de algo así como una morgue histórica –con piezas de Al Pacino o Marlon Brando y recuerdos de Marx y Freud–. El juego de cuerdas guiado por un insistente bajo ofrece un tono oscuro e irónico que reflexiona sobre el paso del tiempo a partir de un monstruo que posee recuerdos desde el principio de los tiempo –“I can see the history of the whole human race It’s all right there, it’s carved into your face”–.
4. I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You
Quizás la canción más personal del álbum –con permiso de Murder Most Foul–. La voz de Dylan en su versión más nostálgica lanza un mensaje de entrega y de amor que, en un principio, podría parecer dedicado a otra persona, pero que en sus últimos compases parece transformarse en una suerte de aceptación y entrega a la eternidad, a la muerte y a dios.
5. Black Rider
Un tema siniestro, que se encuadra dentro del grupo dedicado a la muerte y a la vejez –donde también encontramos Mother of Muses y I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You–, si bien es la primera de ellas que desromantiza la muerte, presentándola como un elemento siniestro e inevitable. Ella que lo ha visto todo no dejará escapar a nadie, ni siquiera a un Bob Dylan que recita versos con tono asustado y se permite incluso ser obsceno –“The size of your cock will get you nowhere”–.
6. Goodbye Jimmy Reed
En Goodbye Jimmy Reed, Dylan agradece al mismo guitarrista Jimmy Reed haber recibido de él una idea de la música como religión –“Give me that old time religion, it’s just what I need”–, reivindicando así su rol como músico y alejándose de las etiquetas de profeta o portavoz político –“I can’t sing a song that I don’t understand”–.
7. Mother Of Muses
También en Mother of Muses se repasan logros de algunos héroes americanos –“Sing of Sherman, Montgomery, and Scott and of Zhukov, and Patton, and the battles they fought”–, como recordándolos en una epopeya homérica. Recientemente, Bob Dylan asumía en una entrevista para el New York Times –la única que ha concedido para promocionar el álbum– que las personas de cierta edad tienden a vivir en el pasado, pero matizaba que las intenciones del álbum no eran nostálgicas. Refuerzan esta idea los últimos compases de Mother of Muses que referencian eventualmente el modo en que Dylan se enfrenta a la vejez –“I’ve already outlived my life by far”–.
8. Crossing the Rubicon
Para Crossing the Rubicon Dylan utiliza como metáfora la decisión de Julio César de desafiar a la República Romana para referirse a una última frontera tras la que no hay vuelta atrás; bien sea su propia muerte, bien una suerte de apocalipsis.
9. Key West
Uno de los temas más celebrados del álbum, el único que cuenta con un estribillo musical. Dylan utiliza la idea de reposo ligada a una región de Florida en la que acostumbraban a retirarse los presidentes de Estados Unidos. Presentando este lugar como una tierra paradisíaca, el autor asegura que allí podrá recuperarse de sus heridas y dejar atrás viejos rencores.10. Murder Most Foul
Si el álbum comenzaba con una referencia a Whitman, Murder Most Foul podría ser el equivalente a su Oh Captain! My Captain!. Si Whitman escribió su famoso poema en homenaje a Abraham Lincoln tras su asesinato, Bob Dylan retrocede casi sesenta años para recrear el magnicidio de Kennedy, un evento tan infame como el que relató Shakespeare en Hamlet, que sirve para dar título a la canción. Siendo la más ambiciosa de las composiciones del álbum, se podría decir que se presenta por separado –Rough And Rowdy Ways es un álbum doble, con un disco conteniendo las primeras nueve canciones y el otro únicamente Murder Most Foul–, y, con sus 16 minutos y 56 segundos, es el tema más largo del cancionero dylaniano –rompiendo por 25 segundos el récord que antes ostentaba Highlands–. La canción, que fue el primer adelanto del disco, funciona como un recital poético salpicado de miles de referencias, todas ellas entrelazadas con los acontecimientos del oscuro 22 de noviembre de 1963, día en el que el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas. Atendiendo a las palabras del propio Dylan para el New York Times –en la que recordó que Murder Most Foul habla del presente, no del pasado–, puede intuirse que la canción funciona como un lamento, como una mirada entristecida hacia la sociedad americana, tan dividida en la actualidad como lo estaba en los convulsos años 60, cuando el presidente fue asesinado.
Llegando al final del relato, el cantautor se atreve a ofrecer cierta esperanza ante un mundo desolado: los últimos minutos están dedicados a recitar nombres de canciones y músicos que han marcado su vida. Los nombres desfilan como en los créditos al final de una película, son los responsables de la obra que llega a su fin. Porque Bob Dylan, producto final de la tradición musical americana, solo puede encontrar el sentido más profundo de su vida en la música, en esa religión a la que Jimmy Reed le abrió las puertas. La película está punto de terminarse, pero el celuloide se mantiene vivo para todos los que aún deseemos echar la vista atrás. Hay cosas que ni siquiera la muerte puede borrar.
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