Rubén Blades lleva un barrio dentro. Es el compositor que revolucionó el mundo de la salsa y el chaval que llevaba los paquetes en Fania Records para ayudar con el escaso sueldito en casa; es el actor que sale en la serie de zombies y miembro de la excelsa estirpe –junto a Gilberto Gil y Susana Baca– de exministros cantantes. Es el músico al que Quincy Jones le levantó un arreglo y el estudiante de leyes cuyo decano le prohibió dedicarse a la música por ser una ocupación poco seria para un futuro abogado. Youtuber y presidenciable; jubilado e hiperactivo. Todos los Blades el “Bleids”.
Tal vez por eso, porque el “Bleids” –que es como le llaman sus colega gringos– lleva un barrio dentro, la plaza del Poble Espanyol nos parece un emplazamiento estupendo y lleno de posibilidades –pese a ser postiza– para acoger su gira Caminando, adiós y gracias. Despedida, ojo, solo de su género favorito, porque el artista panameño, heterónimo de sí mismo, asegura que no se retira al sofá de su apartamento del Upper West Side para jugar a la brisca con sus amigotes famosos, sino que le esperan trillones de discos nuevos y multitud de aventuras, como si no le bastara una vida sola para acoger su arrollador caudal creativo.
Pasan unos minutos de las nueve de la noche cuando la banda de Roberto Delgado sale al escenario. Catorce instrumentistas talentosos blanden sus trompetas, teclados, congas y trombones; parecen dispuestos a liarla parda. El público, que por su parte forma también una mezcla heterodoxa, al tiempo bolivariana y cosmopolita, deja de remolonear, apura sus mojitos y se guarda el móvil para acercase al escenario sabiendo que acude a una celebración mayúscula. Preparados para atender al concierto final de la Fiesta Mayor del Mundo. Cae la tarde de julio sobre las réplicas de edificios y una ligera brisa atraviesa el collage arquitectónico de cartón piedra y mueve los vestidos de las asistentes cuando comparece el artista. Rubén Blades viste de riguroso traje negro, gafas de sol de malandro y sombrerito adhoc. Tal que un Walter White sabrosón y carismático toma las maracas, como el bastón de mando, para entonar las primeras estrofas de Pablo Pueblo: primer himno de los muchos que se sucederán durante la velada. El concierto empieza y sigue así, arriba del todo, como si no hubiera mañana, porque tal vez no lo haya, y las banderas multicolores ondean a las vivas panamericanas y todo es un bailar y pensar –esa dupla de infinitivos tan rubeniana– mientras la noche acaba por inundarlo todo.
Tras sus buenas dos horas de jarana –han sonado ya, entre muchas otras Decisiones, El Cantante, Las calles, Buscando guayaba y Todos vuelven– el cantante sigue sin mostrar signo de cansancio o flaqueza. Entre canción y canción, mientras sus instrumentistas recuperan el resuello después de la paliza y el público se descalza para descansar los pies, nos cuenta retazos de su autobiografía realmaravillosa como si su compay García Márquez se la chivara al oído. Pero todavía, bien que lo sabemos, falta lo mejor.
Finalmente Rubén Blades nos cuenta la verdadera historia del plagio de Quincy Jones. Y sí, oiga, el inicio de esta canción es clavadito al inicio de Thriller. Pero en realidad no importa. Qué más dará. Porque el tema en cuestión, la infinita y ubérrima Pedro Navaja, el Cien años de soledad de nuestro cancionero, El Quijote de la salsa, sigue siendo un clásico absoluto. Al contacto de la canción con el aire, la noche se descoyunta para reunirse en mil pedazos instantes después, en nuevo orden más simétrico y jugoso; los camareros dejan de servir sus cervezas y bailan con las sonrientes seguratas; los fractales de tiempo se descuajeringan a la cadencia de los acordes y las parejas se agarran más fuerte, buscándose la piel, cantándose al oído. A lo largo de esa canción infinita, Blades va metiendo retazos de otras canciones, diríamos que en Pedro Navaja habitan todas las canciones de nuestra vida, I want to live in America, La vida es una tómbola, tom, tom, tómbola, tú me acostumbraste a todas esas cosas, como algunas novelas de Roberto Bolaño contienen América latina.
Otros cronistas dirán que hubo un par de fantásticas canciones más, pero la verdad es que Pedro Navaja se quedó allí en el aire, expandiéndose en una coda infinita que sigue viajando por el espacio exterior a través de sistemas solares, galaxias y universos. Si alguna vez los extraterrestres logran sintonizarnos, espero que den con ésta. Y la bailen.







Autores de este artículo

Redacció Qualsevol Nit

Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.