La asociación Piñata – Festival de Jazz de Barcelona se anotó un nuevo tanto con el concierto, celebrado en la sala Paral·lel 62, de Shabaka, (pueden olvidar de momento, el apellido Hutchings).
Los buenos aficionados al jazz, con tendencias africanistas, conocen a nuestra estrella como el saxofonista principal de nutritivas formaciones como The Comet Is Coming, Shabaka and the Ancestors o Sons of Kemet. Gracias a estas superlativas aportaciones, el músico londinense se ha convertido en un auténtico referente del género citado. No dudamos que conozcan también, sus nuevas tendencias sonoras.
Alguno podría pensar que, debido a la pandemia del Covid-19 (da cansancio sólo nombrarla otra vez), al bueno de Shabaka se le cruzaron los cables cuando decidió cambiar el saxofón por flautas de distintas procedencias; nada más lejos de la realidad. Este cambio (no sabemos si definitivo) le ha servido para penetrar en el fondo de su alma musical y ofrecer, quizá, parte de su verdadero ser. Si quieren pruebas, irrefutables, de esta teoría, escuchen, a fondo, Percieve Its Beauty, Acknowledge Its Grace (Impulse!, 2024) o acudan a uno de los conciertos de su nueva gira, nosotros asistimos y quedamos estupefactos.
Como si fuera una declaración de principios, el espectáculo comenzó con Black Meditation, tema extraído del LP Afrikan Culture (2022). La naturaleza, el medioambiente, es decir, el cambio climático, influyen poderosamente en el actual proceso creativo de Shabaka, preocupaciones que quedaron bien expuestas en esta composición que, prácticamente, fue el hilo conductor de toda la velada. El fluido sonido de la flauta combinado con las hermosas resonancias de arpas, sintetizadores y piano, nos introdujeron en una esfera dónde el aire puro y el sosiego nos abrigan en la trascendental meditación. Recrearse con As the Planets and the Stars Collapse o en la pieza más antigua del set, Forest in the Dream (2019) nos llevó a ese espacio soñado, lugar en el cual viviríamos grandes momentos reflexivos.
Muchos pensaran que su propuesta es extraña y aburrida, allá ellos. Cierto es que la monocromía de la iluminación (rojo cálido sin apenas variaciones), exigía concentración y esa especie de mundo onírico creado, no permitía despistarse ni un segundo, pero en esa belleza tan oscura como esperanzadora radicaba el embrujo. Atrapados en una tela de araña infranqueable.
Aunque la conceptualización fue el rasgo destacado de la magnitud sonora, nada pareció repetirse e incluso, en algunos momentos, aires de rotundo free jazz soplaron por las paredes del edificio. Tomemos por ejemplo la impresionante I’ll do whatever you want, los instantes de exaltación entre flautas y arpas, instrumento al que quizá le faltó una pizca de potencialidad o ese solo larguísimo de un Shabaka sólido con el instrumento e inspiradísimo.
Shabaka utilizó diferentes tipos de flautas: la shakuhachi japonesa, nativas norteamericanas, mayas, pífanos brasileños, quenas (dobles) sudamericanas y hasta el clarinete en Living, creación que cerró el repertorio preparado, antes de culminar la exhibición con Song of Motherland.
Junto al implicado protagonista, formaron cuatro imaginativos intérpretes: Miriam Adefris (arpa), Alina Bzhezhinska (arpa), Hinako Omori (sintetizadores) y Elliot Galvin (piano), grupo que afinó las melodías cuales corrientes celestiales y a los que su jefe les debería hacer un monumento cada noche al terminar la función.
Colosal demostración sensitiva de un músico superdotado y en estado de gracia.






Autores de este artículo

Barracuda

Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.