Desinhibición en el escenario. Un Xoel López muy relajado, contento, pero prenostálgico. Prenostalgia por lo que se va e ilusión por lo que viene. Un último concierto antes de cerrar la gira de su segundo álbum en solitario, Paramales (Esmerarte, 2015), que esta noche toca con total libertad y sin límites ni presión en la Sala Apolo de Barcelona en la que, por cierto, hace pleno. Y hoy no solo encontramos un Xoel desinhibido sino una banda entera que lo está.
Cuando todavía no había nadie sobre el escenario, el Apolo entero se redujo a dos únicas palmas que esperaban ansiosas al gallego. Ahora la sala se convierte en un solo pulmón, en una sola voz que entona sus canciones, pero en muchas palmas que aplauden la actuación. Patagonia es el primer chupito de la noche, un chispazo suave pero que hace entrar en calor al público; el grolo parece que no pero va subiendo y el público comienza a moverse con Yo solo quería que me llevaras a bailar, ambos temas de Paramales. Xoel se golpea las cuerdas vocales con la mano mientras saca uno de sus enérgicos aullidos musicales. “Bona nit, buenas noches, boas noites“, saluda. Ahora canta en su lengua materna A serea e o mariñeiro, que por la lengua fue menos coreada por el público que la anterior, pero no con menos entusiasmo. Ya es el tercer trago, y se canta al ritmo: tatareando los riffs de la guitarra como si tuviesen letra, lo lo lo lo ló; además de con mucha intensidad.
Debes regresar
Antes de que desaparezan as estrelas
Onde nacen os cantares das sereas
E os homes nunca poderán chegar
Aunque también desinhibidos, Lola García y Antonio Pérez, hacen unos coros preciosos, como de banda sonora. Además, ella tanto corea, como toca el triángulo, la pandereta, el xilófono, el ukelele o las castañuelas, y todo lo hace bien, carallo. Entre canción y canción transcurren cambios de guitarra súper ágiles – ya afinadas minutos antes – que no rompen el espectáculo en absoluto porque Xoel tiene el Antídoto perfecto, y así lo canta, y así se lo beben, y así se desinhiben. Hoy es el último día y, casi el primero, que pueden tocar las trece canciones de Paramales, cosa que nunca pueden hacer en festivales. Por eso se lanza con algo más lento que no ha tocado en todo el verano, la dulce Caracoles, que es una de las más escuchadas en plataformas digitales.
Ya no sé si lo que bebemos es tequila, o ron o qué. Es como estar escuchando ritmos mezclados: argentinos, colombianos, gallegos, pop, eléctrico… y eso que mezclar no es bueno para la mañana siguiente, pero es de noche y esto sabe increíble. Las caras del público son la viva imagen de los versos de Xoel: creían que iban a estar más tranquilitos pero lo están dando todo, muy a tope. Al teclista se le está haciendo pequeño el banquillo, toca frenético, rítmicamente espasmódico. “¡Xavi Bautista, puto Da Vinci del teclado!”, lo alaba el público. El bajista toca con los ojos cerrados y eso que se ha aprendido las trece canciones exclusivamente para Madrid y Barcelona. Brillante. De repente toda la sala ha cruzado el charco, podríamos estar en cualquiera de los sitios a los que te hace viajar el gallego aventurero. Hay mucha complicidad entre la corista y él, bueno, y entre todos. No paran de bailotear, de agitar la cabeza, de aspavientar las guitarras y con todo el descontrol se saltan una canción del repertorio. “No son los nervios del principio”, dice Xoel, “son los nervios del final”.
y eso que mezclar no es bueno para la mañana siguiente, pero es de noche y esto sabe increíble
No sé si solo me está pasando a mí, pero cuando canta la despechada Todo lo que merezcas, con ese “y que te fffffalte el aire” me parece que va a soltar un “y que te ffffffollen”. Será que estoy desinhibida también. Los coristas suenan tan, tan bien, tan armónicos, que parecen por un momento de película Disney. Dedica Almas del norte a sus noches de lluvia cuando iba de party hard y bailaba hasta que morían todas las estrellas. Seica fueron los mejores tiempos, incluso echará de menos las ciclogénesis explosivas. “Más allá del norte no hay mucho que hacer”, canta.
Xoel dice que es un batería frustrado, de hecho, lleva dos meses yendo a clases. También se va hacia el teclado e intercambia posición con el teclista. Todo sigue sonando igual, vibrante, loco, enfilándose en las teclas y ahora hacia los bongos. Mueve la pelvis, baila cual barranquillero y pronuncia plasha en vez de playa. Prenostalgia, decían. Y Disney pensaba yo hace un par de canciones, cuando de repente me doy cuenta que no estaba delirando: toca unos segundos la melodía de In the Jungle, the mighty jungle, de El Rey León.
Cuando aparca Paramales toca temas como Hombre de ninguna parte (Atlántico, 2012), entre otras. La gente baila, las parejas se besan; entre euforia nadie tiene límites. Ni tampoco Xoel, que cantando con la corista Lola García boca a boca en el mismo micro la canción de La casa hace ruido cuando no estás, compuesta por ella, se funden en un tierno beso, desinhibido. Y antes de tocar la derradeira canción, es decir, la ultimísima de la noche y del álbum tal y como lo hemos vivido esta noche, suelta en catalán un m’estic pixant, hecho que culmina la desinhibición y los sucesivos tragos de la noche convertidos ahora en una divertida conga que se enreda en el escenario y se esfuma detrás de los bongos.
Autores de este artículo
Jessica Cobos
Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.