En una ciudad tomada por Bruce Springsteen y su séquito –Steven Spielberg y los Obama incluidos– se ha infiltrado también Yo La Tengo. Acostumbrados a nadar como pez en el agua en los márgenes de la industria y el mainstream, esta coincidencia con ‘el Boss’ funciona casi como metáfora de lo que han sido los casi 40 años de trayectoria de estos paladines del rock alternativo. Los estadounidenses demostraron una vez más por qué son una banda de culto, presentando su flamante This stupid world (Matador Records, 2023) y repasando los principales éxitos de su carrera en un extenso concierto de más de dos horas (y dos sets) ante una Sala Apolo totalmente entregada.
En contraposición al glamour de Sprinsgteen, Yo La Tengo huye absolutamente de los focos. Abonados de la letra pequeña de los grandes festivales, el trío transmite absoluta normalidad sobre el escenario, materializada por las desgastadas Converse que Kaplan luce. También en su nombre, homenaje al beisbolista venezolano de los Mets de Nueva York, Elio Chacón, al que sus compañeros le gritaban “¡yo la tengo!”, para evitar el choque en las pelotas divididas. Y es que la formación estadounidense es el claro ejemplo de cómo se puede desarrollar un recorrido musical de cuatro décadas, construyendo una base fiel de público, manteniendo la independencia creativa y consiguiendo el favor de la crítica, sin pegar ningún petardazo comercial.
Pero es que tampoco lo han buscado. Capaces de combinar interminables pasajes experimentales y canciones pop redondas, este matrimonio afectivo-musical formado por Ira Kaplan y Georgia Hubley –al que se le han ido uniendo otros componentes a lo largo de los años, el último, James McNew en 1992– siempre ha tenido predilección por lo primero, erigiéndose así como grandes exponentes del noise, el shoegazing y, en definitiva, el rock alternativo estadounidense.
Suena a topicazo, pero en este caso es real: No hay dos conciertos de Yo La Tengo iguales. Al trío de Nueva Jersey le gusta moldear diariamente su setlist para sorprender a sus fans y, porque no decirlo también, no caer en la monotonía. En el caso de Barcelona, el primer set abrió con Big day coming, toda una declaración de intenciones. La siguieron la sinuosa Sinatra Drive Breakdown, la sensual Let’s do it wrong y la cálida balada Aselestine, que, con sus primeros acordes, despertó los primeros aplausos de entusiasmo de la noche.
Haciendo honor a su fama de músicos perfeccionistas e incluso un punto obstinados, Ira Kaplan cambiaba de guitarra tras cada canción, mientras que Georgia Hubley rotaba entre la batería y los teclados. Sin grandes aspavientos, el primer set fue un crescendo lento, pero seguro por los paisajes sonoros de This stupid world que culminó en el estridente solo de guitarra de Apology Letter y el loop infinito de la lisérgica Miles Away, en la que brilló la dulce voz de Hubley.
El segundo set arrancó ya con una marcha más. Stokholm Syndrome, Fallout y Double Dare le dieron un aire noventero a la velada, con un Ira Kaplan cada vez retorciéndose más con su guitarra. Con las piernas de los presentes cada vez más cargadas por saltar, llegó el arreón final formado por Drug Test, la celebradísima Decora y la instrumental I heard you looking, que llevó al límite tanto las habilidades de Kaplan con la guitarra como la fortaleza muscular de los cuellos de los presentes.
Los bises estuvieron reservados para las versiones, otra de las señas de identidad de Yo La Tengo. La primera fue Gut Feeling, de los inclasificables Devo; luego llegó el turno de Breakin’ my heart, del recientemente desaparecido Tom Verlaine; para terminar con una delicada adaptación con la voz de Georgia Hubley del Hanky Panky Nohow del gran John Cale, que despertó una última y entregada ovación final de la Sala Apolo.






Autores de este artículo

Pere Millan Roca

Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.