En la vida hay ocurrencias que triunfan. En 2007, tras escuchar Per què es grillen les patates? (2007, Bankrobber), primera maqueta publicada por El Petit de Cal Eril, el conocido cantautor Jaume Sisa le envió un SMS al artista de Guissona diciéndole que su música era folk metafísico. “Se me quedó grabado”, reconocía el artista ilerdense en una entrevista. Años después, su sonido ha virado hacia el pop y su manera de entender la música se ha expandido, formando así uno de los estilos que más ha dado que hablar en los últimos años en la escena musical catalana.
El pasado viernes, El Petit de Cal Eril, junto a su amigo y compañero Ferran Palau, hipnotizaron una Sala Apolo de Barcelona llena, confirmando que, efectivamente, el pop metafísico existe.
Pese a tratarse de dos proyectos totalmente independientes, Ferran Palau y El Petit de Cal Eril comparten mirada, conceptos e intérpretes sobre el escenario. Joan Pons, impulsor de El Petit de Cal Eril, es el batería de la banda de Ferran Palau, mientras que Dani Comas (bajo y teclado), Jordi Matas (guitarra y teclado), que acompañan habitualmente al músico de Esparraguera, también son parte de la formación de El Petit de Cal Eril. Así, los tres tocaron por partida doble en una velada compartida que abrió de manera magistral Ferran Palau.
Ferran Palau: Elogio a la sencillez
Como si tratara de seducir al público desde el primer momento, Ferran Palau arrancó con la sugerente Estrany y la sensual Kevin, que da nombre a su último trabajo (Hidden Track Records, 2019), un álbum muy bien recibido por la crítica y que ha entrado con fuerza en muchos de los recopilatorios de lo mejor del año. Pero fue a partir de los acordes expansivos de Univers que el público perdió la vergüenza, se enganchó definitivamente al concierto y empezó a corear las letras del músico del Baix Llobregat.
Y es que la música de Ferran Palau es como su propia estética: sencilla, fresca y efectista. Armado con su inseparable gorra amarilla y una camiseta de manga corta rayada, el de Esparraguera propuso un viaje por el universo de sus dos últimos álbumes, el mencionado Kevin y Blanc (Halley Records, 2018), dos trabajos que beben de una misma fuente, el llamado pop metafísico, y que han situado a Palau como uno de las voces masculinas del momento en la escena alternativa catalana.
La suspensiva y misteriosa Flor Espinada, una canción que parece sacada de la banda sonora de una película de David Lynch, dio pasó a la celebrada Amén, una pieza minimalista en su forma pero grandiosa en su fondo, que acabó de establecer el ambiente intimista e hipnótico del concierto.
Un intimismo provocado por la combinación entre las suaves melodías y los delicados grooves propuestos por Palau y el juego de luces y proyecciones sobre el escenario, que aumentó con la llegada de Què serà de mi?, que sonó como un suave susurro al oído del artista catalán.
“Estoy un poco nervioso” reconocía ante su público antes de encarar la parte final de su concierto. Y es que Ferran Palau no es un artista que se esconda detrás del áurea misteriosa del creativo. Junto a Jordi Matas, productor, miembro de la banda y primo del cantante, Palau es capaz de retratar en su música estados emocionales tan complejos como la duda, la atracción o la vulnerabilidad, todo rodeado por una envoltura de veracidad que logra enganchar al oyente.
Vulnerabilidad y duda como la que muestra en Será un abisme, canción de la que el público coreó tramos en solitario, como si de un himno se tratara, haciendo que la Sala Apolo se suspendiera por momentos flotando sobre los oníricos acordes de los sintetizadores y la guitarra de la banda de Ferran.
Para terminar llegó El meu lament, pieza que podría ejercer de manifiesto fundacional de la música nuestro artista, visiblemente emocionado sobre el escenario. Palau cerró su actuación con el detalle de regalar su inseparable gorra a una niña de la primera fila, en un ejemplo perfecto de lo que fue su paso por la Sala Apolo de Barcelona: Un elogio a la sencillez.
El Petit de Cal Eril: La energía oscura del espacio
Tras solo 15 minutos de descanso, Joan Pons (guitarra y voz), Jordi Matas (guitarra y teclado), Dani Comas (bajo y teclado) volvieron a salir al escenario, esta vez acompañados también por Artur Tort (sintetizadores) e Ildefons Alonso (batería). Vestidos con los monos grises que les identifican como El Petit de Cal Eril, la banda aprovechó el ambiente dejado entre el público por Ferran Palau para arrancar con Soc dins dels núvols, un tema descriptivo pero con tonos psicodélicos, que traslada al oyente a un estado de ensoñación que recuerda al que se vive cuando uno vuela en avión entre las nubes.
Con Jo soc un ombra y Ets una idea, El Petit de Cal Eril trasladó la Energia Fosca (Bankrobber, 2019) a la Sala Apolo y la hizo viajar por sus acordes armónicos de guitarras pop y sus suaves arreglos con sintetizador. Un sonido atmosférico que hizo disfrutar a los asistentes, más familiarizados con la obra de El Petit, que con la de su predecesor sobre el escenario.
En Sents el sol, quizá la canción más reflexiva y envolvente del último trabajo de El Petit, Joan Pons dejó todo el peso musical sobre su banda y se dedicó a contonearse sobre el escenario en un ejercicio de sugerencia que acompañó a una pieza que ya de por sí esconde muchas más cosas de las que enseña.
Las misteriosas trazas de energía oscura acabaron desembocando en un repaso de los anteriores trabajos de la banda. Una de las canciones más destacadas fue Ei! Sents com refila l’òliba!, muy celebrada por la audiencia, y que hizo llegar al éxtasis interpretativo a un Joan Pons, a menudo más comedido sobre el escenario.
“Ferran Palau y yo somos la misma persona”, bromeaba Joan Pons sobre el escenario, “bueno, en realidad, todos somos la misma persona”, puntualizaba. Con esta idea en mente llegó El cor, canción que explora esta unión cósmica entre todos los seres humanos trasladada al plano literal a través de los latidos del corazón. Quizá movido por esta unión, Joan Pons se dedicó a besar a sus compañeros de banda durante toda la canción.
Para la parte final, El Petit de Cal Eril tiró de sus grandes éxitos. La introspectiva Sento, dejó paso a la aclamada Amb tot, canción originalmente compuesta con tramos importantes de trompeta pero que el viernes, a falta de vientos, fue interpretada con la ayuda de los coros del público.
La psicodelia de Som transparents, que la banda alargó con un solo de guitarra final muy celebrado, hizo bailar incluso a un Ferran Palau situado en la parte lateral del escenario. Finalmente, llegó la sinceridad de Cendres, que puso el broche de oro a una noche de hipnosis, viajes musicales al espacio y, sobretodo, pop metafísico, que sirvió como demostración final de que esta escena está más viva que nunca.
Autores de este artículo
Pere Millan Roca
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.