Teníamos muchas ganas de reencontrarnos con el rocker de las americanas imposibles. Chris Isaak ya había avisado (informaciones fiables) en las Noches del Botánico de Madrid que, a sus 67 años, se encuentra en plena forma.
En esta ocasión, el de Stockton (California) no presentaba ningún disco nuevo. El navideño Everybody knows it’s Christmas (2022) no cuenta porqué no iba a aparecer (aunque hubiera ido bien para imaginarnos en invierno), sino que el repertorio escogido iba a constar de unas cuantas perlas grabadas a lo largo de una carrera que empezó en 1985 con Silvertone.
Otro de los atractivos de la noche era comprobar que tal funcionaba el recién estrenado ALMA Festival Jardins Pedralbes en el Poble Espanyol, espacio situado en las antípodas, por emplazamiento y aspecto al de los lujosos jardines de la zona alta barcelonesa.
Al auténtico Festival Jardins de Pedralbes le sienta bien su nueva ubicación. Martín Pérez, director del certamen, se mostró contento del cambio y sacó pecho reivindicando la propiedad del nombre original del evento. En este ALMA podremos vivir la música, las reuniones sociales requieren otros espacios. Sin llenarse del todo (casi 3.000 personas), el ambiente del Poble Espanyol fue el de las grandes ocasiones, básicamente, porqué los asistentes sabían a quién iban a escuchar: un cantante que respeta este oficio como pocos y que no está para satisfacer según que veleidades. En el Poble Espanyol no habrá jardines, pero prevalecerá la verdad.
Dueño y señor
Centrados en el concierto, lo importante, indicaremos que al señor Isaak le iban a acompañar sus tres habituales escuderos: Hershel Yatovitz (guitarra), Kenney Dale Johnson (batería) y Rowland Salley (bajo), más la reciente incorporación del pianista Timothy Drury. Cuarteto de garantías tanto para los momentos sedosos como para los agitados. Funcionaron a la perfección y aprovecharon al cien por cien el excelente sonido de la plaza. En el mismo recinto hemos escuchado horrores, con lo cual este dato no es nada baladí.
Las primeras notas que surgieron de la privilegiada garganta del californiano mostraron que todos sus registros vocales están en perfecto estado. American boy sonó robusta, impoluta, la primera demostración de poderío de un artista colosal.
Algunos le han acusado de que su lucidez compositora acabó hace años y quizá, en parte, tengan razón. La diferencia con otros artistas, quienes tampoco han superado las cotas de sus inicios, es que Isaak fabricó dos o tres obras maestras que la mayoría no olerán mientras vivan.
La segunda canción de la noche fue Somebody’s crying, incluida en Forever blue (1995), para un servidor su mejor disco; joya absoluta. El apuesto crooner la interpretó con una pasión y elegancia incomparables, las mismas que usó para lanzarse al ruedo (literal) y cantar, paseándose entre el público, Waiting y Don’t leave me on my own. Quizá quiso retar al amigo Harry Styles, quien estaba cantando sus temillas para adolescentes muy cerca de allí. De hecho, Isaak le citó (irónicamente) en un par de ocasiones.
A más de cuatro le saltaron las lágrimas en Wicked game, tema incluido en el film Wild at heart (David Lynch,1990) y en el que lució su celebérrimo falsete. También en Forever blue (baladón high class), Two hearts o Blue Hotel (agudo final estratosférico) y es que cuando se pone tierno es imbatible; otra dimensión.
El alma de rockero de marca apareció en I want your love, Go walking down there (se me escapo un ¡qué bueno eres!), Speak of the devil (claras influencias stonianas), aunque, en general, predominó el medio tiempo. Clavó el hit Dancin’, San Francisco days y nos embobó con Blue Spanish sky, una de las sorpresas de la noche, “es para saltarse el set que todos sabéis”, comentó con gracejo.
Para los bises cambió su chaqueta azul con lentejuelas por otra parecida a una bola de cristal; se la quitó de inmediato. Empalmó Baby did a bad bad thing con Bye, bye baby y un retazo del James Bond Theme, volvió a enamorarnos con Things go wrong, rematándonos del todo con un abracadabrante cover del I’ll go crazy de James Brown. Verlo para creerlo.
Le dio cancha a Rowland Salley que interpretó su propia composición Killing the blues y juntos recordaron a Flaco Jiménez con La tumba será el final.
A Chris Isaak siempre le han considerado heredero “oficial” de Roy Orbinson y Elvis Presley. Como era de esperar, no faltaron a la cita. De Orbinson rememoró Oh, pretty woman (demasiado acelerada) y un Only the lonely, mucho más entonado, incluida en la parte acústica del espectáculo. Can’t help falling in love fue la canción de Presley escogida. Adorable.
Si alguien califica lo de Chris Isaak como show vintage se equivoca de lleno. Su música es eterna, heredera de lo mejor que se ha parido en este planeta de locos. Divertida, enamoradiza, bailable, lo tiene todo, decir lo contrario roza el cinismo.
Si las listas de lo mejor del año fueran serias (carcajadas), el concierto del “jovencito” californiano estaría en el top five. No lo estará, es sonido pasado de moda. Sin comentarios.
Autores de este artículo
Barracuda
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.