Dorian Wood, al piano, interpretando el celebérrimo I Do Not Want What I Haven’t Got, de Sinéad O’Connor en el reactivado El Molino. Pocos planes podían ser más atractivos que ver a Dorian abriéndose en canal con las versiones, libres y, al mismo tiempo, totalmente fieles al espíritu original.
La exuberancia estética de Dorian Wood puede -aunque no debería- ocultar sus grandes capacidades como intérprete musical. Actuar en solitario en un escenario, únicamente con la compañía de un instrumento acústico, no es misión para cobardes. Y más, si se trata de ofrecer las lecturas de un disco icónico, que propulsó a Sinéad al estrellato, y que presentaba una producción de multinacional, con samples, orquesta y todo lo que fuera necesario.
Pero Dorian no se amilana fácilmente. Y menos, cuando, tal como reconoció, el álbum de Sinéad forma parte de su bagaje cultural y emocional, la banda sonora de su adolescencia, cuando tenemos más preguntas que respuestas, y a las que el disco ofreció “la verdad personal, en mi habitación”. El enfoque elegido de la actuación es, claro, ir directamente a la melodía de las canciones, despojarlas de la ambiciosa producción del original y extraer el puro sentimiento que, de eso, Sinéad iba sobrada, y propulsarlo a la estratosfera con la voz potente y la dicción precisa de Dorian. Un concierto íntimo, que no podía encontrar mejor espacio que El Molino, con sus mesitas redondas, sus butacas de terciopelo rojo y esa iluminación tenebrosa, que apenas rompía la oscuridad, perfecta para las confidencias en voz baja.
De una velada de alto nivel artístico, destacaría la relectura de Emperor’s New Clothes con ambiente de cabaret, o de un Nothing Compares 2 You que mostraba sus raíces góspel. Tras acabar el disco en un maravilloso a capella, dejado el piano y dominando el escenario con su presencia, Dorian volvió a sentarse y nos obsequió con un bis que sonó a gloria, el Paloma Negra de Chavela Vargas, sin duda otro de sus referentes ineludibles, a la que imaginó fumándose un porro, allá donde estén, a medias con Sinéad.
Entre canción y canción, interactuando con el público, como si quisiera rendir homenaje a la historia canalla del local, Dorian reflexiono sobre “la mierda de mundo” que nos sepulta cada día más. Sí. El mundo es una mierda, pero todavía mantiene parcelas de inexcusable belleza. Entre ellas, la actuación de Dorian Wood, que nos sumergió en una burbuja emotiva, humana, tierna y acogedora, casi como si hubiéramos vuelto al vientre materno y nos acunara a base de nanas, encerrados en una pequeña sala de la Av. Paral·lel, como si estuviéramos conspirando para intentar equilibrar la balanza. Ya sabemos que es imposible, que los malos siempre ganan, pero sólo nos queda la poesía y la belleza arrastrada del arrabal para intentar hacer de nuestro mundo algo mínimamente habitable, aunque sea sólo a momentos.
No puedo despedir la crónica sin destacar la maravilla que representa recuperar para la música una sala como El Molino, que ofrece una cercanía con el artista que es imposible de encontrar en otros espacios. Contemplé el concierto desde uno de los bancos corridos que rodean la platea, es decir, casi en la parte más alejada del escenario. Aun así, parecía que Dorian estuviera a mi lado, cantando al oído, sólo para mí. Labor de amor, la de Dorian con Sinéad, y la de El Molino con la música. Que dure y lo podamos seguir viendo.
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