Si hablamos de grandes debuts este 2024, es prácticamente obligatorio incluir a Royel Otis en la conversación. Este dúo australiano, bautizado con los nombres de sus integrantes Royel Maddell y Otis Pavlovic, se encuentra en plena gira europea, con todas las entradas agotadas en cada fecha, incluidas las paradas en Madrid y Barcelona. Saben moverse con soltura en el terreno mainstream, pero a su vez mantener una esencia marcadamente indie. Tras verlos en la pasada edición del Primavera Sound, ya podía intuirse su potencial, pero el concierto en La 2 de Apolo no hizo más que reafirmarlo: lo tienen todo para convertirse en algo grande, y esa noche fue otra prueba más de ello.
Cuesta creer que se trate de una banda emergente, considerando lo rápido que se han ganado un lugar destacado en la escena musical. Es cierto que su popularidad recibió un impulso significativo gracias a TikTok, donde se viralizaron sus versiones de Murder on the Dancefloor de Sophie Ellis-Bextor y Linger de The Cranberries, ambas incluidas en el setlist y coreadísimas por el público. Sin embargo, sería un error reducir su éxito a las redes sociales. Su más reciente álbum, Pratts & Pain, ha sido clave en su meteórico ascenso, un trabajo que cobra vida propia y alcanza su máxima expresión sobre el escenario.
Los teloneros en esta ocasión eran Pena Máxima, un dúo madrileño formado por los hermanos Julián y Pablo Campesino (exmiembros de Autumn Comets). Con una propuesta que combina slowcore, emo y shoegaze, nos presentaron algunos de los temas que forman su recién estrenado segundo disco, Crudo (Repetidor, 2024), llenos de guitarras atmosféricas, letras cargadas de nostalgia y una estética de lo más onírica. También destacó la versión emotiva y cercana de Lloramos de Albany. Pena Máxima demostró que son una banda con mucho que decir y que debemos seguir de cerca.
Ya con la sala abarrotada y una puesta en escena más sencilla de lo habitual (echamos en falta la gamba gigante que los acompaña en la gira), Royel Otis arrancaron con Heading to the Door, acompañados de Tim Flair en los teclados y Julian Sudek en la batería. El público no tardó en engancharse. Adored y Daisy Chain llegaron rápido y nos dejaron flotando en un mood nostálgico, perfecto para entrar en calor. Cuando sonó Big Ciggie, más de uno no pudo evitar sonreír al escuchar ese riff tan juguetón. Otros temas como Motels y Foam bajaron un poco las revoluciones, con ese toque de sensibilidad y guitarras que te invitaban a dejarte llevar, para después volverlas a subir en Fried Rice y sacarnos a bailar con la pegadiza I Wanna Dance With You. La celebración final llegó con uno de los hits de la banda, Oysters in My Pocket, que hizo que toda la sala se sintiera conectada. Un abrazo colectivo al cierre de la noche.
Royel Otis tienen ese encanto medio torpe pero absolutamente encantador, una mezcla de rareza y calidez que te atrapa sin darte cuenta. En directo, esa energía es aún más contagiosa: son auténticos, honestos, y tienen un magnetismo que no se puede fingir. Puede que el futuro sea incierto, pero es innegable que la fórmula les está funcionando.
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