Avishai Cohen tiene licencia para todo, incluso para adentrarse en el mundo del pop. Algunos puristas se han rasgado las vestiduras por este intento del artista israelí de buscar distintos senderos que le iluminen en su viaje musical. Cohen lo tiene claro: “Me gusta tanto el pop como Bach o Charlie Parker”, dice. Apoyo la moción, encerrarse en un solo género únicamente fomenta el desconocimiento. Cierto es que su nuevo disco, 1970 (2017), el año de su nacimiento, presenta ciertas lagunas. También soy de los que prefiere discos más jazzísticos como Seven seas (2011) o From darkness (2015), pero al contrabajista de Kabri le cuesta crear productos anodinos, de hecho, no sabe hacerlos. Quería desarrollar su faceta como cantante y ser accesible, su integridad artística queda a salvo, no hay de qué preocuparse.
No era su primera aparición en el Voll Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, aunque sí fue estreno en el Palau de la Música Catalana, disfrutándolo como un niño. Una entrada de la violoncelista Yael Shapira, dio paso a D’ror Yikra (cantada en sefardí o ladino) conjuntada con Eshal Elohay, binomio de regusto árabe, primera demostración de su destreza en mezclar la tradición con la modernidad sin resultar chirriante. Consciente de la dificultad que conllevaba tocar exclusivamente su flamante y arriesgado disco, fue alternándolo con pretéritas composiciones. A It’s been so long, bonita balada cantada con el acompañamiento de la estupenda segunda voz, Karen Malka, le siguió Smash y, algo más tarde, Continuo, pieza que titulaba su álbum de 2006.
«I will sing a song of hope, sing along, God of heaven come down». Así reza el estribillo de Song of hope, canción que aboga por la no violencia. En ella lució desde los teclados Jonatan Daskal, óptimo músico, responsable de los momentos más bailables de la velada. Hace dos años en el Teatre Coliseum, dentro del ciclo Round About Midnght, Avishai Cohen se mostró serio, de tono sombrío; sus nuevas peripecias le han llevado a mostrarse más alborozado, hasta el punto de conseguir levantar a toda la platea para danzar en el Arab Medley o en el teórico final, con Sei Yona. Un alboroto de consideración que acabó convirtiendo el recinto modernista en una fastuosa discoteca. Entre la esperanza y la agitación, el bajista situó su particular versión de Motherless Child, adaptación bien intencionada, pero discutible. Un espiritual negro, nacido en la era de la esclavitud, quizá no necesite ninguna revisión, a no ser que se ejecute con el estremecimiento de Bessie Griffin, por citar un ejemplo y eso es inverosímil. Cuestión demasiado trascendente para tratarla con ligereza. No hablamos de respeto sino de hondura.
El animado protagonista ofreció, si no me fallan las cuentas, hasta cinco propinas en un derroche de generosidad y agradecimiento al entusiasmo recibido. For no one (The Beatles), una Alon Basela de órdago, destacando especialmente Itamar Doari en la percusión, la composición afrocubana de Eddie Palmieri, Vamonos pa’l monte, género que domina desde sus colaboraciones con Danilo Pérez, la zamba argentina Alfonsina y el mar (siempre presente en sus conciertos), concluyendo con una descarga árabe, el delirio quedaba servido.
Comercialidad y calidad abrazándose en un lujoso espectáculo. Esperando la próxima vuelta de tuerca.
Autores de este artículo
Barracuda
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.