El polifacético multi-instrumentista brítanico Charlie Cunningham se ha granjeado, en escaso tiempo (ocho años concretamente), una popularidad poco común. No es nada habitual que esta apuesta caracterizada por el intimismo, la calidez y jugueteos con el jazz o la música neoclásica, haya enamorado a más de 100 millones de oyentes. Nos alegramos, pero vuelve a quedar meridianamente claro el exagerado poder de las redes. No le quitamos ningún mérito a este artista que aboga por explicar vivencias propias y sinceras y no en engañar al público a base de cantinelas sin ton ni son; simplemente remarcamos la pura realidad.
En nuestro caso, en particular, se le ha cogido especial cariño por su estancia de tres años en Sevilla a donde llegó por una obsesiva afición al flamenco. En la capital de Andalucía se empapó de arte y desarrolló sus habilidades con la guitarra, experiencias que utilizó en los primeros discos, olvidadas en el postrero.
Cunningham acaba de estrenar Frame (BMG, 2023) disco en el que vuelve a colaborar con el productor Sam Scott Hudson. En él ahonda hasta el fondo de su espiritualidad, creando su trabajo más personal e intenso, dejando de lado las veleidades flamencas que le habían acompañado anteriormente.
Con estos mimbres llegó al Razz 2 para intentar convencernos de que con temas poco pegadizos y oscuros se puede construir una velada subyugadora.
Calidad sin emoción
En una sala medio llena y nada adecuada para conciertos de esta índole (esta vez faltaron sillas y un entorno más acogedor) el especial cantautor desgranó, con una quincena de composiciones, todo su mundo exclusivo envuelto por un discurso sonoro elegante y sobrio, pero, a nuestro parecer, carente de profundidad emocional.
A Cunningham le ha llegado el éxito gracias a la generosidad con que nos explica sus interioridades. Esa privacidad regalada, que choca frontalmente con el mainstream, es la que ha iluminado a esa cantidad ingente de admiradores que numerábamos al principio. Se nos antoja muy difícil que la fama (en Barcelona no se notó) haya sido producto de la música compuesta, agradable y bien confeccionada, aunque carente de chispa y originalidad: la monotonía por bandera. De alguna manera nos recordó al compositor londinense Michael Nyman, quien apasiona en las primeras notas para después caer en la repetición perpetua. Si exceptuamos el pequeño subidón rítmico en la novedosa So it seems, los bellos apuntes de trompeta en Water tower y los minúsculos toques aflamencados (todavía le queda mucho camino para ser experto en estas lides), el resto pareció creado con el mismo molde.
Le acompañaron tres instrumentistas sólidos (teclados, bajo y batería) ideales para sus propósitos nada exuberantes. En el arranque con Sink in y Bite se produjeron unos acoples difíciles de explicar si la potencia no se desborda y no lo hizo en ningún instante. Mancha que se arregló, súbitamente, permitiendo al grupo y a su líder respirar cómodos hasta la despedida.
Momentos destacados
Lines (Dumont Dumont, 2017) surgió de un compendio de hits pertenecientes a los EP’s grabados en el período 2014-2016 y esas canciones fueron, lógicamente, las más celebradas. Los primeros aullidos se escucharon en An opening, repitiéndose en el bis You sigh y, sobre todo, en Minimum, excelente corte que arrancó la mayor ovación y que sirvió para cerrar lo que acostumbramos a denominar set oficial. No obstante, uno se queda con otras.
Al amigo Charlie (nos atrevemos por su cercanía) se le ha comparado, acertadamente, con Bon Iver o Iron & Wine. Nos apetece mirar el retrovisor. Tanto en Downpour como en Bird’s eye view (ambas de Frame), degustamos un cierto sabor a Simon & Garfunkel. No nos consta esta referencia a la trascendental pareja estadounidense, quizá fue fruto de la añoranza, pero si las escuchan atentamente, puede ser que aprecien esta conclusión. Dicha semejanza no apareció en Pathways, otra novedad que se convirtió en uno de los mejores logros de la noche y es que, remembranzas aparte, este Frame supera, con creces, las precedentes grabaciones.
Ni él mismo se cree el arrollador triunfo conseguido (por vía digital) y menos nosotros. Charlie Cunningham es capaz de crear absorbentes atmósferas, el problema reside en que estos climas acaban cansando por iterativos.
El futuro siempre es una incógnita y hablando del protagonista de la velada, más.
Explicando intimidades nunca se llega a tocar fondo. La pregunta sería si musicalmente querrá variar el tono. Por su bien debería, al menos, intentarlo.
There’s doors to open still in your mind. You got places that you still need to find. It could be all of a sudden that you find. Tears in your eyes. They’re justified”
Sink in, Charlie Cunningham





Autores de este artículo

Barracuda

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.